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– Lo intenté -dijo-. Se lo dije al agente Nate Weiss de la Oficina de Relaciones con la Comunidad, y al sargento Treakle, y a la detective Fernández y, por supuesto, a Bix Rumstead.

Eso sorprendió a Bino Villaseñor.

– ¿Alguno de esos oficiales le comentó la posibilidad de hacer un informe contra su marido por amenazas?

– Nadie parecía pensar que fuesen amenazas lo suficientemente explícitas como para calificarlas como un crimen. Todo el mundo parecía convencido de que un hombre de negocios con éxito como Alí Aziz nunca haría algo irracional. Pero yo sabía que era un hombre enajenado, celoso y peligroso, especialmente para nuestro hijo. Sabía que incluso intentaría quitarme a Nicky. Lo que no sabía era que estaba tan loco como para venir aquí y asesinarme.

– ¿Cómo entró? ¿Tenía todavía llave?

– No, que yo sepa -dijo-. Cambié las cerraduras cuando se volvió agresivo durante nuestro divorcio.

– ¿Y la alarma? ¿No la cambió usted cuando él se trasladó?

– Sí -dijo ella-, pero… perdón, es difícil hablar sobre todo esto.

– Tómese su tiempo -dijo el detective.

– Estoy avergonzada. Muy avergonzada. Pero la verdad es que Bix y yo estábamos bebiendo algo de alcohol. Él bebió bastante más que yo y tuve prácticamente que arrastrarlo escaleras arriba. Y bueno, hicimos el amor. Estábamos ambos agotados. Yo simplemente no podía levantarme para poner la alarma. Me caí medio dormida. No lo sé, igual me sentía segura con un oficial de policía… con Bix en la cama conmigo. Olvidé que la puerta de entrada estaba abierta.

– ¿Por qué estaba abierta? ¿No tiene un cierre automático?

– Sí, pero Bix lo retiró cuando fue al coche a buscar algo.

– ¿A buscar qué?

– Su pistola.

– ¿Fue a buscar su pistola? ¿Por qué?

– Yo quería comprar una pistola para protegerme y necesitaba saber cosas como el funcionamiento de la palanca de seguridad. Le pedí a Bix que me lo enseñase. Verá, estaba convencida de que Alí iba a meterse aquí un día de éstos. Y parece que así fue.

Ella advirtió que el detective estaba ahora muy interesado. Dejó de tomar notas. La miró a los ojos y dijo:

– Volvamos al momento en que oyó el coche en la entrada. ¿Qué hizo usted?

– Intenté despertar a Bix. Le di golpecitos. Lo llamé por su nombre. No iba a moverse. Estaba roto, roncando. Estaba muy borracho cuando se metió en la cama.

– ¿Entonces?

– Me tumbé en el suelo y miré abajo, estaba segura de haber oído rechinar las bisagras de la puerta principal. Luego corrí de vuelta al dormitorio y sacudí a Bix y lo llamé por su nombre, pero no hubo manera. La pistola de Bix, sus llaves y su monedero estaban en la mesilla de noche. Saqué la pistola de la funda. No tiene usted ni idea de lo aterrorizada que estaba.

– ¿Y entonces? -dijo el detective, y sus ojos oscuros bajo las gruesas cejas blancas se volvieron muy penetrantes.

– ¡Entonces no sabía qué hacer!

– ¿Intentó usted llamar al teléfono de urgencia?

– ¡No había tiempo! ¡Oía sus pisadas en las escaleras! ¡Venía muy rápido! ¡Tenía pánico!

– ¿Entonces?

– ¡Me escabullí detrás de la puerta del armario! ¡Entró en la habitación! ¡Tenía una pistola en la mano! ¡Caminaba hacia la cama con la pistola empuñada! ¡Pensé que iba a dispararle a Bix! ¡Aparecí y me puse entre él y Bix y grité! Grité: «Alí, ¡no dispares! ¡Por favor no dispares! ¡No dispares!». Pero se giró y me apuntó a mí, ¡y yo disparé!

Hundió la cara en los pañuelos y dijo:

– Disculpe -y salió corriendo hacia el baño de Nicky donde él la oyó abrir el agua del lavabo.

Cuando volvió ya no había rastro de sangre seca en su cara ni en su pecho.

– Lo siento -dijo-. Sentía náuseas. Y no me di cuenta de que estaba empapada de sangre hasta que me miré en el espejo. Creo que me arrodillé a su lado. Ni siquiera recuerdo eso. Tendrá que preguntarle a Bix qué pasó después. No creo que me desmayase, pero simplemente no recuerdo qué pasó después de haber disparado.

