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El maestro pitó el fin de la clase y salió fuera mientras ellos recogían las cosas. Oskar bajó las ruedas del plinto y lo empujó hasta el cuarto donde se guardaba, dándole unas palmaditas como a un buen caballo que finalmente se hubiera dejado montar. Lo colocó en su sitio y se dirigió al vestuario. Quería hablar con el profesor de una cosa.

A medio camino de la puerta fue detenido. Un lazo de cuerda voló sobre su cabeza y aterrizó alrededor de su estómago. Alguien lo había cazado. A sus espaldas oyó la voz de Jonny:

– Arre, Cerdo.

Se volvió de manera que la lazada se le deslizó sobre el estómago y quedó alrededor de su espalda. Jonny estaba frente a él con la agarradera de la cuerda en las manos, moviéndola arriba y abajo, chascando la lengua.

– Arre, arre.

Oskar agarró la cuerda con las dos manos y se la arrebató a Jonny. La cuerda sonó al caer al suelo detrás de Oskar. Jonny, señalándola, dijo:

– Ahora tendrás que recogerla tú.

Oskar cogió la cuerda por el medio con una mano y, dándole vueltas, la sacó por la cabeza de forma que las agarraderas sonaron. Gritó:

– ¡Cógela! -y la soltó. La cuerda salió volando y Jonny se tapó instintivamente la cara con las manos. La cuerda sobrevoló su cabeza y chirrió detrás contra las espalderas. Oskar salió del gimnasio y bajó corriendo las escaleras. El corazón tamborileaba en sus oídos. Esto ha empezado. Bajó los peldaños de tres en tres y aterrizó con los pies juntos en el rellano, cruzó el vestuario y entró en el cuarto del maestro.

Éste, en ropa de deporte, estaba sentado hablando por teléfono en un idioma extranjero, probablemente español. La única palabra que pudo entender Oskar fue «perro», que sabía lo que significaba. El maestro le indicó que se sentara en la otra silla que había en el cuarto. El maestro siguió hablando, varios «perro», mientras Oskar oyó cómo Jonny entraba en el vestuario y empezaba a dar voces.

El vestuario se había quedado vacío antes de que el maestro estuviera listo con su «perro». Se volvió hacia Oskar.

– Bueno, Oskar, ¿qué quieres?

– Sí, quería saber… de esos entrenamientos de los jueves.

– ¿Sí?

– ¿Puede uno apuntarse?

– ¿Te refieres a los entrenamientos de pesas en la piscina?

– Sí. Eso. ¿Puede uno apuntarse, o…?

– No tienes que apuntarte. Sólo ir. El jueves a las siete. ¿Quieres entrenar?

– Sí, yo… sí.

– Está bien. Entrena. Después podrás hacer… cincuenta flexiones en la barra.

El maestro mostraba las flexiones en la barra con los brazos en alto. Oskar meneó la cabeza. -No. Pero… sí, iré.

– Bien. Entonces nos vemos el jueves. Oskar asintió; se iba a ir, pero dijo:

– ¿Qué tal está el perro?

– ¿El perro?

– Sí, oí que decías «perro» y sé lo que quiere decir.

El maestro se quedó pensando un momento.

– Ah, «perro» no. Pero. Que significa 'men'. Como en men inte jag. Se dice pero yo no. ¿Entiendes? ¿Vas a empezar un curso de español también?

Oskar meneó la cabeza sonriendo. Dijo que ya era bastante con las pesas.

El vestuario estaba vacío salvo la ropa de Oskar. Oskar se quitó los pantalones de deporte y se quedó parado. Sus pantalones no estaban. Claro. Tenía que haberlo supuesto. Miró en el vestuario, en los servicios. Nada.

El frío le pellizcaba las piernas al volver a casa sólo con los pantalones de deporte puestos. Había empezado a nevar mientras tenían gimnasia. Los copos de nieve caían y se deshacían sobre sus piernas desnudas. Ya en el patio se detuvo bajo la ventana de Eli. Las persianas estaban bajadas. Ni un movimiento. Gruesos copos de nieve le cayeron en la cara mientras miraba hacia arriba. Atrapó algunos con la lengua. Estaban buenos.

