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Raymond LeBaron no hubiese volado en busca de un barco encallado, sólo veinte años atrás, en un puerto de mucho tráfico, razonó Pitt. Entonces recordó el carbonero de la Marina. Su pérdida fue considerada como uno de los grandes misterios del mítico Triángulo de las Bermudas.

– Hablemos del barco carbonero -dijo Pitt.

– Si quiere que imprima los datos para usted, Dirk, pulse el botón de control de su teclado y las letras PT. También, si observa la pantalla, puedo proyectar todas las fotos disponibles.

Pitt siguió las instrucciones y la máquina empezó a funcionar. Fiel a su palabra, Esperanza proyectó una imagen del Cyclops anclado en un puerto anónimo.

Aunque el casco era estrecho, con su anticuada proa recta y su popa en graciosa curva de copa de champaña, su superestructura tenía el aspecto de un juego de construcción de un niño que se hubiese vuelto loco. Un laberinto de grúas, unidas por una telaraña de cables y sujetas con altos soportes, se alzaba en mitad de la cubierta como un bosque muerto. Una larga camareta se alzaba en la parte de popa del barco, sobre la sala de máquinas, rematado el techo por dos chimeneas gemelas y varios altos ventiladores. En la parte de proa, la caseta del timón se levantaba sobre la cubierta como un tocador de cuatro patas, perforada por una hilera de ojos de buey y abierta por debajo. Dos altos mástiles con un travesaño surgían de un puente que habría podido pasar por una meta de rugby. En conjunto, parecía un barco tosco, un patito feo que no había llegado a convertirse en cisne.

También había en él algo misterioso. Al principio, Pitt no pudo dar con ello, pero después lo comprendió de pronto: extrañamente, no se veía ningún tripulante sobre cubierta. Era como si el barco hubiese sido abandonado.

Pitt se volvió y observó la impresión de los datos de la nave:

Botadura: 7 mayo 1910 por William Cramp amp; Sons Shipbuilders, Filadelfia.

Tonelaje: 19.360 de desplazamiento. Eslora: 180 metros (en realidad más largo que los buques de guerra de su tiempo). Manga: 20 metros. Calado: 9 metros 30 centímetros.

Velocidad: 15 nudos (3 nudos más veloz que los barcos Liberty de la Segunda Guerra Mundial). Armamento: Cuatro cañones de 4 pulgadas. Tripulación: 246. Capitán: G. W. Worley, Servicio Auxiliar Naval.

Pitt observó que Worley había sido capitán del Cyclops desde que entró en servicio hasta que desapareció. Se retrepó en su silla, reflexionando mientras estudiaba la imagen del barco.

– ¿Tienes otras fotografías de él? -preguntó a Esperanza.

– Tres desde el mismo ángulo, una de la popa y cuatro de la tripulación.

– Echemos un vistazo a la tripulación.

La pantalla se oscureció un momento y pronto apareció la imagen de un hombre, de pie junto a la barandilla de un barco y asiendo de la mano a una niña pequeña.

– El capitán Worley con su hija -explicó Esperanza.

Era un hombrón de cabellos ralos, bigote recortado y manos grandes, que llevaba traje oscuro, corbata casualmente torcida y zapatos relucientes, y miraba fijamente a la cámara que congeló su imagen setenta y cinco años atrás. La niña que estaba a su lado era rubia, llevaba un vestido hasta las rodillas y un sombrerito, y sujetaba lo que parecía ser una muñeca muy rígida y en forma de botella.

– Su verdadero nombre era Johann Wichman -dijo Esperanza sin que nadie se lo preguntase-. Nació en Alemania y entró ilegalmente en los Estados Unidos saltando de un barco mercante en San Francisco durante el año 1878. Se ignora cómo falsificó sus documentos. Mientras estuvo al mando del Cyclops, vivió en Norfolk, Virginia, con su esposa y su hija.

– ¿Alguna posibilidad de que trabajase para los alemanes en 1918?

– No se demostró nada. ¿Quiere ver los informes de la investigación naval sobre la tragedia?

– Imprímelos. Los estudiaré más tarde.

– La foto siguiente es la del teniente David Forbes, segundo comandante -dijo Esperanza.

La cámara había captado a Forbes en uniforme de gala, de pie junto a lo que Pitt presumió que era un turismo Cadillac de 1916. Tenía cara de galgo, nariz larga y estrecha, y los ojos pálidos, aunque no podía determinarse su color en la fotografía en blanco y negro. Iba pulcramente afeitado y tenía las cejas arqueadas y los dientes ligeramente salientes.

– ¿Qué clase de hombre era? -preguntó Pitt.

– Su historial en la Marina era intachable hasta que Worley le arrestó por insubordinación.

– ¿Motivo?

– El capitán Worley alteró la ruta que había fijado el teniente Forbes y casi naufragó al entrar en Río. Cuando Forbes le pidió explicaciones, Worley se enfureció y le arrestó.

– ¿Estaba Forbes todavía arrestado durante el último viaje?

– Sí.

– ¿Quién es el siguiente?

– El teniente John Church, segundo oficial.

La foto mostraba a un hombre bajito y de aspecto casi endeble, vestido de paisano y sentado a la mesa de un restaurante. Su cara tenía el aire cansado del agricultor después de una larga jornada en el campo; sin embargo, sus ojos oscuros parecían indicar un carácter humorístico. Los cabellos grises, sobre una alta frente, estaban peinados hacia atrás sobre unas orejas pequeñas.

