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Siguió hasta llegar al sótano del siguiente portal, el de Tommy. Abrió la puerta y entró. Aquel sótano olía diferente: un vago aroma a pintura o a disolvente.

Allí estaba también el refugio aéreo del edificio. Sólo había entrado en él una vez, hacía tres años, cuando los chicos mayores organizaron allí un club de boxeo. Una tarde, pudo acompañar a Tommy como espectador. Los chicos se golpeaban unos a otros con los guantes de boxeo puestos y Oskar se asustó un poco. Berridos y sudor, los cuerpos tensos y concentrados, el sonido de los golpes absorbido por las gruesas paredes de cemento. Después, alguien resultó herido o algo así y el volante que se giraba para descorrer los cerrojos de la puerta de hierro había sido bloqueado con cadenas y candado. Se acabó el boxeo.

Oskar encendió la luz y fue hasta el refugio. Si venían los rusos, quitarían el candado.

Si no han perdido la llave.

Estaba frente a la maciza puerta y se le ocurrió este pensamiento: que alguien… algo estaba encerrado allí. Que por eso había cadenas y candados. Un monstruo.

Escuchó. Sonidos lejanos de la calle, de personas que hacían cosas en los pisos de arriba. Le gustaba realmente el sótano. Uno estaba como en un mundo diferente al mismo tiempo que sabía que el otro mundo estaba ahí fuera, arriba, cuando uno lo necesitara. Pero aquí abajo reinaba el silencio y no llegaba nadie a decirle cosas, a hacerle cosas. A mandarle cosas.

Enfrente del refugio estaba el local del Club del Sótano. Territorio prohibido.

No tenían cerradura, por cierto, pero eso no significaba que cualquiera pudiera entrar allí. Aspiró profundamente y abrió la puerta.

No había gran cosa en aquel trastero. Un sofá viejo y una butaca igual de vieja. Una alfombra en el suelo. Una cómoda con la pintura desconchada. Desde la bombilla del pasillo salía un cable conectado de forma clandestina hasta la bombilla pelada que colgaba en el techo. Estaba apagada.

Había estado aquí un par de veces antes y sabía que para encender la bombilla no había más que enroscarla. Pero no se atrevía. La luz que se filtraba por los resquicios de las tablas era más que suficiente. El corazón le latía cada vez más deprisa. Si le pillaban aquí le iban a…

¿Qué? No sé. Eso es lo terrible. Pegarme no, pero…

Se puso de rodillas en la alfombra, levantó uno de los cojines del sofá. Debajo había un par de tubos de pegamento y un rollo de bolsas de plástico, un envase de gas para encendedores. Debajo del cojín de la otra esquina había revistas porno. Algunos ejemplares viejos de Lektyr y Fib Aktuellt.

Cogió un Lektyr y se acercó un poco hacia la puerta, donde había más luz. Todavía de rodillas puso la revista en el suelo delante de él, la hojeó. Sentía la boca seca. La mujer de la foto estaba echada en una hamaca y no llevaba más que unos zapatos de tacón. Se apretaba los pechos y tenía los labios abultados. Tenía las piernas abiertas y en medio de la mata de pelo entre sus muslos aparecía una franja de carne rosa con una hendidura en el medio.

¿Cómo entra uno ahí?

Conocía la palabra por comentarios que había oído, pintadas que había leído. Coño. Agujero.

Labios menores. Pero eso no era un agujero. Sólo esa hendidura. Habían tenido educación sexual en la escuela y sabía que tenía que haber un… túnel desde el coño hacia dentro. ¿Pero en qué dirección? Todo recto o hacia arriba o… no se podía ver.

Siguió hojeando. Relatos de los propios lectores. Una piscina. Un compartimento en el cuarto de cambiarse de las chicas. Los pezones se pusieron rígidos bajo el traje de baño. La polla golpeaba como un martillo dentro del bañador. Ella se agarró a los colgadores y volvió su culito hacia mí, se restregó: «Tómame, tómame ahora».

¿Aquello sucedía todo el tiempo, a puerta cerrada, en los sitios donde uno lo veía?

