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Cuando llegaron al sitio de la llamada, que resultó estar un poco más al este de Western Avenue, Cat dijo:

– Seguramente Dan «Día del Juicio Final» se pondría los guantes para esta ocasión.

Cuatro mirones, dos de ellos miembros de una pandilla de salvadoreños, junto con un par de ex convictos que iban en busca del culo de algún trans o de una drag, contemplaban el alboroto. Los ex convictos preferían a los transexuales porque los tratamientos con hormonas y las operaciones quirúrgicas les hacían parecer más femeninos, pero si estaban en un apuro se conformaban con una drag queen. Los mirones observaban lo que había sido una pelea bastante buena entre una drag negra y un hombre blanco vestido con traje, y que ahora se había convertido en una lucha de gritos, amenazas y gestos obscenos.

Cuando los policías se bajaron del coche, tres de los cuatro espectadores se fueron rápidamente, pero un quinto salió de entre las sombras de un oscuro portal. Teddy el Trombón era un vagabundo al que Flotsam ya conocía. Vivía en la calle, tenía casi ochenta años y mendigaba en los bulevares.

Teddy se había quedado en el lugar de la pelea para ver el desenlace, a sabiendas de que estaba lo bastante borracho como para que lo cogiese la policía, pero demasiado borracho como para que le importara. Llevaba una gorra de los Lakers, varias camisas superpuestas que ya formaban parte de su cuerpo y unos pantalones casi rígidos, del color y la textura de las setas recién recogidas. Bastaba con mirarlo para pensar en hongos.

– Soy un testigo -le dijo Teddy el Trombón a Flotsam.

– Vete a casa, Teddy -le contestó el alto policía, colocándose la minilinterna bajo el brazo y maldiciendo porque no podía lograr que se sostuviese.

– Estoy en casa -replicó Teddy-. He estado viviendo justo aquí, en este portal durante los últimos días. Los policías nos echaron de nuestro campamento en la colina. Allá arriba podíamos escuchar los conciertos del Hollywood Bowl. Yo fui un gran músico en mi época, ¿sabes? Podía soplar mejor que cualquiera de los que he oído jamás en el Bowl. Entonces yo era una persona de verdad.

Aquello entristeció un poco a Flotsam, Teddy el Trombón recordando haber sido una «persona de verdad» en otros tiempos.

Como estaba la policía para protegerla, la drag negra, que llevaba una especie de capa rosa y una falda negra de doble abertura, se lanzó a un último asalto y amenazó con golpear al empresario con un bolso plateado, hasta que Flotsam se interpuso y dijo:

– ¡Basta! ¡Separaos los dos!

De mala gana, la drag retrocedió, con la peluca ladeada, un tacón de sus zapatos plateados partido en dos, el maquillaje corrido y las medias rajadas.

– ¡Él me secuestró! -gritó-. ¡Apenas pude escapar para salvar la vida! ¡Arrestadlo!

Flotsam ya había cacheado al otro contendiente. Era corpulento y de mediana edad y llevaba el cabello teñido de negro y peinado a un lado; le brillaba como cuero plastificado. Le chorreaba sangre de la nariz, que se limpió con un pañuelo de seda que sacó de su solapa.

Le entregó a Flotsam su permiso de conducir y dijo:

– Me llamo Milt Zimmerman, oficial. Nunca me han arrestado antes. Esta persona me robó las llaves del coche y salió corriendo hasta aquí, donde la cogí. Mi coche está a dos calles hacia el oeste, en el callejón. Quiero que le arreste por intento de robo de coche.

– ¡Pregúntele a este maldito secuestrador cómo llegamos hasta el callejón! ¡Pregúntele! -gritó la drag.

– Póngase junto a mí -le dijo Cat a la esbelta drag queen, que escoró a estribor sobre el tacón plateado roto.

Cuando los combatientes quedaron separados, Teddy el Trombón fue haciendo eses de una pareja a la otra para no perderse ni una sola palabra, y oyó que Cat le decía a la drag:

– Bien, ahora dame alguna identificación y dime qué ha pasado.

La drag sacó una licencia de conducir de su bolso plateado que llevaba el nombre de Latrelle Johnson, nacido en 1975. Cat iluminó la foto de Latrelle, en la que aparecía sin cejas, ni lápiz labial ni peluca, y decidió que era mucho mejor parecido como varón que como mujer. Le dijo:

– Muy bien, Latrelle, cuéntame lo que pasó.

