– Entiendo -dijo Cat-. ¿Y luego, qué ocurrió?
– Cuando terminé dijo que quería más, yo le dije que ni hablar e intenté salir fuera del coche. Ahí comenzó a insultarme y a decirme que debería arrollarme con el Cadillac. Así que cogí sus llaves, salí del coche y corrí mientras él intentaba subirse los pantalones.
Rhonda cogió un pañuelo y se limpió el rímel de la cara, aunque Cat no sabía si estaba llorando de verdad o no.
– Rhonda -le dijo-, no nos obligues a hacer un montón de papeleo por nada. Dime la verdad. ¿Había dinero de por medio en todo esto?
Rhonda volvió a meter el pañuelo dentro del bolso y dijo:
– Me ofreció treinta y cinco dólares. -Y luego añadió-: Yo no se lo pedí. Él sólo se ofreció a dármelos. No por el sexo, sino como un regalo o algo así.
– ¿A cambio de que fueras a bailar con él?
– Ajá -dijo Rhonda, sorbiéndose los mocos.
– Quédate aquí.
Al ver a Cat caminando en dirección suya, Flotsam le dijo a Milton Zimmerman que no se moviera y se adelantó hacia Cat hasta mitad del camino, donde pudieran hablar en voz baja. Teddy el Trombón intentó acercarse furtivamente, pero cuando Cat le lanzó una mirada, se escabulló hacia el portal de su dormitorio al tiempo que murmuraba:
– Les tengo un miedo tremendo desde lo de Pearl Harbor.
– Ella es coreana, Teddy. Estás a salvo -le hizo saber Flotsam.
– ¿Del Norte o del Sur? -preguntó Teddy, nervioso.
Cuando Cat y Flotsam estuvieron cerca, Flotsam dijo:
– Él dice que la recogió frente a la licorería, junto a la cabina telefónica. Ella le ofreció sexo por cincuenta dólares pero luego aceptó hacerlo por treinta y cinco. Condujeron hasta el callejón, donde ella lo apaciguó con una felación, y entonces le pidió veinte dólares más. Él se negó, ella se levantó y cogió sus llaves y corrió hacia la licorería.
– ¿Te dijo por qué Rhonda quiso otros veinte cuando ya había acabado la cosa? -preguntó Cat.
– No, ¿por qué?
– Si Rhonda está diciéndonos casi toda la verdad es porque el tipo quería que ella hiciera algo que a la mayoría de las drags femeninas, como Rhonda, rara vez se les pide.
– Los drags y los travestís hacen cualquier cosa que les pidas -dijo Flotsam-, por eso cogen toda clase de pestes y plagas. De manera que ¿qué fue lo que le pidió ese tipo?
– Sexo anal -dijo Cat.
– ¿Y? ¿Eso le pareció raro?
– Pero Milton era el receptor, no el bateador.
– A ver si te sigo: ¿me estás diciendo que Milton acabó siendo la puta de Rhonda?
Flotsam se giró estupefacto, miró un instante al indignado hombre de negocios, impecablemente vestido de Armani, y dijo:
– A veces todo se vuelve demasiado confuso aquí fuera.
Lo único que quedaba por hacer era calmar a ambos demandantes. Los policías se acercaron hacia el empresario, y Flotsam dijo:
– Señor Zimmerman, ¿de veras quiere presentar una denuncia? Antes de que me conteste, déjeme que le diga que la persona que está ahí con la falda rajada dice que usted pagó para que ella…
– Lo sodomizara -remató Cat abruptamente-. Eso no quiere decir que usted no pueda ser víctima de un intento de robo de coche, pero podría ser vergonzoso para usted y su familia si fuese a juicio. Por supuesto, podríamos desmentir el alegato de Rhonda si lo llevamos al Centro Médico Presbiteriano y hacemos que un médico le haga un examen de ano para buscar pruebas de ADN. ¿Qué opina?
Después de dudar durante un buen rato, Milton Zimmerman dijo:
– Bueno, no me importaría olvidarme del asunto y alejarme todo lo que pueda de ese lunático.
– Ahora quédese aquí un momento hasta que comprobemos si la otra parte está satisfecha con esta solución.
Mientras caminaban de vuelta hacia la licorería, Rhonda estaba colgando el auricular del teléfono público fijado a la pared. Cat le dijo:
– Rhonda, tal vez quieras pensártelo un poco antes de insistir en hacer una denuncia por secuestro o agresión sexual. Verás, en este asunto había dinero de por medio, independientemente de si él decidió dártelo o tú se lo pediste. Sexo y dinero juntos habitualmente significan prostitución.
