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En 2007, la pasión de la ciudad de Los Ángeles por los comités era casi tan poderosa como su anhelo de diversidad y su manía multicultural, y sería difícil imaginar un lugar donde se estuviese dando una mayor experimentación social -policía incluida- que en la División de Hollywood del LAPD. Los afroamericanos eran el único grupo étnico poco representado en la demografía de Hollywood, pero cada noche los bulevares se llenaban de hombres negros jóvenes que venían en metro o en coche desde el sur de Los Ángeles. Muchos de ellos eran miembros de bandas callejeras.

Los cuervos también tenían que organizar actos benéficos, como los de la Fundación Ayuda al Policía, la Antorcha de las Olimpíadas Especiales o la Fiesta de las Vacaciones de los Niños, y debían prestar apoyo policial en las manifestaciones contra la guerra, la entrega de los Oscar y todos los eventos con alfombra roja que se celebraban en el Kodak Center.

En definitiva, desempeñaban tareas que hacían que los veteranos movieran la cabeza y se refirieran a todo aquello como «una mariconada». A menudo llamaban a los cuervos «ositos de peluche vestidos de azul».

Les decían cosas aún peores, pero en todo aquel menosprecio a los cuervos había algo de celos, porque esos oficiales de Hollywood Sur tenían bastante libertad, decidían si usar uniforme o ropa de calle según la tarea que tuviesen, y casi siempre hacían trabajos limpios y seguros. Los cuervos generalmente elegían quedarse en ese puesto durante mucho tiempo.

Ronnie había vencido a Hollywood Nate en la primera convocatoria de la Oficina de Relaciones con la Comunidad y fue enviada para su capacitación como oficial jefe sénior al centro de reclutas situado junto al aeropuerto internacional. Un mes más tarde se produjo un retiro inesperado y Nate acabó siguiendo a Ronnie a la CRO, creyendo que había encontrado el sitio donde podría permanecer felizmente hasta su retiro o al menos hasta que alcanzara el éxito en el mundo del espectáculo, lo que llegara primero. A principios del verano ya había trabajado en otras dos películas para televisión en las que tenía una línea de diálogo en cada una, y cuyas tramas estaban pensadas para gente que se dedicaba a ver la televisión durante el día. Estaba seguro de que la última podría aparecer en el Canal Spike, porque en el último minuto se incluía tanta sangre gratuita y gore que parecía especialmente pensada para desertores del bachillerato.

Para julio de 2007, todos los cuervos eran, en teoría, futuros millonarios. Uno de ellos, que había nacido en Irak y había llegado a Estados Unidos siendo un niño, había convencido a su compañero, otro cuervo, de que era una buena idea comprar dinero iraquí ahora que el país era un caos y su moneda prácticamente no valía nada. A través de un agente de cambio, su compañero compró un millón de dinares por ochocientos dólares. Según les explicó el agente, cuando Irak estuviese en condiciones de volver al cambio paritario y su moneda comenzara a cotizar nuevamente en las agencias de cambio, «¡seréis todos millonarios!».

De modo que otros dos cuervos compraron un millón de dinares. Tres más compraron medio millón cada uno. Otro compró un millón y medio, imaginándose que podría comprarse un yate cuando se retirara. Ronnie Sinclair dudó mucho, pero pensando en sus padres, que se hacían mayores, compró medio millón.

A la semana siguiente de haber sido asignado a la CRO, Nate estuvo levantando pesas en la moderna sala de ejercicios de Hollywood Sur. Después de hacer sus ejercicios y de examinar sus impresionantes pectorales y bíceps, Nate entró en su despacho de la CRO, se sentó frente a su mesa de trabajo y estudió cuidadosamente un diñar iraquí. Mirándolo bajo una lupa, y sosteniéndolo a la luz de la lámpara, examinó el caballo que de ese modo se hacía visible como si supiera lo que estaba haciendo.