– ¿Cuántas veces disparó el arma?

– No lo sé.

– ¿Había disparado usted un arma antes?

– Sí, en la armería del Valle. Fui allí pensando en comprar una pistola para protegerme de Alí. Tomé una lección de tiro y decidí que le preguntaría a Bix sobre qué arma debía comprarme. Puedo darle el nombre de la armería. En el piso de abajo tengo mi agenda de teléfonos.

– ¿Informó usted a alguien más sobre las amenazas que su marido hizo contra usted?

– No tengo amigos cercanos en los que confiar. Mi vida entera se centra en cuidar de mi hijo. Veamos, había otros dos policías más además de los que nombré… -y añadió-: Sí, otros dos oficiales de policía.

– ¿Quiénes son?

– Los que vinieron la noche que el sargento Treakle estuvo aquí. Pensé que había oído pasos fuera en el paso entre mi propiedad y la de los vecinos. Estaba segura de que era Alí, pero los oficiales buscaron y no pudieron encontrar nada. Puede obtener sus nombres si le pregunta al sargento Treakle de la comisaría Hollywood.

El detective alzó una ceja, cerró su carpeta de notas y dijo:

– Hablando de la comisaría, creo que nos sería de gran ayuda si nos acompañara para hacerle algunas preguntas más y conseguir una declaración más formal.

– ¿Me está usted acusando de algo? -dijo ella.

– No, es sólo rutina -dijo el detective.

– No puedo ir allí -dijo Margot-. He pasado por un gran trauma. En cuanto su gente salga de mi casa tengo que decirle a mi niñera que traiga a Nicky de vuelta. Tengo un montón de cosas más por hacer, como puede usted imaginar. Estaré aquí, en mi casa, para ayudarle en lo que pueda, pero no voy a ir a la comisaría a no ser que mi abogado esté de acuerdo y venga conmigo. Y eso pasará sólo después de haber dormido un poco. Estoy agotada.

– Ya veo -dijo Bino Villaseñor, estudiándola más de cerca que nunca.

Un sargento de la Guardia 3 les dijo a los de 6-X-66 que serían relevados por una de sus unidades de vigilancia matinal, y que la patrulla de noche podía acabar el turno. Mientras 6-X-66 regresaba a la comisaría, Gert von Braun le dijo a Dan Applewhite:

– Ojalá hubiéramos hecho salir a ese tipo del Jaguar. Igual habríamos encontrado el arma.

– No teníamos ninguna razón para hacerlo -dijo Dan-. Su permiso de conducir tenía la dirección de Mount Olympus, y su seguro también. Lo comprobé todo.

– Casi siempre hago salir a la gente cuando es de noche, para ver si tiene antecedentes. Igual me intimidó porque era un ricachón de Hollywood Hills con montones de tarjetas personales del LAPD en su monedero.

– Gert, no era un borracho. Estaba sobrio.

– Aun así, deberíamos haberle extendido una amonestación.

– Eso hubiera atrasado lo que pasó unos diez minutos después, eso es todo.

– No me siento bien con la forma en que lo llevamos.

– Mira, Gert -dijo Dan-, el tipo tenía la determinación de matar a su mujer y se llevó lo que se merecía. Deja de machacarte.

– No es él en quien pienso. Es ese cuervo, Bix Rumstead. ¿Lo conoces personalmente?

– Lo he visto durante años, pero nunca he trabajado con él -dijo Dan Applewhite.

– Está acabado, seguro -dijo Gert.

– Bix Rumstead hizo su elección igual que Alí Aziz -dijo Dan-. Lo que les pasó a ambos tipos no tiene nada que ver contigo y conmigo.

– Lo sé -dijo Gert-. Pero eso no me hace sentir mejor.

– Mañana tenemos libre -le recordó Dan Applewhite-. Así que, ¿qué tal si hacemos algo en Hollywood? ¿Qué tal si te vienes conmigo a ver una de esas viejas pelis que te decía? Igual ponen una interpretada por Tyron Power. Si no te importa salir con un vejestorio, claro.

– No eres tan viejo -dijo ella.

Faltaba todavía una hora para el alba cuando Bino Villaseñor se sentó en una mesa delante de Bix Rumstead en una de las salas de interrogatorio del cuartel de los detectives de Hollywood. Habían hablado durante cuarenta y cinco minutos ininterrumpidamente, todo había quedado grabado.