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Las últimas palabras que cruzaría con Bix Rumstead fueron pronunciadas cuando él estaba escaleras abajo en el vestíbulo, aguardando en la puerta la llegada de la policía. Ella estaba arriba, junto a la barandilla, esperando en el exterior de la habitación de Nicky. Desde allí miró en dirección a Bix y dijo:

– Tenías razón, Bix. Éramos mala cosa el uno para el otro. Pero quiero que sepas que hubiera preferido que él me matase esta noche que verte arrastrado a esta horrible pesadilla. Lo siento muchísimo.

La llamada llegó primero a la unidad 6-A-15 de la Guardia 3, la patrulla matinal, pero cuando 6-X-66 oyó la localización, Gert von Braun le dijo a Dan Applewhite:

– Eh, ¡es la dirección que estaba escrita en el permiso de conducir de aquel tipo!

Cuando la unidad 6-X-46 lo oyó, Jetsam le dijo a Flotsam:

– Hermano, ¡es la casa en Mount Olympus!

Pronto había cuatro patrullas blanquinegras aparcadas en la calle, una de ellas era la del comandante de vigilancia. Y Bix Rumstead estaba de pie en el porche frontal de la casa, diciéndoles que no entrasen para conservar todo limpio para el equipo de forenses, los criminalistas de la División de Investigación Científica, y los dos equipos de homicidios de Hollywood que venían desde la central. Sólo un exitoso argumento telefónico del capitán de área, que dijo que este incidente debía ser contenido tanto como fuese posible, impidió que fuesen convocados los detectives de robos y homicidios de la central como solía hacerse en los casos de elevada importancia. Con un policía del LAPD involucrado, éste era un caso de suma importancia.

Los policías surfistas se quedaron en la pista de entrada, Jetsam miraba a la luna llena iluminando el tejado de tejas de la casa. Durante unos segundos flotaron pequeñas telarañas de nubecillas a través de la deslumbrante capa de nubes que se extendía sobre las cabezas de todos por el cielo negro terciopelo de Hollywood.

Y Jetsam le dijo a su compañero:

– El Oráculo debería habernos dicho que estuviésemos alerta esta noche. Hay luna llena allá arriba. Y hermano, esta puta casa está llena de mal yuyu.

Capítulo 22

– Uno de los policías forenses acaba de llegar -le dijo Flotsam a Jetsam.

Albino Villaseñor, D2 de homicidios, fue el primer detective en llegar desde su casa. Aparcó en la calle y salió del coche con un maletín de plástico y una cámara, con el mismo traje marrón de Men's Warehouse que llevaba desde que Flotsam lo conocía.

Su cabeza calva brillaba bajo la luz que provenía de la luna de Hollywood, y su blanco mostacho parecía salvaje y felino tras haber estado durmiendo con la cara contra la almohada. Saludó con un gesto de la cabeza a los policías surfistas y avanzó hacia la puerta porticada sin signos de tener ninguna prisa particular por añadir un cuerpo más a la multitud de cadáveres que había visto durante su larga carrera.

Se volvió hacia la calle cuando una furgoneta blanca con un logo de televisión en la puerta subió a la acera y aparcó lo más cerca que pudo de la pista de entrada de la casa. Por detrás había una furgoneta de noticias de otra cadena de televisión de Los Ángeles. La emisión de la dirección de Mount Olympus en la emisora de la policía estaba sacando a todos los periodistas de la cama.

Cuando el detective estuvo dentro del vestíbulo, Flotsam le dijo a Jetsam:

– Parece que va a haber una investigación en la oficina de los cuervos -dijo Jetsam.

Cuando llegó la furgoneta del forense los criminalistas ya llevaban puestos sus guantes de látex y sus botas especiales, y estaban en la habitación tratando el asunto como si fuese la investigación de un asesinato múltiple. Incluso Villaseñor había sido telefónicamente informado por el comandante de la patrulla de vigilancia de que el único crimen cometido había sido perpetrado por el muerto. Pero con un policía del LAPD involucrado, iba a hacerse una investigación muy cuidadosa. Las órdenes provenían del jefe del Departamento del Oeste, como medida preventiva por si las cosas se torcían de verdad.