– Por favor, llámame Rhonda -dijo la drag-. Ése es ahora mi nombre. Latrelle ya no existe. Latrelle está muerto, y me alegro.

– Vale, Rhonda -dijo Cat, y pensó que aquello también sonaba un poco triste-. ¿Qué ha pasado aquí?

– Él me recogió en la esquina dos calles más abajo de Santa Mónica y me ofreció llevarme a un bar para tomar unas copas y bailar un poco. Y yo, estúpida de mí, le creí.

– Ajá -dijo Cat-. ¿Y tú estabas por casualidad en esa esquina esperando a alguien con quien ir a bailar?

– No estoy de ligue -dijo Rhonda, y unos segundos después agregó-: Bueno, admito que me han cogido un par de veces por prostitución, pero resulta que esta noche sólo estaba haciendo una llamada desde la cabina que hay junto a la licorería -y señaló hacia la cabina telefónica que estaba detrás de ellos.

– Vale, ¿y entonces? -preguntó Cat mientras decidía que no iba a haber denuncia por secuestro y quizá tampoco nada de lo que informar ni más requerimientos para que se identificasen.

– Pensé que tal vez me estaba llevando al Strip, pero no habíamos caminado más que un par de calles, cuando se mete en un callejón y me obliga a tener sexo con él. ¡Yo temía por mi vida, oficial!

Milt Zimmerman alcanzó a oír algo y gritó:

– ¡Es una mentirosa! ¡Ella lo deseaba! ¡Y entonces cogió las llaves de mi coche y se las llevó corriendo!

– Vale, présteme atención a mí, no a ellos -dijo Flotsam, y cogiendo a Zimmerman del brazo se alejó con él unos metros, mientras Teddy el Trombón zigzagueaba en dirección a Cat y Rhonda porque su conversación le parecía más jugosa.

Milt Zimmerman le dijo a Flotsam:

– ¡Está mintiendo! Le dije que quería una mamada y ella accedió voluntariamente. Y entonces cuando acaba, quiere que le dé veinte dólares más. Le digo que de ninguna manera, y coge mis llaves del coche y empieza a correr hacia donde la recogí. ¡Mi Cadillac todavía está allí, en el callejón!

– El caso es que ella es un él -dijo Flotsam-. Podría llamarle «ello», si lo prefiere.

– ¡Yo no lo sabía! -dijo Zimmerman-. ¡Parece una mujer!

– Esto es Hollywood -dijo Flotsam-, donde los hombres son hombres y también lo son las mujeres.

Cerca de la licorería Rhonda comenzaba a dar más detalles y Teddy el Trombón se acercaba más. Su oído ya no era el de antes. Cuando Cat comenzó a trabajar, la habían entrenado polis viejos que se burlaban de los guantes de látex, que en su época no existían. Pero ahora, al ver a Teddy el Trombón, Cat se alegraba de llevar consigo un par de guantes esa noche. Miró al cotilla y le dijo:

– Quita tu culo de aquí. ¡Ahora!

– Siempre me han gustado las telenovelas -contestó Teddy.

Cat rebuscó en su bolsillo y dijo:

– No hagas que tenga que ponerme los guantes. Si lo hago, acabarás en la cárcel.

– Sí, señora -musitó Teddy, y volvió donde estaba Flotsam, aunque sabía que aquello no iba a ser ni la mitad de entretenido.

– Entonces, ¿qué fue exactamente lo que pasó en ese callejón? -le preguntó Cat a Rhonda-. Quiero detalles.

– Al principio él me pareció agradable. Paró el coche en cuanto entramos en el callejón, apagó el motor y comenzó a besarme, con bastante fuerza. Le dije algo así como «despacio, cariño, dale a la chica un minuto para respirar». Un segundo después, tenía los pantalones fuera.

– ¿Los tuyos?

– No, los de él. Luego me pidió que hiciera algo que yo nunca haría. Dijo que si no lo hacía se pondría violento. Tenía unas manos muy fuertes y yo estaba asustada. Cuando lo dijo metió la mano bajo mi falda, ¡y me arrancó las medias y el tanga!

– ¿Fue sexo anal? ¿Te sodomizó?

– ¡No! ¡Me obligó a que yo lo sodomizara a él! Fue humillante. Estaba tan asustada que lo hice. No sé cómo me las arreglé, pero lo hice. Y ni siquiera tenía condón.