Había empezado una nueva historia sobre una reunión familiar que había tomado un rumbo inesperado cuando oyó abrirse la puerta del sótano. Cerró la revista, la puso en su sitio debajo del cojín y no supo qué hacer consigo mismo. Se le hizo un nudo en la garganta, no se atrevía ni a respirar. Pasos en el pasillo.

Oh Dios mío, no los dejes venir. No los dejes venir.

Se abrazó desesperadamente las rótulas, apretando los dientes hasta hacerse daño en las mandíbulas. La puerta se abrió. Fuera estaba Tommy guiñándole un ojo.

– ¿Pero qué cojones?

Oskar quería decir algo, pero tenía las mandíbulas bloqueadas. Siguió allí de rodillas en medio de la alfombra a la luz de la puerta, haciendo esfuerzos para tomar aire por la nariz.

– ¿Qué cojones haces aquí? ¿Y qué has hecho?

Sin mover apenas las mandíbulas, Oskar logró decir:

– … nada.

Tommy entró en el trastero, se inclinó sobre él.

– En la mejilla, me refiero. ¿Qué te has hecho ahí?

– Yo… nada.

Tommy meneó la cabeza, enroscó la bombilla hasta que se encendió la luz y cerró la puerta. Oskar se puso de pie en medio de la habitación con los brazos rígidos a lo largo del cuerpo, sin saber qué hacer. Dio un paso hacia la puerta. Tommy se dejó caer en la butaca con un suspiro, señaló el sofá.

– Siéntate.

Oskar se sentó en el cojín de en medio, en el que no había nada debajo. Tommy permaneció en silencio unos instantes observándolo. Luego dijo:

– Bueno. Cuéntamelo entonces.

– ¿El qué?

– Lo que te ha pasado en la mejilla.

– … yo… sólo…

– Te ha pegado alguien, ¿no? ¿No?

– … sí…

– ¿Por qué?

– No lo sé.

– ¿Cómo? ¿Sólo te pegan, sin motivo?

– Sí.

Tommy asintió con la cabeza, recogió algunos hilos sueltos que estaban colgando de la butaca. Sacó una caja de tabaco en pasta y se puso una bolsita bajo el labio superior, le tendió la caja a Oskar.

– ¿Quieres?

Oskar negó con la cabeza. Tommy se volvió a guardar la caja, colocó bien la bolsita con la lengua y se echó hacia atrás en la butaca, se puso las manos entrelazadas sobre el estómago.

– Bueno. ¿Y entonces qué estás haciendo aquí?

– No, sólo iba a…

– ¿Mirar tías? ¿Eh? Porque tú no esnifas. Ven aquí. Oskar se levantó, se acercó a Tommy.

– Acércate más. Échame el aliento.

Oskar hizo lo que le mandó y Tommy asintió, señalando el sofá le dijo Oskar que se sentara otra vez.

– Tienes que mandar a la mierda esto, ¿me oyes?

– Yo no he…

– No, no lo has hecho. Pero tienes que mandarlo a la mierda, ¿me oyes? No es bueno. La pasta de tabaco es buena. Pruébala. -Hizo una pausa-. Bueno. ¿Vas a estar ahí toda la tarde mirándome? -Hizo un gesto hacia el cojín que tenía Oskar al lado-. ¿No vas a leer un poco más?

Oskar negó con la cabeza.

– Bueno, hombre. Pues vete a casa entonces. Los otros están a punto de llegar y no se alegrarán de encontrarte a ti aquí. Venga, vete a casa.

Oskar se levantó.

– Y esto… -Tommy le miraba, meneando la cabeza, lanzó un suspiro-. No, no era nada. Vete a casa ahora. No vengas aquí más. Oskar asintió, abrió la puerta. Allí se detuvo.

– Perdón.

– Está bien. Sólo que no vengas más aquí. Oye, otra cosa: ¿el dinero?

– Lo tendré mañana.

– Vale. Otra cosa. Te he conseguido una cinta con Destroyer y Unmasked. Sube a buscarla algún día.