– Y después de todo, él fue quien acabó follado -le dijo Flotsam-. Así que incluso si lo arrestamos por haberte agredido, su abogado dirá que quien fue sodomizado fue él, no tú. Y que éste es sólo un caso de toma y daca, tanto da tetas que culo.
– Está bien -dijo Rhonda, suspirando-. Pero yo siempre sabré que la víctima fui yo, no ese monstruo. ¡Y mis tetas no tienen nada que ver en el asunto!
Mientras Milton Zimmerman se dirigía hacia el callejón con las llaves del coche, que Cat le había devuelto, Rhonda se quitó el tacón plateado roto y se fue cojeando por el bulevar de Santa Mónica en la dirección opuesta, hasta que desapareció en la oscuridad de la noche.
– En Hollywood no existe la violación -le dijo Cat a Flotsam-. Sólo hay un montón de disputas de negocios.
Flotsam tuvo la última palabra, que en realidad eran dos. Era lo que siempre decían los oficiales en aquella peculiar comisaría, allí en pleno corazón de Los Ángeles. Movió la cabeza en señal de total perplejidad y dijo:
– ¡Puto Hollywood!
Justo en ese momento sonó el teléfono público. Cat ya estaba caminando hacia el coche pero Flotsam dijo:
– Todos tienen miedo de los teléfonos móviles, porque ven Bajo escucha en la televisión.
Flotsam lo cogió, e imitando la voz de Rhonda lo mejor que pudo, dijo:
– ¿Diiigaaa?
Tal y como esperaba, una voz de varón contestó:
– ¿Eres Rhonda?
– Sí, así es -dijo Flotsam en falsete.
– Hola, soy el tipo que tuvo una fiestecita contigo en mi piso, hace tres semanas -dijo el hombre que llamaba-. Lance, ¿te acuerdas?
– Ahhhh, sí -dijo Flotsam-. Recuérdame tu dirección, Lance.
Y antes de que colgara, Cat le oyó decir:
– Prepárate para perder esos pantalones, Lance.
– ¿Qué ocurre dentro de ese cerebro lleno de agua? -le preguntó Cat con una mirada achinada.
A las once y media, el 6-X-32 se detuvo enfrente de un edificio en Franklin, un barrio muy exclusivo desde el que Flotsam y Cat no hubiesen esperado que nadie llamara a una drag callejera para que fuese a su casa.
– Pensé que íbamos a encontrar al tipo en un lugar como aquel edificio cerca de Fountain y Beechwood. Allí hacen negocios muchos travestís y drags. Mi compañero y yo lo llamamos Parque Jurásico -le dijo Flotsam a Cat.
– ¿Por qué?
– Por el tipo de gente que los ocupa. No sabemos qué diablos son.
Flotsam apuntó su linterna hacia el balcón de la segunda planta, hasta que divisó el piso correspondiente al número del apartamento de Lance. Cogió el megáfono y dijo:
– ¡Atención, Lance! ¡La señorita Rhonda lamenta estar indispuesta y no poder acudir a su cita contigo esta noche! ¡Tiene una infección crónica de próstata!
Capítulo 3
Ronnie no estaba segura de si le gustaba eso de trabajar en la CRO. En realidad no era trabajo de policía, y sin embargo no podía dejar de pensar en cómo se había sentido cuando su madre, su padre y su hermana casada se habían confabulado contra ella cuando les habló sobre su nuevo trabajo durante una cena familiar en casa de sus padres, en Manhattan Beach, donde su padre era el dueño y director de una exitosa empresa de suministros de fontanería.
– Ni siquiera me gusta cómo nos llaman -les dijo Ronnie.
– ¿Cuervos? -dijo su madre-. Es simpático.
– ¿Cómo te sentirías si te llamaran cuervo? -preguntó Ronnie.
– Soy demasiado vieja para saberlo -dijo su madre-, pero aplicado a ti suena simpático.
Ronnie se sentía excepcionalmente cansada aquella tarde, y después de que su madre y su hermana Stephanie prepararan la cena -fletán asado con arroz-, se tumbó en el sofá con su sobrina Sarah, que se sentó sobre su barriga. Había intentado sin mucho éxito disfrutar de un vaso de pinot mientras Sarah parloteaba y saltaba encima de ella sin parar.