– ¿Cómo? -preguntó ella, con el corazón acelerado, al tratar de que no la afectara cualquier palabra cariñosa, por más natural que sonara.
– Para que te enteres, mi madre logró comunicarse conmigo alrededor del mediodía, el domingo -dijo él-: pero gracias por confirmar esa terrible sospecha.
– ¡Eso no fue justo!
– ¿Qué diablos hay en este negocio? -quiso saber él y, al lanzarle Kelsa una mirada resentida por haberle sacado la información que no quería compartir con nadie, fue obvio que él tenía la mente en los negocios todo el tiempo-. ¿Vas a decirme para que fue a verte? -preguntó él con suavidad.
– ¡Tú eres muy inteligente; adivínalo! -lanzó ella con hostilidad y él rápidamente lo hizo.
– Es obvio que tiene una conexión con la llamada que me hizo -empezó él, pero dejando eso a un lado, él continuó con tensión-: Si mis conjeturas son correctas, tendré que… -se interrumpió y, poniendo una mano en el brazo de Kelsa, dijo-: Mira, Kelsa, independientemente de lo que te haya dicho mi madre, trata de confiar en mí. Confía en mí y escúchame.
– ¿Escucharte? -preguntó ella, haciendo tiempo para controlarse, pues el contacto de la mano de Lyle en su brazo la debilitaba.
– Tengo mucho que decirte, pero gracias a la interferencia de mi madre, para convencerte de mi sinceridad, tendré que dar un largo rodeo.
– Por primera vez para ti, de seguro -murmuró ella con acidez, sabiendo que él siempre iba derecho a lo que quería.
– Posiblemente, aunque desde que te conozco ha habido muchas primeras veces en varios aspectos.
– No lo dudo -comentó ella con escepticismo.
– Por lo que parece, mi madre hizo muy buen trabajo -observó él y luego preguntó-: ¿Me darás el tiempo que necesito para explicarte unas cosas? Me urge hablar contigo; créeme -subrayó él, con un aspecto tan sincero, tan tenso, que Kelsa, a pesar de haber endurecido su corazón contra él, se ablandó un poco.
– Adelante -ofreció sin pensar.
– Puede tomar un buen rato… ¿Nos sentamos? -sugirió él.
– ¡Luego me pedirás que te sirva café! -lanzó ella con irritación, aunque por el efecto debilitador de la mano de Lyle sobre su brazo, tomó asiento. Lo mismo hizo Lyle. Sin embargo, como era un sillón para tres personas, aunque él estaba más cerca de lo que ella hubiera deseado, no estaba presionándola. ¿Decías? -sugirió Kelsa.
– Decía -siguió él, titubeó y luego, volviéndose hacia ella, continuó-: Para comenzar por el principio, te vi por primera vez…
– Y de inmediato supusiste que era yo la amante de tu padre.
– ¿Lo voy a contar yo? -sugirió él.
– Adelante, por favor -se encogió de hombros ella. Tal vez fue muy débil al aceptar que él le hablara; pero, gracias a Dios, había sido advertida por su madre y si él trataba de convencerla por algún tortuoso camino, ante la sola mención de la palabra “compromiso”, ya no se diga “matrimonio”, recibiría una incisiva respuesta.
– Ahí estaba yo -reanudó él-, a punto de salir para Australia…
– Me viste por primera vez cuando regresaste.
– Te vi por primera vez antes de irme.
– ¿Sí? ¿Dónde? -preguntó Kelsa que habiéndose recuperado de su debilidad, no estaba dispuesta a creer nada sin cuestionarlo.
– En el estacionamiento de la compañía.
– Yo no te vi -lo habría recordado, pensó ella. Aun sin saber quién era, nunca habría olvidado al alto y sofisticado Lyle Hetherington.
– Yo no estaba en el estacionamiento. Estaba con prisa debido a mi tardanza inesperada en la oficina antes de irme por un mes a Australia. Por la impaciencia, no quise esperar el ascensor y, al empezar a bajar por la escalera, te vi por la ventana del descansillo. Tú salías de tu coche y yo… -se detuvo, aspiró profundamente y continuó-: Observé cómo caminabas, tan garbosa, y pensé que eras la mujer más hermosa que había yo visto jamás.
