Capítulo 9
Lyle tenía un aspecto decidido que no le gustaba nada a Kelsa y, aunque, a pesar del vigoroso latir de su corazón, no tenía ningún deseo de ser su amable anfitriona, de todos modos lo condujo a la sala.
Una vez ahí, habiendo encendido la luz, rápidamente se separó de él. Si iban a tener un pleito… y nadie la incitaba más al enfado que este hombre… no quería estar demasiado cerca de él, para no ceder a la tentación de darle una bofetada.
– Pensé que estabas en el extranjero -espetó de entrada.
– Regreso esta tarde -replicó él con sequedad, sintiéndose obviamente igual de cordial hacia ella como ella hacia él.
– ¿Ah, sí? -murmuró Kelsa y de inmediato aplastó la ridícula idea de que Lyle había volado especialmente para verla a ella-. Pues si has venido a recoger algo que olvidaste, deberías estar en tu oficina o en tu casa, no aquí.
Él la miró con expresión helada, que no revelaba nada de lo que ella pudiera inferir si él estuvo de vacaciones o de negocios. Pero esa mirada la hacía sentirse incómoda, como si ella hubiera hecho algo malo. Apartó la vista de él y se hundió más en el sofá, como si eso le sirviera de protección antes que empezara el ataque. Porque él lo haría, de eso estaba segura. Lo sentía, sentía su tensión, como si estuviera agazapado para saltar sobre ella.
Y no tuvo que esperar mucho, pues, al volver a mirarlo a los ojos, descubrió que la mirada de él no estaba helada, sino que ardía de ira. Eso lo demostró al retarla agresivamente:
– ¿Qué sucedió?
– ¿Sucedió?
Él le lanzó una mirada sombría, como queriendo ahorcarla por fingir que no sabía de lo que él hablaba.
– La última vez que te vi, eras una mujer cálida, cariñosa, sensible…
– ¡Por amor de Dios! -lo interrumpió ella-. ¿Cómo esperabas que fuera yo? Tú eras un hombre fuera de mi experiencia… Un…
– ¡No te atrevas a decirme que te comportas así con cualquier hombre! -interpuso él, furioso.
– ¡No te digo nada! -replicó ella, con pánico y con ira-. Ni quiero sostener esta conversación. Obviamente viniste con algún propósito, así que…
– ¿Qué sucedió? -insistió él-. Nos estábamos llevando bien. Yo pensé que… -se interrumpió, como si no estuviera seguro de lo que le podía confiar. Pero entonces Kelsa reaccionó. ¿Qué era lo que él pensaba? ¡Ese hombre estaba tratando de seducirla con engaños!
– Mira, Lyle -decidió ser afirmativa-. No sé que habrás interpretado en… mi… mmm -eso no era ser muy afirmativa-. De cualquier manera -reanudó rápidamente-, si criticas el hecho de que salí con otro hombre, entonces…
– ¿Y sí saliste con otro hombre? -preguntó él bruscamente y cuando ella se le quedó mirando, sin poder continuar con la mentira, él insistió-: ¡No pudo haber sido gran cosa de cita, si después viniste para acá!
– Bueno, tal vez no tuve una cita -se encogió de hombros ella y, al aumentar su tensión, estuvo a punto de decir que no había necesidad de toda esa farsa; de que él sugiriera que era importante si salía con un hombre o con cien además de él, porque ella de todos modos le transfería todos sus derechos a la herencia, así que él podía guardarse sus engaños y no quedarse ni un minuto más en Drifton Edge.
Pero él la observaba, la ponía nerviosa y no la dejaba pensar correctamente. También empezó a sentirse insegura y confundida, así que le pareció que, si quería salir de ese lío con su orgullo y su dignidad intactos, mientras menos le dijera, sería mejor. De todos modos, Brian Rawlings le diría todo lo necesario, una vez que ella firmara el documento que él redactaría.
Sin embargo, en ese momento Lyle la examinaba, pareciendo más relajado, apoyado indolentemente contra la chimenea y a ella le habría gustado saber en qué pensaba él. Pero sus ojos no revelaban nada, aunque la agresividad había desaparecido de su voz, al preguntar suavemente:
– ¿Por qué mentir, Kelsa?
