Oskar asintió. Notó cómo le crecía el nudo en la garganta. Si se quedaba un poco más iba a empezar a llorar. Así que sólo susurró:
– Gracias -y se fue.
Tommy siguió sentado en su butaca, absorbiendo el tabaco y mirando las pelusas que se amontonaban debajo del sofá. Sin remedio.
Oskar seguiría cobrando hasta que terminara noveno. Era el típico. A Tommy le habría gustado hacer algo, pero una vez que ha empezado no hay manera de pararlo. Nada que hacer.
Sacó un encendedor del bolsillo, se lo puso en la boca y dejó salir el gas. Cuando empezó a notar el frío en el paladar retiró el encendedor, lo encendió y expulsó el aire.
Una bocanada de fuego en la cara. No le hizo gracia. Se sentía inquieto; se levantó y dio algunos pasos por la alfombra. Las pelusas se arremolinaban a su paso.
¿Qué cojones hace uno?
Midió los pasos de la alfombra, imaginando que era una cárcel. Uno no sale. Donde te han sentado, ahí te quedas, bla, bla. Blackeberg. Debería largarse de aquí, hacerse… marinero o algo. Lo que fuera.
Fregar la cubierta, seguir la ruta de Cuba, hola y adiós.
Había un cepillo que no se usaba casi nunca apoyado contra la pared. Lo cogió, empezó a barrer. El polvo le entraba por la nariz. Cuando había barrido un poco se dio cuenta de que no había ningún recogedor. Barrió el montón del polvo debajo del sofá.
Mejor un poco de mierda en un rincón que un puro infierno.
Hojeó una revista porno, la volvió a dejar en su sitio. Dio vueltas a su bufanda alrededor del cuello y tiró hasta que sintió que la cabeza le iba a estallar. Soltó. Se levantó, dio unos pasos por la alfombra. Cayó de rodillas, rezando.
A las cinco y media llegaron Robban y Lasse. Tommy se encontraba entonces recostado en la butaca como si no hubiera ningún problema en el mundo. Lasse se mordía los labios, parecía nervioso. Robban sonrió con coña dando unas palmaditas a Lasse en la espalda.
– Lasse necesita otro radiocasete.
Tommy alzó las cejas.
– ¿Eso por qué?
– Lasse, cuéntaselo.
Lasse resopló, no se atrevía a mirar a Tommy a los ojos.
– Esto… es un chico del trabajo…
– ¿Que quiere comprar?
– Mmm.
Tommy se encogió de hombros, se levantó de la butaca y rebuscó la llave del refugio en el relleno. Robban parecía decepcionado, había contado con una buena bronca, pero Tommy pasaba. Lasse podía gritar: ¡SE VENDEN OBJETOS ROBADOS! en los altavoces del trabajo si quería. No pasaba nada.
Tommy apartó a Robban y salió al pasillo, abrió el candado, sacó la cadena de la rueda y se la tiró a Robban. La cadena resbaló en las manos de Robban y chirrió contra el suelo.
– ¿Qué te pasa? ¿Estás picado o qué?
Tommy meneó la cabeza, giró la rueda y empujó la puerta. El tubo fluorescente del refugio estaba roto, pero la luz que llegaba del pasillo era suficiente para ver las cajas de cartón apiladas a lo largo de una de las paredes. Tommy sacó una caja con un radiocasete y se la dio a Lasse.
– Que te diviertas.
Lasse miró indeciso a Robban, como para que le ayudara a interpretar el comportamiento de Tommy. Robban hizo una mueca que podía significar cualquier cosa; se volvió hacia Tommy, que estaba cerrando de nuevo.
– ¿Has oído algo más de Staffan?
– No -Tommy hizo chascar el candado y lanzó un suspiro-. Mañana iré a su casa a comer. Ya veremos.
– ¿A comer?
– Sí. ¿Qué pasa?
– No, nada. Yo creía que los maderos iban a base de… gasolina o algo así.
Lasse respiró aliviado, contento de que la tensión en el ambiente se hubiera aligerado.
– Gasolina…
Había mentido a su madre. Y ella le había creído. Ahora estaba echado en la cama y se sentía mal.