– ¿Por qué no lo miras con una lupa de joyero, quieres? -le dijo Tony Silva, uno de los agentes hispanos-. No es falso, si eso es lo que estás pensando.

– No, pero he leído en el periódico que los falsificadores están quitándole la tinta a estas cosas -dijo Nate-, y la están usando para hacer dólares americanos con impresoras láser.

– ¿No vas a comprar, ahora que puedes? -le preguntó Samuel Dibble, el único policía negro de la Oficina de Relaciones con la Comunidad-. ¿Qué sucederá si la operación de Bush funciona y el diñar se estabiliza? Todos nosotros seremos ricos. ¿Y tú?

Nate se limitó a sonreír, tratando de no parecer condescendiente, pero más tarde le dijo en privado a su sargento: -Los policías son unos perfectos idiotas. Cualquiera puede estafarlos. Invertirían en cualquier cosa.

– Sí, yo también entré en el asunto, gasté un millón -le respondió el sargento.

Tres semanas más tarde, después de que el nuevo comandante en jefe en Irak concediera una larga entrevista a una cadena de televisión y dijera que la operación tenía grandes posibilidades de salir bien, Hollywood Nate Weiss hizo en secreto una transferencia desde su entidad bancaria, llamó al agente de cambio y compró dos millones de dinares sin decírselo a los demás.

Por supuesto, los antiguos colegas de Nate, los agentes de la Guardia 5, no soñaban con llegar a ser millonarios. Tan sólo intentaban lidiar con el joven sargento Treakle, cuyo afán y ambición no habían disminuido después de la reprimenda administrativa que había recibido por llevar el Big Mac a la negociación de la azotea. Sabían que la División de Hollywood estaba tan falta de empleados como el resto del maltrecho LAPD, así que para que un supervisor como Treakle pudiera quedar suspendido sin paga, él o ella tenían que hacer algo realmente terrible, como decirle algo políticamente incorrecto a un miembro de lo que históricamente había sido considerado un grupo minoritario. Al menos eso pensaban en la guardia, según los cotilleos que se oían alrededor de la comisaría.

En una de esas noches de verano iluminadas por lo que el Oráculo solía llamar «una luna de Hollywood», la luna llena que libera las locuras, Flotsam mencionó el incidente de la azotea a Catherine Song y le dijo:

– ¿Por qué aquel suicida no pudo ser negro, o hispano? Eso habría hecho saltar a Treakle.

– ¿Y qué me dices de una mujer coreana? -le contestó Cat-. ¿Acaso no somos potenciales víctimas de la corrección política?

– Negativo -dijo Flotsam-. Vosotros os habéis vuelto demasiado ricos y exitosos para ser víctimas. Tú y yo estamos en el mismo barco. Podríamos saltar de una azotea, ¿y a quién le importaría?

Aquella noche el sargento Treakle los había dividido en equipos de modo arbitrario y había asignado a Jetsam a patrullar con un novato hispano cuyo entrenador de prácticas había llamado para decir que estaba enfermo. A Jetsam no le gustaba trabajar con el novato, pero Flotsam no se quejaba y Cat sabía por qué. Se daba perfecta cuenta de que estaba interesado en ella, aunque también lo estaba la mayoría de los oficiales varones de la guardia.

En ese momento una voz en la radio patrulla dijo:

– 6-X-32, una pelea callejera, Santa Mónica con Western, código 2.

– ¿Por qué no podremos recibir un aviso en nuestro propio patio de vez en cuando? -gruñó Flotsam mientras Cat respondía-. Dan «Día del Juicio Final» está trabajando en la Sesenta y seis con un compañero nuevo. Deberían hacerse cargo de ello.

– Probablemente Dan haya tenido que ir corriendo a un cibercafé para mirar cómo se vienen abajo sus acciones en el extranjero -dijo Cat-. No importa lo bien que vaya el mercado. Él es un gran anticipador de los desastres internacionales.