– Perfecto -aceptó Kelsa y colgó para avisarle a Nadine que saldría de la oficina el lunes como a las cuatro.
Terminado eso, hizo un esfuerzo por dedicarse al trabajo, pero con Lyle en la mente, le fue muy difícil. Cuando por la tarde, trajeron un enorme arreglo floral a la oficina, ya fue imposible concentrarse en el trabajo.
– Alguien se interesa -murmuró Kelsa sonriente, mirando a Nadine y creyendo que las flores eran para ella, probablemente de su prometido.
– Ciertamente así es -sonrió Nadine y dirigió al mensajero al escritorio de Kelsa.
– ¿Para mí? -preguntó Kelsa, atónita y sintió que se sonrojaba de sorpresa y emoción cuando, viendo que, en efecto, el sobre venía dirigido a la señorita Kelsa Stevens, lo abrió y sacó una tarjeta que decía: “¿Puedo suponer que estás pensando en mí tanto como yo pienso en ti?” Y firmó “L”-. ¡Oh! -exclamó y no podía creerlo. ¿Tanto como él pensaba en ella? Pero si él estaba en su mente todo el tiempo-. Son… de un amigo -murmuró cuando vio que Nadine la miraba.
– Ya me lo imaginé -replicó Nadine con una sonrisa, aunque cuando vio que Kelsa no sería más explícita, volvió discretamente a su trabajo.
Diez minutos después, Kelsa todavía trataba de contener los acelerados latidos de su corazón. ¡Lyle le había mandado flores! ¡Unas flores bellísimas! Ella ni siquiera sabía en dónde estaba él… pero dondequiera que estuviese, pensaba en ella.
Todavía seguía exaltada y con los ojos brillantes cuando, con su precioso arreglo floral en el coche, conducía a su apartamento esa noche. ¡Lyle pensaba en ella! Él le había prometido comunicarse en cuanto regresara. Amándolo como lo amaba, Kelsa luchó contra el peligro de leer en sus palabras o sus acciones algo que pudiera no estar ahí; pero aun cuando se esforzaba por tener los pies en la tierra, sentía que podía estar segura de que, al mandarle flores y al sugerirle que pensaba en ella, seguramente significaba que al comunicarse, a su regreso, no sería por cuestión de negocios.
A causa de Lyle, porque él estaba en su mente y en su corazón y porque se sentía tan inquieta, no tenía deseos de encontrarse con los antiguos amigos; así que decidió nuevamente no ir a Drifton Edge ese fin de semana. No esperaba que Lyle se comunicara con ella tan pronto… Se acababa de ir… De ninguna manera podía estar de regreso todavía. Había dicho que sería como una semana; eso sería alrededor del jueves.
Pasó el sábado haciendo labores domésticas, sentada a ratos y mirando al espacio soñadoramente o admirando la canasta con flores, que tenía un sitio de honor en el centro de una mesita baja.
El domingo por la mañana, estaba ansiosa por ver a Lyle de nuevo y, siendo el amor un capataz terrible, empezó a sentirse enferma al advertir que, aun suponiendo que Lyle regresara a Inglaterra el jueves, eso no quería decir que ella lo vería inmediatamente. También descubrió que el amor quitaba el apetito, pues no deseaba comer al mediodía. Tal vez… tenía que enfrentarse a la horrible idea de que Lyle dejaría pasar una semana antes de comunicarse con ella.
Al atardecer, Kelsa seguía con la misma agitación mental. Sabía que, aun cuando vivía con la esperanza, la fría lógica tenía que declarar que una cena, unos cuantos besos, aun cuando fueran de calidad explosiva, más una preciosa canasta de flores, no podían constituir una prueba de que Lyle estaba interesado en ella. De pronto, sorpresivamente, alguien tocó el timbre de la puerta y los pensamientos de Kelsa quedaron suspendidos en el aire.
Aun cuando trataba de controlarse, de calmarse y de convencerse de que no fuera tan tonta y de que no era posible que Lyle ya estuviera de regreso, había esperanza en su corazón. Con las piernas temblorosas, fue a abrir la puerta.
Desde luego, no era Lyle la persona que estaba parada ahí… como si ella tuviera un poco de sentido común, debió saberlo desde un principio, sin excitarse tanto. Pero cuando reconoció a la mujer que había visto una vez en la iglesia y otra vez en la oficina de los abogados, supo que era un miembro de la familia de Hetherington.