– ¿Acaso es cuestión de vida o muerte? -lo retó ella, perturbada.
– ¡Estás nerviosa! -advirtió él y ella lo odió por ser tan perspicaz-. ¿Por qué estás intranquila?
– Oye… -exclamó ella, exasperada-, si tienes que tomar un avión para regresar a donde sea que tienes que estar esta tarde, más vale que te vayas, ¡ya!
– No antes de obtener lo que vine a buscar -repuso él.
Aunque ella sabía que debía preguntarle qué era lo que buscaba allí, la invadieron los nervios nuevamente. Además, le surgió el temor de que, en una discusión, ella podría revelar algo de lo que sentía.
– ¡Por amor de Dios, Lyle! Son las seis y media de la mañana -empezó como intentando desviar la atención.
– Y por tu aspecto lavado y el hecho de que estuvieras levantada y vestida cuando vine, yo diría que o tienes una cama muy incómoda o tienes problemas para dormir.
– Ah, por… -empezó ella con pánico y acabó volviéndole la espalda y estallando-: ¡Ya tuve bastante de ustedes los Hetherington! -y acabó con voz temblorosa-: Quisiera que te fueras.
Oyó que él se movía y apretó los puños cuando pareció que acataba sus deseos de que se fuera. Las lágrimas le ardían en los ojos y en la garganta y Hubiera querido voltear a verlo por última vez; pero no lo haría. Tenía que terminar ahora.
De pronto, la invadió la alarma, al siguiente sonido que oyó y las lágrimas se secaron al instante, pues en vez de escuchar la puerta que se abría y se cerraba, vio a Lyle frente a ella.
Abrió la boca para decirle nuevamente que se fuera, pero no salió ningún sonido, pues advirtió que él tenía una mirada muy sagaz y, demasiado tarde, Kelsa recordó su agilidad mental; cuando se trataba de pensar rápido, él era el mejor.
– Dijiste “ustedes, los Hetherington”, plural -le recordó él lo que ella había dicho, sin darse cuenta.
– ¿Lo dije…? -repitió ella, tratando de quitarle importancia.
– Apreciabas a mi padre, eso lo sé, así que no creo que lo incluyeras en ese despectivo “ustedes los Hetherington” -analizó él rápidamente-. Ni, a pesar de que mi tía Alice tuvo la desagradable tarea de informarte que no tenías una hermana, creo que la incluyeras a ella -Kelsa se le quedó mirando, sin habla. Al ver cómo funcionaba la mente de Lyle, tenía deseos de mentirle, de decirle que sí le tenía rencor a su tía por lo que le dijo, pero eso no era verdad y no pudo decir nada, mientras Lyle continuaba-: Así que eso sólo me deja a mí y… -hubo más viveza en su mirada-. Ah, Kelsa; eso es, ¿no? Mi madre habló contigo, ¿verdad?
– Yo… -ella quena negarlo, pero tampoco pudo, aunque sabía, con desesperación, que no quería que Lyle supiera la verdad… que su madre sí había hablado con ella y que ese era el motivo por el que había abandonado Londres, porque saber que Lyle sólo la estaba engañando para sus propios fines, era más de lo que ella podía soportar. Sin embargo, cuando le costaba trabajo estar en sus cinco sentidos, surgió en ella de pronto una habilidad de actuación que no sabía que tenía y con un tono sorprendido, preguntó-: ¿Por qué iba tu madre a querer hablar conmigo? -y tuvo que sufrir la mirada fija de Lyle sobre ella, examinándola.
Luego, dejándola atónita, dejó caer las palabras:
– Supongo que por la misma razón por la que me telefoneó a mi hotel de Suiza, el domingo.
Y Kelsa, aunque asimiló que él había estado en Suiza, se quedó tan asombrada, que incautamente jadeó:
– ¿Te telefoneó a ti después de que me vino a ver el domingo?
– ¡Vaya que eres un amor de ingenuidad! -comentó Lyle, impresionándola, al sonar tan natural.