– Parece mayor que los otros -observó Pitt.

– En realidad, sólo tenía veintinueve años -dijo Esperanza-. Ingresó en la Marina a los dieciséis y ascendió gracias a su trabajo.

– ¿Tuvo problemas con Worley?

– No consta en su historial.

La última fotografía era de dos hombres en actitud de firmes ante un tribunal. No había señal de temor en sus semblantes; más bien parecían hoscos y desafiadores. El de la izquierda era alto y esbelto, de brazos musculosos. El otro tenía la corpulencia de un oso pardo.

– Esta fotografía fue tomada durante el consejo de guerra contra el maquinista de primera James Coker y el maquinista de segunda Barney DeVoe por el asesinato del maquinista de tercera Osear Stewart. Los tres estaban destinados a bordo del crucero de los Estados Unidos Pittsburgh. Coker, que es el de la izquierda, fue condenado a muerte en la horca, sentencia que se ejecutó en Brasil. DeVoe, el de la derecha, fue condenado a una pena de cincuenta a noventa y nueve años de prisión, en la cárcel naval de Portsmouth, New Hampshire.

– ¿Cuál es su relación con el Cyclops? -preguntó Pitt.

– El Pittsburgh estaba en Río de Janeiro cuando se cometió el asesinato. Cuando el capitán Worley llegó a puerto, recibió instrucciones de transportar a DeVoe y otros cuatro presos que había en el calabozo del Cyclops a los Estados Unidos.

– Y estuvieron a bordo hasta el final.

– Sí.

– ¿No hay otras fotos de la tripulación?

– Probablemente las habrá en álbumes de familia y en otros sitios privados, pero éstas son las únicas que tengo en mi biblioteca.

– Cuéntame los sucesos que precedieron a la desaparición.

– ¿De palabra o por escrito?

– ¿Puedes escribirlo y hablar al mismo tiempo?

– Lo siento, pero sólo puedo hacer una cosa tras otra. ¿Con qué prefiere que empiece?

– De palabra.

– Está bien. Déme un momento para recopilar datos.

– Pitt empezaba a sentirse soñoliento. Había sido un día muy largo. Aprovechó la pausa para telefonear a Yaeger y pedirle una taza de café.

– ¿Cómo te va con Esperanza?

– Casi empiezo a creer que es real -respondió Pitt.

– Con tal que no empieces a fantasear sobre su cuerpo inexistente…

– Todavía no he llegado a este estado.

– Sé que conocerla es amarla.

– ¿Qué tal te va a ti con LeBaron?

– Lo que me temía -dijo Yaeger-. Borró el rastro de una gran parte de su pasado. No hay nada sobre su personalidad, sino solamente estadísticas, hasta el momento en que se convirtió en el número uno de Wall Street.

– ¿Algo interesante?

– En realidad, no. Procedía de una familia bastante rica. Su padre poseía una cadena de ferreterías. Me parece que Raymond y su padre no se llevaron bien. En ninguna de las biografías que publicaron los periódicos después de convertirse en magnate financiero se hace la menor mención de su familia.

– ¿Has averiguado cómo empezó a ganar dinero en cantidad?

– No hay muchos datos al respecto. Él y un socio que se llamaba Kronberg tuvieron una compañía de rescates marítimos a mediados de los años cincuenta. Parece que fueron tirando durante unos pocos años, hasta que quebraron. Dos años más tarde, Raymond lanzó su periódico.

– El Prosperteer.

– Exacto.

– ¿Hay alguna mención de quién le prestó apoyo?

– Ninguna -respondió Yaeger-. A propósito, Jessie es su segunda esposa. La primera se llamaba Hillary. Murió hace pocos años. No hay datos sobre ella.

– Sigue buscando.

Pitt colgó cuando Esperanza le dijo:

– Tengo los datos del último viaje del Cyclops.

– Oigámoslos.

– Zarpó de Río de Janeiro el 16 de febrero de 1918, con rumbo a Baltimore, Maryland. Iban a bordo su tripulación regular de 15 oficiales y 231 marineros, 57 hombres del crucero Pittsburgh, que eran enviados a la base naval de Norfolk para un nuevo destino, 5 presos, incluido DeVoe, y el cónsul general de los Estados Unidos en Río, Alfred L. Morean Gottschalk, que regresaba a Washington. El cargamento era de 11.000 toneladas de manganeso. «Después de una breve escala en el puerto de Bahía para recoger correspondencia, el barco hizo una nueva escala, ésta no prevista, al entrar en Carlisle Bay, en la isla de Barbados, y anclar en ella. Aquí cargó Worley más, carbón y provisiones, que dijo que eran necesarios para continuar el viaje a Baltimore; pero más tarde se consideró que el cargamento había sido excesivo. Cuando el barco se hubo perdido en el mar, el cónsul norteamericano en Barbados informó sobre ciertos rumores sospechosos acerca de la poco habitual acción de Worley, de extraños sucesos a bordo y de un posible motín. La última vez que fueron vistos el Cyclops y los hombres que iban a bordo fue el 4 de marzo de 1918, cuando zarpó de Barbados.