Ella se le quedó mirando, con la boca abierta. Quería creerle… ¡Ah, cómo quería creerle! Pero la señora Hetherington le había dicho… De pronto, Kelsa recordó, sin saber exactamente cuándo, que ella no pensaba que Lyle conocía su coche. Pero si él la vio salir del coche, como acababa de mencionar, entonces…
– Ah… Continúa -invitó, cuando pareció que él esperaba un comentario de ella, algo alentador, tal vez.
– Te vi y supe… que tenía que investigar quién eras. Habiéndote observado hasta que estabas fuera de mi visión, llegué a la planta baja cuando tú cruzabas el área de recepción, alejándote de mí. Con la ayuda de un joven que se hallaba cerca, pronto supe que eras Kelsa Stevens, la nueva secretaria de Ian Collins, de la sección de Transportes y…
– Dijiste que me alejaba de ti; también me alejaba del joven que te ayudó -intervino Kelsa, decidida a no dejarlo salirse con la suya, a pesar del impresionante comentario de Lyle, que la consideraba la mujer más bella que él había visto.
– Así era -convino él-; pero tus espléndidas piernas y tu rubia cabellera son conocidas a todo lo ancho y largo del edificio. Ha de haber pocos hombres en Hetherington, que no pudieran decirme quién eras.
– Ah -murmuró Kelsa, necesitando desesperadamente algo para endurecerse-. ¿Así que me viste y ya?
– Claro que no. Ya se me había hecho tarde y tenía que apresurarme para tomar mi avión; así que lo único que podía hacer era decidir darme una vuelta por la sección de Transportes, cuando regresara y…
– Pero en el mes que pasó, rápidamente te olvidaste de todo.
– ¿Olvidarte? ¡Jamás! -declaró Lyle con vehemencia y el corazón de Kelsa empezó a corretear de nuevo-. Regresé a la oficina matriz un lunes por la tarde -continuó él-. Sabía, o creía saber, que mi padre estaría en su habitual junta de los lunes en la tarde; pero yo ya había decidido que, en vez de interrumpir cualquier asunto que estuvieran discutiendo, primero me daría una vuelta por la sección de Transportes.
– ¿Fuiste ahí antes de ir a ver a tu padre? -jadeó Kelsa.
– ¿No te dije que te tenía en la cabeza? -repuso él y, mientras Kelsa luchaba por controlarse, él continuó-: Pero cuando llegué a la oficina de Ian Collins, no encontré ninguna cabellera rubia, sino a una secretaria amable, pero insignificante. Desde luego, le pregunté cómo estaba adaptándose a su trabajo.
– Desde luego -convino Kelsa, con un poco de cautela-. Y, obviamente, le pediste que te dijera qué había sucedido conmigo -sugirió, preguntándose si él estaría mintiendo. ¿Pero por qué mentir?
– No quería que trabajaras para ninguna otra compañía que no fuera Hetherington -explicó él-. Quería que estuvieras donde pudiera yo verte y comunicarme contigo.
– Ah, desde luego -murmuró ella, con incredulidad en la mirada.
– Trata de creerme -la instó él-. Te digo todo tal como sucedió, porque supongo que es difícil sacarte de la cabeza lo que pasó entre tú y mi madre ayer. Sé que ella puede ser ruda y contundente hasta llegar a la crueldad, si…
– ¡Pues tiene un hijo igual a ella! -interrumpió Kelsa con frialdad; pero pronto desapareció su soberbia cuando Lyle aceptó.
– Merezco eso y más; lo sé. Pero regresando a la oficina de Ian Collins, cuando le sugerí a la nueva secretaria que Kelsa Stevens no se había quedado mucho tiempo en la compañía, ella me replicó, para mi asombro, que no te habías ido, sino que te habían transferido a la oficina del presidente de la compañía. Todavía seguía yo rumiando el hecho de que, habiendo otras secretarias más experimentadas, que llevaban años trabajando en la compañía, te hubieran dado ese puesto tan ambicionado a ti, cuando regresé al área de recepción… sólo para recibir otro impacto que me anonadó.
– ¡Ah! -exclamó Kelsa, al empezar a funcionar su mente con agilidad-. Eso fue cuando nos viste a tu padre y a mí, saliendo… y riéndonos.