– Mira a Ragnar.

Holmberg apuntaba hacia la plaza de Vällingby donde la nieve que caía cubría con un ligero manto el empedrado colocado en forma circular. Uno de los borrachines estaba sentado en un banco sin moverse, envuelto en un abrigo grande mientras la nieve lo convertía en un mal amasado muñeco. Holmberg suspiró.

– Tendré que salir a ver qué le pasa si no se mueve pronto. ¿Y tú qué tal estás?

– Así, así.

Staffan había puesto otro cojín en la silla de su escritorio para mitigar el dolor de la columna. Preferiría estar de pie, o mejor aún, acostado en la cama. Pero el informe de los sucesos del día anterior tenía que llegar a la brigada de homicidios antes del domingo.

Holmberg miraba su cuaderno de notas golpeando en él con el lapicero.

– Esos tres que estaban dentro, en el vestuario, dijeron que el asesino ese, antes de echarse el ácido clorhídrico encima, había gritado «¡Eli, Eli!», yo me pregunto…

El corazón le brincó en el pecho a Staffan, se inclinó sobre la mesa.

– ¿Dijo eso?

– Sí. ¿Sabes lo que…?

– Sí.

Staffan se echó para atrás en la silla de forma brusca y el dolor disparó una flecha hasta la mismísima raíz del pelo. Se agarró a los bordes de la mesa, se sentó bien y se llevó las manos a la cara. Holmberg lo miraba.

– Joder, ¿has ido al médico?

– No, es sólo… se me pasará. Eli, Eli.

– ¿Es un nombre?

Staffan asintió con cuidado.

– Sí… significa… Dios.

– Bueno, así que llamaba a Dios. ¿Crees que le oyó?

– ¿Qué?

– Dios. Que si crees que le oyó. Dadas las circunstancias parece poco… probable. Aunque claro, tú eres el experto en esas cosas. Bueno, tú sabrás.

– Son las últimas palabras que Cristo dijo en la cruz. «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Eli, Eli, lema sabachtani?».

Holmberg guiñó un ojo y siguió mirando sus notas.

– Sí, eso.

– Según san Mateo y san Marcos. Holmberg asintió, chupó el lápiz.

– ¿Lo vamos a poner en el informe?

Cuando llegó a casa de la escuela Oskar se puso un par de pantalones limpios y bajó al kiosco del Amante para comprar el periódico. Había oído comentar que el asesino había sido detenido y quería saberlo todo. Cortar y guardar.

Notó algo raro cuando bajaba al kiosco, algo que no era normal, aparte de que estaba nevando.

De vuelta a casa con el periódico supo lo que era. No estaba todo el tiempo alerta. Sólo caminaba. Había recorrido el camino hasta el kiosco sin ir vigilando a todos aquellos que pudieran meterse con él.

Empezó a correr. Corrió todo el camino hasta casa con el periódico en la mano mientras los copos le lamían la cara. Cerró la puerta de la calle. Fue a la cama, se echó boca abajo y dio unos golpecitos en la pared. No hubo respuesta. Le habría gustado hablar con Eli, contárselo.

Abrió el periódico. La piscina de Vällingby. Coches de policía. Ambulancias. Intento de asesinato. Las lesiones del individuo de tal naturaleza que dificultaban su identificación. Fotografía del hospital de Danderyd donde estaba siendo atendido el hombre. Referencias al anterior asesinato. Ningún comentario.

Después submarino, submarino, submarino. Reforzado el estado de alerta.

Llamaron a la puerta.

Oskar saltó de la cama, salió rápidamente al pasillo. Eli, Eli, Eli.

Cuando tenía ya la mano en el picaporte, se detuvo. ¿Y si eran Jonny y esos? No, nunca vendrían así a su casa. Abrió. Fuera estaba Johan.

– Hola.

– Sí… hola.

– ¿Vamos a jugar?

– Sí, ¿a qué?

– No sé. A algo.

– Vale.