No sabía adonde iba ni dónde iba a esconder el motor. Sus pies se hundían en la arena y la carga de treinta kilos dificultaba todavía más su marcha. Tenía que pararse a descansar cada pocos centenares de metros.
Había caminado dos o tres kilómetros cuando encontró una calle cubierta de hierbajos que discurría entre varias hileras de casas desiertas y ruinosas. La mayoría de ellas eran poco más que chozas y se agrupaban alrededor de una pequeña laguna. Debía de haber sido un pueblo de pescadores, pensó Pitt. No podía saber que era uno de los poblados cuyos vecinos habían sido echados de allí y trasladados a tierra más firme durante la ocupación soviética.
Dejó con alivio el motor en el suelo y empezó a registrar las casas. Las paredes y los techos eran de chapa de hierro ondulada y de tablas. Quedaban muy pocos muebles. Encontró una barca varada en la playa, pero en seguida perdió toda esperanza de poder utilizarla. El casco estaba podrido.
Pitt consideró la posibilidad de construir una balsa, pero necesitaría demasiado tiempo y no podía correr el riesgo de ensamblar las piezas de madera, con la doble dificultad de trabajar a oscuras y sin herramientas. El resultado no ofrecía muchas garantías en un mar agitado.
La esfera luminosa de su reloj marcaba la una y media. Si quería encontrar a Giordino y a Gunn y hablar con ellos, tenía que darse prisa. Se preguntó cómo podría hacerse con carburante para el fueraborda, pero ahora no tenía tiempo de buscar la solución. Calculó que tardaría al menos una hora en volver a su celda.
Encontró una vieja bañera de hierro junto a una barraca derrumbada. Dejó el motor fuera borda en el suelo y volvió la bañera boca abajo encima de él. Después arrojó encima de ella unos neumáticos y un colchón medio podrido y desanduvo su camino, teniendo buen cuidado de borrar sus pisadas con una hoja de palmera hasta que se hubo alejado unos veinticinco metros.
La vuelta fue más fácil que la ida. Lo único que tuvo que recordar fue enderezar los barrotes del canal de desagüe. Se preguntó por qué no estaría llena aquella instalación isleña de guardias de seguridad, pero entonces se acordó de que la zona era constantemente sobrevolada por aviones espías americanos, cuyas cámaras tenían la extraordinaria facultad de sacar fotografías en las que podía leerse el nombre de una pelota de golf a pesar de haber sido tomadas desde treinta mil metros de altura.
Los soviéticos debían haber pensado que, más que una fuerte seguridad, era mejor dar al lugar el aspecto de una isla abandonada y sin vida. Los disidentes cubanos que huían del régimen de Castro no se detendrían en ella y cualquier comando de exiliados cubanos la pasaría por alto si se dirigía a la isla principal. Como nadie desembocaría ni saldría de allí, los rusos no tenían nada que guardar.
Pitt bajó a través del respiradero y cruzó sin ruido el garaje en dirección a la salida. El pasillo seguía desierto. Observó la puerta y vio que el cabello seguía en su sitio.
Su plan era buscar a Gunn y a Giordino. Pero no quería abusar de su suerte. Aunque su encierro no era muy severo, siempre existía el problema de un descubrimiento casual. Si Pitt era sorprendido ahora fuera de su celda, sería el fin. Si Velikov y Gly no le habían ejecutado todavía era porque creían tenerle a buen recaudo.
Decidió que tenía que arriesgarse. Tal vez no tendría otra oportunidad. Los ruidos resonaban mucho en el pasillo de hormigón. Si no tenía que alejarse demasiado, tendría tiempo sobrado de volver a su celda si oía pisadas.
La habitación contigua a la suya era un depósito de pinturas. La registró durante unos minutos pero no encontró nada útil. Al otro lado del pasillo, había dos habitaciones vacías. La tercera contenía artículos de fontanería. Entonces abrió otra puerta y se encontró con las caras sorprendidas de Gunn y Giordino. Entró rápidamente, cuidando de que no se cerrase el pestillo.
