– Dijiste que verías qué podías hacer -recordó Kelsa-. Parecía que estabas dispuesto a creerme… y -confesó con timidez- yo estaba feliz.
– ¿Lo estabas, amor? -suspiró él suavemente y Kelsa sintió que se le derretían los huesos; pero lo único que se atrevió a murmurar fue:
– Mmm…
– Ah, cariño, ¡cómo tornas esto tan difícil! -murmuró Lyle, pero varonilmente se controló-. Sabes, desde luego, que me muero por tenerte en mis brazos -y al no recibir respuesta, continuó-: Igual que cuando quise abrazarte y consolarte, cuando estabas tan destrozada al enterarte de que mi padre conoció a tu madre.
– ¿En verdad?
– Sí; pero no podía. Me sentía vulnerable y todavía sin poder creer que no eras mi medio hermana. Me daba miedo tomarte en mis brazos, aunque sólo fuera para consolarte. Entonces, tú confesaste que a veces te sentías muy sola y eso me conmovió tanto, que tuve que darte un beso en la frente… y luego sentí que debía apartarme.
– Y yo sabía -confesó Kelsa- que, mientras ansiaba tanto encontrar a mi hermana, no te quería tener a ti por hermano.
– Tengo la esperanza, queridísima Kelsa, de que ese sentimiento provenga de la misma razón que el mío.
– Dijiste, justo antes de ir a ver a tu tía, que averiguar la verdad te concernía a ti también.
– Definitivamente sí -declaró él con firmeza-. Necesitaba tener toda la evidencia de que no eras mi hermana, para poder, en un día cercano, pedirte que te casaras conmigo.
– Y… -Kelsa trataba de pensar con claridad, pero con las palabras de Lyle, sabía que no lo estaba haciendo muy bien-. Así que… una vez que lo confirmó tu tía, tú… me invitaste a cenar.
– Y pasé una velada maravillosa -convino él-. Estabas tan encantadora esa noche mi amorcito, que no es de extrañar que, cuando regresamos a tu apartamento y te tomé en mis brazos, por poco pierdo la cabeza.
– Pero no la perdiste -murmuró ella con voz ahogada.
– Estuve cerca -reconoció él-; pero me invadió un sudor frío cuando descubrí que realmente eras virgen y que seguramente no habías tomado ninguna precaución, y que, igual que tu madre, estabas en peligro de quedar embarazada por un Hetherington.
– ¡Ah! -exclamó ella con sorpresa, pues no se le había ocurrido nada de eso.
– No podía tomar ese riesgo. No quería hacer nada que te causara preocupación o infelicidad; nada que te lastimara. Y en esos momentos de excitación, sólo podía pensar en ti, no en mí.
– ¡Oh, Dios! -suspiró Kelsa, y supo entonces que Lyle era muy diferente a su padre. Garwood Hetherington le había hecho el amor a su madre, sin pensar en las consecuencias. En cambio, Lyle… la amaba con un amor que sólo quería lo mejor para ella-. Así… que te fuiste y al día siguiente, me mandaste flores a la oficina.
– No podía mandarlas a tu apartamento, por si acaso venías para acá directamente de la oficina. Y quería que supieras que pensaba en ti ese fin de semana.
– Tu madre vio las flores y tu nota. Ella… me pidió que le diera mi palabra de que no me casaría contigo.
– ¡Con un demonio! -explotó él-. ¿Y qué le dijiste tú? ¿Le diste tu palabra? -preguntó con tensión.
– Yo… le dije que no sería posible.
– ¡Mi encanto! ¡Mi amor! -exclamó Lyle, jubiloso, y la tomó en sus brazos. Kelsa, con el calor de ese abrazo, quedó completamente sin resistencia-. Al fin, llegamos al punto de por qué fue a visitarte mi madre -murmuró él, pareciendo querer aclarar cualquier duda que la perturbara.
– No precisamente -tuvo que decir Kelsa. Si estaba soñando, no quería despertar nunca.
– No te detengas -la instó él, abrazándola y mirándola a los ojos.
– Bueno -dijo ella con la respiración entrecortada-, en la opinión de tu madre… -de pronto, se detuvo. Por más desagradable que hubiera estado la señora Hetherington, no era correcto, después de lo que ella pasó, denigrar su nombre.