– ¡Señora Hetherington! -exclamó, sorprendida, mientras la alta y majestuosa mujer, de expresión pétrea, la miraba autoritariamente.
– ¿Puedo tener unos minutos de su tiempo? -sugirió la madre de Lyle con una voz muy cultivada.
– Sí, claro -Kelsa recordó sus buenos modales-. ¿Gusta pasar? -invitó, pero por más que vagaban sus pensamientos en todas direcciones, no encontraba una respuesta al porqué la madre de Lyle tenía que visitarla. ¿Lyle? -preguntó de pronto con ansiedad-. ¿Está bien?
Su ansiedad fue, por lo visto, advertida por su visitante y la mujer apretó los labios.
– ¡Los hombres Hetherington siempre están bien! ¡Ellos se esmeran por estar siempre bien! -replicó la señora Hetherington con rigidez-. Son las mujeres en su vida las que sufren.
A Kelsa no le gustó lo que dijo, aunque tanto su madre, como la mujer que estaba frente a ella, habían conocido el dolor a través de Garwood Hetherington; no podía discutiese hecho. Sin embargo, como parecía que Lyle estaba bien de salud, de otro modo la señora Hetherington ya lo habría mencionado, Kelsa invitó:
– Por favor, tome asiento -y se preguntó si debía ofrecerle algo de beber. Ese pensamiento se desvaneció al instante, cuando su invitada se detuvo a observar las flores de la mesita. Y mientras Kelsa se arrepentía de haber puesto la tarjeta de Lyle en un lugar muy visible donde pudiera descubrirse, ya que significaba tanto para ella, la señora Hetherington se inclinó para echarle un vistazo.
– ¡Así que ya empezó! -declaró vagamente y como para ratificar el hecho de que ésa no era visita social y que no se quedaría mucho tiempo, la señora se sentó en el brazo de un sillón.
– ¿Perdón? -preguntó Kelsa, sentándose cortésmente frente a la mujer-. No entiendo…
– Las flores… obviamente, son de Lyle -y mientras Kelsa parpadeaba, la señora continuó con altanería-: Cuando mi cuñada me contó por teléfono, esta mañana, que usted, junto con mi hijo, fueron a verla el miércoles, supe de inmediato lo que él estaba tramando.
Kelsa se le quedó mirando con los ojos abiertos por la sorpresa.
– ¿Tramando? -repitió.
– Él, desde chico, fue una persona que siempre iba directo a conseguir lo que deseaba. Es obvio que sólo esperó que se leyera el testamento de su padre y va tras lo que está determinado á tener.
– ¿Determinado a tener? -atónita por la actitud agresiva de la mujer, Kelsa supo que la madre de Lyle no tenía ningún sentimiento cordial hacia ella. No que la culpara por eso; pero…
– Usted no creyó que Lyle iba sumisamente a permitir que usted se llevara lo que él considera que es legítimamente suyo, ¿verdad? -interrumpió la señora sus pensamientos con tono áspero.
– Pues… no -repuso Kelsa, aunque nunca pensó en eso; pero no podía imaginarse a Lyle dejando pasar algo sumisamente. Al empezar a despejarse su cerebro, sugirió-: Si habla usted del dinero, de los valores y…
– Mi hijo, señorita Stevens -interrumpió Edwina Hetherington con descortesía-, independientemente de lo que él le haya dicho, está dispuesto a pelear por lo que quiere. Sin importar lo que cueste, él irá tras su meta. Es inherente en él.
– Pero él no… -Kelsa iba a explicar que Lyle no tenía que pelear por nada en relación a la herencia, pues ella iba a renunciar voluntariamente a todos sus derechos a ella.
Sin embargo, no tuvo oportunidad de terminar lo que había empezado, pues, para su sobresalto, la señora Hetherington comenzó a decir con hostilidad:
– Déjeme aclararle esto, señorita Stevens. Mi única preocupación al venir a verla es que no la quiero como nuera.
– ¡Nuera! -exclamó Kelsa, atónita.
– No quiero que sea la esposa de mi hijo -se lo explicó más claramente la señora.
– Pero… -balbuceó Kelsa, sin poder creer lo que oía-… Lyle no me ha pedido…