– Aquí vienen los de levantamiento de cadáveres -dijo Flotsam cuando vieron aparecer su furgoneta, que fue dirigida con señales hacia la puerta de entrada por el agente que había recibido la llamada original.

Cuando Bino Villaseñor entró, encontró a Dan Applewhite en la cocina con Bix Rumstead, que estaba sentado mirando a su taza de café, con los ojos rojos y estragados.

El detective, que no conocía al cuervo personalmente, le saludó con la cabeza. Bino Villaseñor, hablando con la cadencia rítmica del barrio este de Los Ángeles donde había crecido, le dijo a Bix:

– En cuanto llegue alguien más de nuestro equipo de homicidios, me gustaría que le llevasen a la comisaría. Yo bajaré tan pronto como pueda.

Bix Rumstead asintió y siguió mirando. El detective lo había visto antes: la tranquila y desesperanzada mirada sobre el abismo.

El detective le dijo a otro policía de la patrulla matinal que estaba en el vestíbulo, junto a la escalera:

– ¿Dónde está la señora de la casa?

– Arriba, en uno de los dormitorios a su izquierda -dijo el poli-. Está con una mujer oficial de la patrulla nocturna.

Bino Villaseñor subió las escaleras hacia la planta de arriba, echó un vistazo a la habitación principal donde se habían encendido las luces, y no entró mientras los criminalistas trabajaban, pero pudo ver que la sangre había empapado la alfombra bajo el cuerpo de Alí. El detective giró hacia la izquierda y caminó hacia la habitación de Nicky, donde encontró a Margot Aziz, todavía en pijama, con sangre seca en su rostro y en el pecho. Permanecía sentada en la cama, aparentemente llorando contra una mano llena de pañuelos. No conocía a la fornida oficial que estaba con ella, pero le indicó con un movimiento de su cabeza que podía irse. Gert von Braun salió de la habitación y bajó las escaleras.

– Soy el detective Villaseñor, señora Aziz -dijo a Margot-. Vamos a ayudarla a desplazarse a la comisaría para que haga una declaración más formal, pero tengo algunas preguntas preliminares que me gustaría hacerle.

– Por supuesto -dijo Margot-. Le diré todo lo que pueda.

Bino miró alrededor de la habitación, dirigió la vista hacia la montaña de juguetes y libros infantiles y hacia la tele más inmensa que había visto jamás en una habitación de niño, y luego dijo:

– ¿Dónde está su hijo?

– Está pasando la noche con su niñera -dijo-. Ésa es la razón por la que yo… bueno, ésa es la razón por la que Bix y yo… ya sabe.

– ¿Cuánto tiempo llevan saliendo usted y el oficial Rumstead? -preguntó el detective, sentándose en una silla delante de la Play Station, mientras abría su carpeta de notas.

– Unos cinco meses casi. -Estuvo a punto de decir «Día sí, día no», pero se dio cuenta de lo inapropiado que habría sonado, y añadió-: Más o menos.

– ¿Suelen dormir juntos a menudo aquí?

– Ésta es la primera vez que hemos dormido juntos. En otras ocasiones nos hemos visto en hoteles para encuentros breves.

– Dígame qué pasó después de que usted y el oficial Rumstead se fuesen a dormir.

– Oí un ruido.

– ¿Qué clase de ruido?

– El coche de Alí. La ventana estaba abierta y lo oí, pero por supuesto no sabía que era él. Podría haber sido alguien de visita en la casa de al lado. Hay un ruso viviendo ahí que recibe visitas a todas horas.

– ¿Qué hizo usted entonces?

– Tuve miedo de mi marido. Es irracional… era irracional. Me odiaba y quería llevarse a mi hijo lejos de mí como fuera. Le he contado muchas veces a mi abogado, William T. Goodman, las amenazas que mi marido me hacía. Puedo darle su teléfono.

– Más tarde -dijo el detective-. ¿Le contó usted a alguien más lo de las amenazas? ¿Lo comentó con la policía?