– Nunca había visto a mi padre tan feliz con la vida -agregó Lyle-. ¡Y me puse furioso!
– ¡Nos seguiste!
– Sí; y por poco y entro a tu apartamento para confrontarlos a los dos.
– ¿Ah, sí? -eso no lo sabía Kelsa.
– Sí. No podía soportarlo; pero me di cuenta de que tenía que pensarlo bien, antes de hacer algo.
– Generalmente, eres muy bueno para pensar con claridad.
– Pues en esa ocasión estaba yo demasiado afectado para hacerlo -reveló él-. Estaba muy alterado, pues no sólo parecía que mi padre había perdido el juicio, sino que lo había hecho con la mujer a quien yo… -Lyle se interrumpió y, mirándola a los ojos, continuó en voz baja-: de quien yo… me había enamorado.
– ¿Enamorado? -repitió ella, con la voz ronca, a pesar de sus firmes intenciones de no dejarlo entrever la forma en que él la afectaba-. Pero -protestó, cuando la fría cordura la invadió para pisotear sus esperanzas- tú ni siquiera habías hablado conmigo, entonces.
– Sé que parece una locura, pero no necesitaba yo hablarte; simplemente… ahí estaba el sentimiento.
¿Qué tanto estaba ahí?, quería ella preguntar. ¿Qué tanto estabas enamorado de mí? ¿Sería una décima parte de lo que yo me enamoré de ti? Si no hubiera recibido la visita de la señora Hetherington, tal vez lo habría preguntado. Así que Kelsa negó con la cabeza y, con un esfuerzo, encontró el valor para decirle:
– No necesito esto, Lyle. Quiero que te vayas.
– ¿Quieres que me vaya? ¿Antes que relate todo…?
– ¡No quiero oír nada más! -lo interrumpió ella, al agitarse y salir a flote todo lo que había pasado: su amor por él, su choque al recibir la visita de su madre, su huida de Londres, el impacto de estar con Lyle ahí-. Mira, Lyle Hetherington -estalló y se puso de pie-. ¡No quiero oír ni una sola mentira más! -él también se levantó y, temiendo ella que la volviera a asir del brazo, retrocedió un paso-. Tu madre me dijo cómo sería todo; cómo… -se detuvo bruscamente, consciente de pronto de que iba a revelar sus sentimientos más íntimos.
– No te detengas. ¡Dímelo! -la instó Lyle.
– ¡No!
– ¿Es justo esto?
– Sí; es muy justo -replicó ella con pánico-. ¡Tan sólo vete!
– ¿Y si me niego a irme? ¿Si me niego, hasta que me digas qué ideas falsas y descarriadas te metió mi madre en la cabeza? Si yo…
– ¡Ya basta! -gritó Kelsa.
– Así que me juzgas injustamente sólo porque…
– ¿Por qué no había de hacerlo? Tú también ¡me juzgaste injustamente!
– Dios mío, lo merezco. Sé que lo merezco -reconoció él-, pero…
– ¡Pero nada! -lo interrumpió ella, acalorada-. ¿No ves que no estoy interesada? -mintió, pero empezó a titubear de su decisión de no escucharlo, cuando vio que él palidecía.
– ¿No lo estás? -insistió él-. ¿De veras no lo estás? -y Kelsa supo entonces que, dondequiera que Lyle estuviera, no iba a rendirse fácilmente.
– ¡No! ¡No lo estoy! -la actriz volvió a surgir en ella.
– Pues mala suerte para ti -vociferó él, pero ella oyó cómo él aspiraba hondo antes de proseguir-: Me niego a que me arruinen la vida sólo porque…-se interrumpió y luego continuó-: Tal vez no quieras oír más, pero tendrás que oírlo. No querrás decirme de qué se trató la conversación entre tú y mi no muy piadosa madre el domingo, así que yo te diré cómo estuvo mi conversación con ella el domingo, cuando me localizó.
– Yo no… -Kelsa iba a decir que no quería oír nada más; pero sabía que ya era ridículo, puesto que no hablaban ya de sus emociones, así que se encogió de hombros y lanzó un despreocupado-: Supongo que no era nada muy importante.
Para su sorpresa, Lyle tomó su comentario con un leve entrecerrar de ojos y luego habló:
– Parece que fue lo bastante importante para ella, para conseguir inmediatamente tu dirección… Está en el testamento de mi padre, del cual tenemos cada quien una copia.