– Vamos, querida -la presionó Lyle y, como si supiera lo que sentía, continuó-: Ahora, sólo importamos tú y yo. Más adelante, si quieres, veré la forma de reconciliarnos con mi madre; pero por ahora, piensa sólo en nosotros, en lo mucho que significas para mí y que no quiero estar en la ignorancia de cualquier detalle, por pequeño que sea, que pudiera causarnos disgustos.
– Tienes razón, desde luego -repuso ella y él le dio un apretón con los brazos, que rodeaban sus hombros, para animarla a seguir-. La señora Hetherington parecía pensar, que no había nada que no harías tú para apoderarte de la herencia que me dejó tu padre; y eso incluía, casarte conmigo para obtenerla -por fin pudo sacarlo y, mirando a Lyle, vio que él alzó la cara con sorpresa.
– ¡Ah, mi queridísima Kelsa! -suspiró él-. ¿Y tú le creíste?
– Pues todo concordaba -explicó ella, temblorosa-. La forma en que cambió tu actitud cuando supiste que yo era… casadera.
– Ah, cariño. Ya te expliqué eso. Era porque, después de la visita a mi tía, supe con seguridad que no estábamos emparentados y sólo entonces podía empezar a cortejarte en serio. Demonios… -gimió-; eso funcionaría en ambos casos, ¿verdad? -luego, con un tono más decidido, dijo-: Tendrás que ir conmigo a ver a mi madre. La confrontaremos juntos y la obligaremos a repetir palabra por palabra, la conversación telefónica que tuve con ella.
– No creo que eso sea necesario -murmuró Kelsa.
– ¿Qué quieres decir con eso? -preguntó él vivamente-. ¿No estás rechazándome? ¿No vas a dejar que ella…?
– Lo que quiero decir -interrumpió Kelsa con una sonrisa- es que confío en ti. Lo cual, a su vez, quiere decir que no hay ninguna necesidad de confrontar a tu madre.
– ¡Confías en mí! -repitió él-. Ah, cariño -murmuró y se inclinó para colocar un tierno beso en los labios entreabiertos-. Mi querida Kelsa. Confías en mí, a pesar de lo que parecía cuando te mandé flores, cuando… Con razón fingiste que tenías una cita cuando te llamé anoche.
– Lo lamento -se disculpó ella, con los ojos brillantes de amor y el corazón latiendo con un encantador ritmo. Lyle la amaba… ¡Ah, era tan fantástico!-, Aunque…
– ¿Aunque qué, mi amor? No quiero que quede nada oculto entre nosotros.
– En realidad no es nada importante. Sólo que después de la visita de tu madre, estuve muy atormentada -el tierno beso de Lyle en su mejilla era todo el bálsamo que necesitaba y continuó-: Tenía que creerle que… cuando menos… te comprometerías conmigo, especialmente cuando recordé que el jueves por la mañana, el día después de que visitamos a tu tía, oí que le decías a Ramsey Ford que ya se te había ocurrido la noche anterior una excelente forma de conseguir el financiamiento que necesitabas.
– ¿Y pensaste que me refería… a ti? -preguntó él, con un asombro tan real, que Kelsa no podía ponerlo en duda-. ¡Con un demonio! Nunca, ni por un momento… -se interrumpió y luego continuó, acalorado-: ¡Cómo quisiera haber dejado esa puerta abierta! Si lo estuviera, habrías oído cómo le explicaba a Ramsey el plan que tenía para proponérselo a unos banqueros suizos, con los qué había hecho cita unos minutos antes. Y el financiamiento que les pido, mi amor -reveló con una mirada amorosa-, parece virtualmente seguro.
– Ah, Lyle -suspiró ella y luego recordó algo-. Pensabas comprar mi parte, ¿no?
– Ese era mi plan -aceptó él-. Yo tengo bastante dinero por mi cuenta, y pensé que, independientemente de la compañía…
– ¡Pero no tienes que comprar mi parte! -lo interrumpió ella-. Ya estoy haciendo todos los trámites para transferirte todo lo que me dejó tu padre -dijo ella sonriendo… y un instante después se quedó mirándolo, atónita.