– ¡Dirk! -gritó Giordino.
– No levantes la voz -murmuró Pitt.
– Me alegro de verte, amigo.
– ¿Habéis comprobado que no haya micros en esta habitación? -preguntó Pitt.
– Lo hicimos apenas nos metieron en ella -respondió Gunn-. No hay nada.
Entonces vio Pitt las feas moraduras alrededor de los ojos de Giordino.
– Ya veo que has estado con Foss Gly en la habitación número seis.
– Sostuvimos una conversación muy interesante. Aunque él llevó la voz cantante.
Pitt miró a Gunn, pero no vio ninguna señal.
– ¿Y tú?
– Es demasiado listo para levantarme la tapa de los sesos -dijo
Gunn, con una agria sonrisa. Señaló su tobillo fracturado. La escayola había desaparecido-. Le resulta más práctico retorcerme el pie.
– ¿Y Jessie?
Gunn y Giordino intercambiaron una mirada triste.
– Tememos lo peor -dijo Gunn-. Al y yo oímos unos gritos de mujer al salir del ascensor por la tarde.
– Veníamos de que nos interrogara ese untuoso bastardo de Vetikov.
– Es su sistema -explicó Pitt-. El general emplea el guante de seda y después te entrega a Gly, para que emplee su puño de hierro. -Paseó irritado por la pequeña habitación-. Tenemos que encontrar a Jessie y salir de aquí, cueste lo que cueste.
– ¿Cómo? -preguntó Giordino-. LeBaron nos ha visitado y nos ha dicho que es imposible escapar de la isla.
– Yo no confío más en el rico y arrojado Raymond que en la posibilidad de destruir este edificio -dijo rápidamente Pitt-. Creo que Gly le ha convertido en gelatina.
– Me parece que tienes razón.
Gunn se volvió de lado en su litera, acariciándose el tobillo roto.
– ¿Cómo piensas salir de la isla?
– He encontrado y escondido el motor fuera borda, para el caso de que pueda robar una barca.
– ¿Qué? -Giordino miró a Pitt con incredulidad-. ¿Saliste de aquí?
– No ha sido exactamente un paseo agradable -respondió Pitt-. Pero he descubierto una manera de escapar hacia la playa.
– Robar una barca es imposible -dijo rotundamente Gunn.
– Entonces, sabes algo que yo no sé.
– Mis nociones de ruso me han servido de algo. He escuchado conversaciones entre los guardianes. También pude ver unos pocos fragmentos de los papeles que tiene Velikov en su despacho. Una información bastante interesante es que la isla es abastecida de noche por un submarino.
– ¿Por qué buscarse tantas complicaciones? -murmuró Giordino-. A mí me parece que un transporte por barco sería más eficaz.
– Esto requeriría operaciones de desembarco que podrían ser vistas desde el aire -le explicó Gunn-. Sea lo que fuere lo que sucede aquí, quieren llevarlo en el más absoluto secreto.
– Estoy de acuerdo con esto -dijo Pitt-. Los rusos se han tomado mucho trabajo para que la isla parezca desierta.
– No es de extrañar que se impresionasen cuando entramos por la puerta principal -dijo Giordino, reflexivamente-. Esto explica los interrogatorios y las torturas.
– Tanta mayor razón para que procuremos salir de aquí y salvar nuestras vidas.
– Y avisar a nuestras agencias de información -añadió Gunn.
– ¿Cuándo piensas largarte? -preguntó Giordino.
– Mañana por la noche, inmediatamente después de que el guardia traiga la cena.
Gunn dirigió a Pitt una larga y dura mirada.
– Tendrás que irte solo, Dirk.
– Llegamos juntos, y juntos nos marcharemos.
Giordino sacudió la cabeza.
– No podrías llevarnos a Jessie y a nosotros dos sobre la espalda.