Oskar. Ése del espejo. ¿Quién era? Le pasan un montón de cosas. Cosas malas. Cosas buenas. Cosas raras. Pero ¿quién es? Jonny lo mira y ve al Cerdo al que tiene que pegar. Su madre lo mira y ve su Corazón mío al que nada malo puede ocurrirle.
Eli lo mira y ve… ¿qué ve?
Oskar se volvió hacia la pared, hacia Eli. Las dos figuras miraban escondidas entre el ramaje. Tenía aún la mejilla dolorida e hinchada, había empezado a hacerse una costra en la herida. ¿Qué le iba a decir a Eli si salía aquella tarde?
Estaba relacionado. Lo que le iba a decir dependía de lo que él fuera para ella. Eli era nueva para él y por eso tenía la posibilidad de ser otro, de decirle cosas diferentes de las que decía a los demás.
¿Cómo hace uno en realidad? ¿Para conseguir gustarle a otro?
El reloj que había sobre el escritorio marcaba las siete y cuarto. Miró el ramaje intentando encontrar nuevas figuras: había encontrado un duendecillo con el sombrero apuntado y un troll boca abajo cuando se oyeron unos golpecitos en la pared.
Toc-toc-toc.
Unos golpes suaves. Él contestó golpeando. Toc-toc-toc.
Esperó. Tras un par de segundos, nuevos golpes. Toc-toctoctoc-toc.
Él completó los dos que faltaban: toc-toc. Esperó. No hubo más golpes.
Cogió el papel con el alfabeto Morse, se puso la cazadora, dijo adiós a su madre y bajó al parque. No había alcanzado a dar más que unos pasos cuando se abrió el portal de Eli y ésta salió. Llevaba unas deportivas, vaqueros y una sudadera negra en la que ponía Star Wars con letras plateadas.
Primero pensó que se trataba de su propia sudadera; él tenía una exactamente igual y la había llevado puesta hacía dos días, estaba en el cesto para lavar. ¿Había ido ella y se había comprado una igual sólo porque él la tenía?
– Hei.
Oskar abrió la boca para soltar el «hola» que llevaba preparado, pero la cerró. La volvió a abrir para decir «Hei», se arrepintió y dijo «Hola» de todas formas.
Eli frunció el ceño.
– ¿Qué te ha pasado en la mejilla?
– Bueno, me he… caído.
Oskar siguió bajando hacia el parque, Eli lo seguía. Pasó por delante del tobogán, se sentó en un columpio. Eli se sentó en el de al lado. Se columpiaron en silencio un rato.
– Te lo ha hecho alguien, ¿verdad?
Oskar se columpió otro poco.
– Sí.
– ¿Quién?
– Unos… compañeros.
– ¿Compañeros?
– Unos de mi clase.
Oskar se impulsó con fuerza, cambió de tema.
– ¿A qué escuela vas tú?
– Oskar.
– ¿Sí?
– Para un poco.
Paró con los pies, se quedó mirando al suelo.
– Sí, ¿qué pasa?
– Tú…
Ella alargó el brazo, le cogió la mano, y él se paró del todo y miró a Eli. Su cara apenas era una silueta contra la ventana iluminada que había detrás de ella. Naturalmente no eran más que figuraciones suyas, pero le parecía que los ojos de Eli lucían. De todos modos eran lo único que podía ver claramente de su cara.
Con la otra mano le tocó la herida, y lo extraño ocurrió. Alguien, una persona mucho más mayor y más dura que ella se abrió paso desde su interior. Un escalofrío le recorrió a Oskar la espalda, como si hubiera mordido un helado de hielo.
– Oskar. No les dejes. ¿Me oyes? No les dejes.
– … No.
– Tienes que devolvérsela. Nunca se la has devuelto, ¿verdad?
– No.
– Empieza ahora. Devuélvesela. Fuerte.
– Son tres.
– Entonces tienes que darles más fuerte. Usa un arma.
– Sí.
– Piedras, palos. Dales más de lo que en realidad eres capaz. Entonces lo dejarán.
– ¿Y si no lo dejan?