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– ¿Habló usted con el abogado de la señora Aziz sobre la herencia familiar? ¿Cuál cree que es el motivo del crimen? -preguntó el fiscal del distrito.

– Ésa fue una de mis primeras preguntas -dijo Bino Villaseñor-. El administrador de Margot es su padre, que vive en Barstow, y todo lo que tiene irá a parar a manos de su hijo, Nicky Aziz.

– ¿Y qué pasa con las propiedades de Alí Aziz? -inquirió el fiscal.

– Su abogado nos informó de que él será el administrador y que los bienes irán a parar a manos de Nicky Aziz.

– Por lo que ha podido averiguar -dijo el fiscal-, sugiere que se trata de un caso de defensa personal y no de un homicidio, ¿es así?

– Correcto -dijo Bino Villaseñor-. Al menos, de momento.

– ¿Y el abogado no nos dejará ver a Margot Aziz para seguir interrogándola a menos que presentemos una citación? -dijo el fiscal.

– Correcto -dijo el detective-. Lo último que me ha dicho es que ella se va a tomar unas largas vacaciones para alejarse de la prensa, posiblemente en un crucero. Dijo que han enviado al niño a casa de sus abuelos en Barstow, y que Margot Aziz no volverá a Hollywood hasta que lo que él denomina «este feo escándalo» deje de aparecer en las noticias. Dijo que está ofuscada, agotada mentalmente.

El comandante dijo:

– Hizo usted un buen trabajo, detective. Y también parece agotado. ¿Por qué no se va a casa?

– Tengo algo dentro todavía, jefe -dijo Bino Villaseñor-, pero en este caso, es como boxear contra fantasmas.

Al final de aquel largo día, el sargento a cargo de la Oficina de Relaciones con la Comunidad, les dijo a todos los cuervos, en una reunión muy solemne, que la familia de Bix Rumstead planeaba organizar un funeral privado en cuanto el forense enviase el cuerpo de Bix a la morgue. Entonces el sargento contó unas cuantas anécdotas de los buenos tiempos felices que había vivido con Bix, y se inventó otras.

Ronnie Sinclair tuvo que secarse los ojos varias veces mientras los otros hablaban sobre Bix, y declinó la oferta para decir algo sobre su compañero. Ronnie quería contarles a todos el día que Bix se había convertido en un ángel para un niño camboyano moribundo, pero sabía que no iba a ser capaz de acabar de contarlo.

Capítulo 24

Veintiún días después de que los cuerpos de Bix Rumstead y Alí Aziz fueran enterrados en diferentes cementerios, un barco de crucero noruego atracó en el puerto de Estambul. La entrada a Estambul a través del Bósforo, con Europa a un lado y Asia al otro, había sido muy emocionante, y Margot Aziz estaba deseosa de explorar la ciudad portuaria turca con los demás pasajeros que había conocido.

Margot no tenía ningún problema para entablar amistad con los pasajeros, en especial entre los solteros, que siempre la acompañaban, bajasen en el puerto que bajasen. Pero ninguno le interesaba demasiado a Margot, así que decidió visitar el Museo Topkapi y el Gran Bazar con Herb y Millie Sloane, un matrimonio de San Francisco.

Al final del agotador día decidieron cenar en un restaurante muy recomendado, en lugar de volver al barco. Disfrutaron de un festín, regado de vino local y pasaron una velada magnífica. Cuando volvieron al barco, Margot les dijo a los Sloane que estaba cansada y no le apetecía ir a la discoteca de cubierta a ver el show que sus amigos sí querían ver. Lo último que les dijo fue que necesitaba un buen descanso.

Lo único que había estropeado la alegría a Margot en esos días fueron las llamadas que tuvo que responder a una enojada Jasmine McVicker, que creía que iría con ella como acompañante. Margot no lograba hacerle comprender las sospechas que hubiera levantado ese viaje en común y decidió que la chica era idiota. Tendría que pagarle y sacarla de su vida antes o después. Pero por ahora necesitaba un descanso.