– ¿Acaso sugieres que la llamada que te hizo, originó su idea de visitarme?
– Estoy seguro de que así fue -dijo él y estiró la mano para tocar su brazo-. Vamos, Kelsa -dijo con gentileza-: sé que tanto mi madre como yo te hemos tratado muy mal; pero si alguna vez me permites que te lo compense, por favor olvida todo lo de la visita de mi madre el domingo.
¿No sabía él lo mucho que ella quería olvidarlo? ¿No sabía él lo maravillosa que había sido la sensación que siguió a la fascinante cena que tuvo con él, sus flores y el mensaje que venía con ellas? Qué maravilloso sería poder dar marcha atrás y volver a sentir lo que hasta antes de la visita de su madre.
– Pero sí me visitó -tuvo que decirle inexpresivamente.
Él apretó la mandíbula y apareció una mirada decidida en sus ojos.
– No voy a dejar que ella eche a perder todo para nosotros Kelsa -gruño el con calmada terquedad-. ¡No lo permitiré! -y mientras Kelsa estaba igualmente decidida a no excitarse por ese “para nosotros” Lyle como si considerara que ya había andado con rodeos bastante tiempo la acercó a él con gentileza; así que la única forma que Kelsa encontró de poner alguna distancia ente ellos fue volviendo a sentarse en el sillón. Lyle hizo lo mismo pero esa expresión decidida seguía en su semblante, cuando reanudó su relato-: Empezando con esa llamada que mi madre me hizo a Suiza, parece que, en un arranque de generosidad, telefoneó a la tía Alicia para ofrecerle como un recuerdo un juego de tapaderas de ollas que mi padre conservaba en su colección; y en la conversación que tuvieron parece que mi tía Alicia le contó que habíamos ido a visitarla el miércoles.
– Estoy… escuchando -murmuró Kelsa, no teniendo nada que objetar hasta el momento, pero atenta a cualquier cosa que sonara falsa.
– De ahí -continuó él, con los ojos grises fijos en los desconfiados y brillantes ojos azules-, salió a relucir el nombre de tu madre y, desde luego, el tuyo.
– Desde luego -convino ella, sin importarle que Lyle pensara que estaba muy poco comunicativa. No tenía intenciones de ayudar en nada.
– Siendo la única vez que discutía yo con ella el amorío de mi padre, le dije que lamentaba mucho el dolor que debe de haber pasado por eso, pero agregué que tú eras una mujer encantadora y que tal vez podría yo traerte para que te conociera.
– ¡No! -exclamó Kelsa.
– Tengo planes para ti y para mí, Kelsa -dijo francamente, con la mirada seria-. De ninguna manera te voy a tener escondida, como si tú y mis sentimientos por ti no existieran.
– ¡Lyle! ¡Ah, Lyle! -exclamó ella, con el corazón a punto de explotar y el alma atormentada. Si tan sólo pudiera creerle. Quería creerle… pero había sido advertida.
– Está bien -la calmó él, tomando su mano derecha-. No tienes por qué estar nerviosa. Nunca volveré a hacer algo que te lastime o te haga daño. Tan sólo trata de confiar en mí un poco más… ¡Te probaré que soy sincero! ¡Te lo juro!
– Yo… -jadeó ella, necesitando alguna ayuda para poder hablar. La encontró aferrándose a lo que él estaba diciendo antes de mencionar sus sentimientos por ella-. ¿Qué… dijo tu madre… cuando tú… sugeriste que podrías traerme para conocerla?-preguntó.
– Temo que no está muy receptiva por ahora y es comprensible, dadas las circunstancias.
– Lo cual significa que dijo: “Antes muerta” o algo similar -conjeturó Kelsa.
– Más bien era algo así como “¿Por qué quieres que conozca bien a la hija de la amante de tu padre?” Aunque, siendo siempre una mujer astuta, antes de que pudiera yo decirle algo, me preguntó: “No has perdido la cabeza por ella, ¿o sí?” Mi respuesta -continuó él- es lo que debió motivarla a decidir poner el freno a esto, antes que fuera más adelante. Lamento mucho, querida, que, en vez de discutirlo conmigo, ella haya optado por ir a visitarte a ti.