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– Sí.

– Staffan me contó que le habían hecho la autopsia. A mí me parece que eso es tan desagradable. Que hagan esas cosas.

– Sí, sí, claro.

Un pato caminaba por la frágil capa de hielo hacia el agujero que se formaba en el hielo junto a uno de los desagües a un lado del lago. Los pequeños peces que se podían pescar allí en verano olían a desagüe.

– ¿De dónde viene ese desagüe? -Preguntó Tommy-. ¿Viene del crematorio?

– No sé. ¿No quieres escucharme? ¿Te parece desagradable?

– No, no.

Y entonces ella empezó a contárselo mientras iban por el bosque hacia casa. Después de un rato, Tommy comenzó a interesarse, a hacer preguntas que su madre no podía responder; ella sólo sabía lo que Staffan le había contado. Bueno, Tommy hacía tantas preguntas y parecía tan interesado que Yvonne se arrepintió de habérselo comentado siquiera.

Más tarde, por la noche, Tommy se encontraba sentado en una caja en el refugio, dándole vueltas a la pequeña escultura del tirador de pistola. La colocó encima de las tres cajas que contenían los radiocasetes, como un trofeo. Coronando la obra.

¡Mangado a un… policía!

Cerró cuidadosamente el refugio con la cadena y el candado, puso la llave en el escondite y se sentó pensando en lo que su madre le había contado. Después de un rato oyó pasos sigilosos que se acercaban al trastero. Una voz baja que decía:

– ¿Tommy?

Se levantó de la butaca, fue hasta la puerta y la abrió con rapidez. Allí estaba Oskar y parecía nervioso, con un billete en la mano.

– Toma. Tu dinero.

Tommy cogió el billete de cincuenta coronas y estrujándolo se lo metió en el bolsillo, sonrió a Oskar.

– ¿Te vas a hacer cliente de aquí o qué? Entra.

– No, tengo que…

– Entra, digo. Te quiero preguntar una cosa.

Oskar se sentó en el sofá agarrándose las manos. Tommy se desplomó en la butaca mirándolo.

– Oskar. Tú eres un chico espabilado. Oskar se encogió tímidamente de hombros.

– ¿Sabes la casa que ardió en Ängby? ¿La vieja que salió al jardín y se quemó?

– Sí, lo he leído.

– Me lo imaginaba. ¿Han escrito algo de la autopsia?

– No que yo sepa.

– No. Pero se la hicieron. Le hicieron la autopsia. ¿Y sabes qué? No encontraron humo en sus pulmones. ¿Sabes lo que eso significa? Oskar pensó.

– Que no respiraba.

– Sí. ¿Y cuándo se deja de respirar? Cuando se está muerto, ¿no?

– Sí -Oskar se animó-. He leído sobre eso. Precisamente. Por eso hacen la autopsia a los que han ardido. Para descartar que… alguien haya provocado el fuego para ocultar que ha matado al que había dentro. En el fuego. Leí en… sí, fue en la revista Hemmets Journal, que un tío en Inglaterra que había matado a su mujer y sabía esto pues había… antes de iniciar el fuego había puesto un tubo en la garganta de ella y…

– Bueno, bueno. Tú sabes. Bien. Pero aquí no había humo en los pulmones aunque la mujer había salido al jardín y había estado allí dando vueltas un rato antes de morir. ¿Cómo puede ser eso?

– Contendría la respiración. No, claro. Eso no se puede, lo he leído en algún sitio. Por eso la gente siempre…

– Vale, vale. Explícamelo entonces.

Oskar apoyó la cabeza en las manos, pensando. Luego dijo:

– O han tenido algún fallo o ella estaba de pie y corriendo aunque estaba muerta. Tommy asintió:

– Justo. ¿Y sabes qué? No creo que esos tíos cometan ese tipo de fallos. ¿Tú qué crees?

– No, pero…

– La muerte es la muerte.

– Sí.

Tommy tiró de un hilo de la butaca, hizo una bolita con los dedos y la lanzó.

– Sí. A uno le gustaría creerlo.

Tercera Parte

La nieve fundiéndose en la piel

Y después de haber puesto su mano en la mía,

con un rostro alegre que me reanimó,

me introdujo en las cosas secretas.

Dante Alighieri, La Divina Comedia, Infierno,

Canto III

– No soy una sábana. Soy un fantasma DE VERDAD. BUU… BUU…

¡Tienes que asustarte!

– Pero no me asusto.

Nationalteatern, Col rellena y calzoncillos

Jueves 5 de Noviembre

Morgan tenía frío en los pies. La helada que cayó más o menos al mismo tiempo que el submarino encallara no había hecho más que empeorar durante la última semana. Le gustaban sus viejas botas camperas, pero no se podía poner calcetines de lana con ellas. Además tenía un agujero en una de las suelas. Claro que podía comprarse alguna birria china por cien coronas, pero para eso prefería pasar frío.

Eran las nueve y media de la mañana y volvía a casa desde el metro. Había estado en el desguace de Ulvsunda para ver si podía echarles una mano que valiera unos cientos de coronas, pero el negocio iba mal. Tampoco este año habría botas de invierno. Se había tomado un café con los chicos en la oficina, abarrotada de catálogos de piezas de recambio y calendarios de tías, y vuelta a casa en el metro.

Larry salió del edificio; parecía, como de costumbre, alguien que tuviera una pena de muerte colgando sobre él.

– ¿Qué pasa tío? -gritó Morgan.

Larry saludó fríamente con la cabeza, como si desde que se despertara aquella mañana hubiera sabido que Morgan iba a estar ahí; se acercó a saludarle:

– Hola. ¿Qué tal?

– Los pies congelados, el coche en el desguace, sin trabajo y de camino a casa para tomarme un plato de sopa de sobre. ¿Y tú?

Larry seguía andando en dirección a la calle Björnsonsgatan, a lo largo del parque.

– Sí, pensaba bajar al hospital a saludar a Herbert. ¿Te vienes?

– ¿Está mejor de la cabeza?

– No, creo que sigue como antes.

– Entonces no voy. Me pongo malo con esos desvaríos. La última vez creía que yo era su madre, quería que le contara un cuento.

– ¿Lo hiciste?

– Claro que lo hice. Ricitos de oro y los tres ositos. Pero no. Hoy no estoy de humor para eso.

Siguieron caminando. Cuando Morgan se dio cuenta de que Larry tenía un par de guantes gruesos, fue consciente de que tenía frío en las manos y se las metió con cierto malestar en los estrechos bolsillos de los vaqueros. Ante ellos apareció el puente bajo el que Jocke había desaparecido.

Quizá para evitar hablar de ello Larry dijo:

– ¿Has visto el periódico esta mañana? Ahora dice Fälldin, el primer ministro, que los rusos tienen armas nucleares a bordo de ese submarino.

– ¿Y qué se creía antes que tenían? ¿Tirachinas?

– No, pero… pero es que ya lleva ahí una semana. Imagínate si hubiera explotado.

– No te preocupes. Saben lo que hacen, los rusos.

– Pero resulta que no soy comunista.

– Ni yo tampoco.

– No, no. ¿A quién votaste la última vez? ¿A los liberales?

– No soy partidario de Moscú, eso desde luego.

Ya habían tenido esa conversación antes. Ahora la repetían para evitar ver, para evitar pensar en aquello cuando se acercaban al túnel. A pesar de todo, sus voces se apagaron al entrar en él y se detuvieron. Los dos pensaron que el otro se había detenido primero. Los dos miraron los montones de hojas convertidos ahora en montones de nieve y que sugerían formas que hicieron que ambos se sintieran mal. Larry meneó la cabeza.