Una hora más tarde, Margot Aziz empezó a tambalearse en su camarote y llamó a gritos a un muchacho de la tripulación. Era alemán y se llamaba Hans Bruegger. Hans declaró que Margot Aziz parecía estar experimentando espasmos musculares. Dijo que su espina dorsal se arqueó y que de pronto empezó a convulsionarse. La sacaron del barco y la llevaron a toda velocidad al mejor hospital de Estambul. Pero murió de asfixia en menos de una hora.

Las autoridades turcas hicieron inmediatamente sus pesquisas, y a solicitud del Departamento de Estado norteamericano, el cuerpo de Margot fue enviado a California para la autopsia. En cualquier caso, un patólogo turco se aventuró a dar una opinión a los medios de comunicación, y afirmó que, basándose en los síntomas y en el examen superficial del cuerpo, había visto indicios de algo similar al veneno que se usa contra las ratas. La palabra «estricnina» apareció de nuevo en las noticias. El restaurante donde Margot había cenado fue visitado por los oficiales sanitarios de Turquía, pero no pudieron encontrar nada raro. Y los Sloane declararon no haber padecido ninguno de esos síntomas. No encontraron veneno para ratas en ningún sitio. Y no había ningún pesticida con estricnina en ningún lugar del barco.

Cuando el cuerpo de Margaret Osborne, de casada Margot Aziz, llegó a Estados Unidos, los reporteros se enredaron en montañas de especulación sobre si aquella muerte cruel podría ser otro caso de un americano misteriosamente envenenado lejos de casa. No les llevó mucho tiempo a los reporteros introducir siniestras sugerencias que enfurecieron al negocio turístico turco. Dijeron que los americanos ya no estaban a salvo de los extremistas en ningún país musulmán, fuese demócrata o no.

Un enfurecido portavoz del consulado turco en Los Ángeles dijo que, en su opinión, la muerte de Margot Aziz no había tenido nada que ver con los musulmanes, y que el suicidio debería ser al menos considerado como un motivo. Sugirió que el reciente asesinato de su marido en circunstancias tan patéticas habría sido quizás demasiado para ella. Esa declaración enfureció al abogado de Margot Aziz que lo consideró ridículo, y provocó otra respuesta furiosa de James y Teresa Osborne, los padres de Margot en Barstow, California, que estaban en proceso de convertirse en albaceas legales de su acaudalado nieto, Nicky Aziz.

Había dos personas en la ciudad de Los Ángeles que estaban casi tan enfadados como sus padres por la muerte de Margot Aziz. Una era una hermosa bailarina americano-asiática cuyo único pago por un trabajo que le había destrozado los nervios habían sido los 4.700 dólares que había robado de la mesa de la oficina de Alí Aziz la noche que fue asesinado. Jasmine McVicker pasó tres días en la cama llorando tras ver en las noticias la muerte de Margot Aziz. Siempre le quedaría la duda de si Margot no había sido una víctima de su propio plan. Ese pensamiento la aterrorizaba.

El otro residente de Los Ángeles que estaba profundamente disgustado por las noticias sobre la muerte de Margot Aziz era un farmacéutico mexicano de la calle Alvarado. No tenía ni idea de si su antiguo cliente, Alí Aziz, podía haber sido víctima de un crimen, pero temía que Margot Aziz sí lo fuese. Y pensó que sabía cómo podía haber pasado.

Su esposa notó que el farmacéutico parecía obsesionado con las noticias relativas al caso, y se preguntó por qué se había vuelto tan asiduo a los oficios religiosos, no sólo en domingo, sino también a lo largo de la semana. A menudo le veía arrodillado ante la estatua de la Virgen de Guadalupe, con su puño prieto sobre el corazón, como si pidiese perdón.

Y en la comisaría Hollywood, el detective Bino Villaseñor dijo al D3 de homicidios:

– Cuando los esposos cometen asesinatos, las mujeres usan veneno, los hombres armas. En este caso la mujer usó un arma y el hombre…