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Y en medio de todo esto había una rabia contenida al comprobar que un individuo, un solo individuo, podía condicionar la vida de tantas personas solamente por la fuerza de su maldad y de su… inmortalidad.

Sí. Los expertos y catedráticos que fueron invitados para exponer su opinión en los periódicos y en la televisión decían lo mismo: era imposible que el hombre siguiera vivo. Pero, preguntados directamente, reconocían unos minutos después que su huida también había sido igual de imposible.

Un catedrático agregado de Danderyd causó muy mala impresión en el informativo Aktuellt al responder en tono agresivo:

– Estaba hasta hace poco conectado a un respirador. ¿Sabe lo que significa eso? Significa que no podía respirar por sí mismo. Añádale a eso una caída desde treinta metros de altura…

El tono del catedrático daba a entender que el periodista era un idiota y que todo aquello no era en realidad más que un invento de los medios de comunicación.

Así que el caso se convirtió en un caldo de cultivo para conjeturas, exageraciones, habladurías y -lógicamente- miedo. No es de extrañar que a pesar de todo publicaran la foto de la oveja. Al menos era concreta. Así que la imagen de la oveja se extendió sobre el reino y llegó a los ojos de la gente.

Lacke la vio cuando con sus últimas coronas se compró un paquete de Prince rojo en el kiosco del Amante, de camino a casa de Gösta. Había estado durmiendo toda la tarde y se sentía como Raskolnikov: el mundo era borrosamente irreal. Echó una ojeada a la instantánea de la oveja y asintió para sí. En su estado actual no le parecía raro que la policía se dedicara a detener ovejas.

Sólo cuando ya había andado la mitad del camino hasta la casa de Gösta se acordó de la foto y pensó: «¿Qué cojones es eso?». Pero no tuvo fuerzas para volver a comprobarlo. Encendió un cigarro y siguió.

Oskar la vio cuando volvió a casa después de pasarse la tarde dando vueltas por Vällingby. Al salir del metro se encontró con Tommy, que entraba. Tommy estaba algo aturdido, excitado y dijo que había hecho «una cosa cojonuda», pero no le dio tiempo a contar más porque se cerraron las puertas. En casa había una nota en la mesa de la cocina: su madre había quedado con el coro esa tarde. Había comida en el frigorífico, la propaganda estaba repartida, besos.

En el banco de la cocina estaba el periódico de la tarde. Oskar miró la foto de la oveja y leyó todo lo que ponía sobre la búsqueda. Luego se puso a hacer un trabajo que tenía algo abandonado últimamente: recortar y guardar los artículos sobre el asesino ritual en los diarios de los últimos días. Sacó el montón de periódicos del armario de la limpieza, buscó su cuaderno de recortes, tijeras, pegamento y se puso manos a la obra.

Staffan la vio a unos doscientos metros del lugar donde había sido tomada. No había pillado a Tommy, y tras unas escuetas palabras a una Yvonne desolada había salido hacia Åkeshov. Alguien allí se había referido a un colega a quien él no conocía con las palabras «el ovejo», pero él no lo entendió hasta que unas horas después pudo ver el periódico.

Los mandos de la policía estaban cabreados por la falta de tacto de los diarios, pero a la mayoría de los agentes de a pie les pareció una cosa divertida. Excepto al propio «ovejo», naturalmente. Éste tuvo que soportar durante varias semanas un «beeee» o un «Qué jersey más bonito, ¿es de lana?» de vez en cuando.

Jonny la vio cuando su hermano pequeño, medio hermano pequeño, Kalle, de cuatro años, se dirigió a él con un regalo. Una pieza de construcción que había envuelto en la primera página del periódico del día. Jonny lo echó de su habitación diciéndole que no tenía ganas y cerrando la puerta. Volvió a sacar el álbum de fotos de nuevo, miró las fotografías de su padre, de su padre de verdad, que no era el padre de Kalle.

Un rato después oyó cómo su padrastro gritaba a Kalle por haber estropeado el periódico. Jonny desenvolvió entonces el regalo, haciendo girar la pieza de construcción entre los dedos mientras miraba la foto de la oveja. Se echó a reír y notó que la oreja le tiraba. Guardó el álbum en la bolsa de gimnasia, era más seguro ocultarlo en la escuela, y de allí sus pensamientos fueron a qué demonios iba a hacer con Oskar.

La foto de la oveja iba a abrir un pequeño debate sobre la ética de los periódicos en lo referente a la publicación de imágenes; no obstante, los dos diarios de la tarde la incluirían en el número especial de fin de año con las mejores fotografías del año. El carnero apresado pastaría a principios de verano por los prados del palacio de Drottningholm, ignorante por siempre de su protagonismo a la luz de los focos.

Virginia duerme envuelta en edredones, mantas. Los ojos cerrados, el cuerpo totalmente quieto. Dentro de un momento se va a despertar. Once horas ha permanecido de esta manera. La temperatura de su cuerpo ha bajado a veintisiete grados, lo cual equivale a la temperatura del aire dentro del armario. El corazón late muy débilmente cuatro veces por minuto.

Durante esas once horas su cuerpo se ha transformado irreversiblemente. El estómago y los pulmones se han adaptado a un nuevo tipo de vida. Lo más interesante, desde el punto de vista médico, es el quiste aún en fase de crecimiento en el nódulo sinusal del corazón, el grupo de células que rigen las contracciones. Un desarrollo similar al del cáncer, células extrañas que se reproducen de forma incontrolada.

Si se pudiera tomar una muestra de esas células extrañas y ponerla bajo el microscopio, se vería algo que todos los cardiólogos desecharían diciendo que se habían mezclado las pruebas. Una broma de muy mal gusto.

El nódulo sinusal está ciertamente compuesto por células cerebrales.

Sí. Dentro del corazón de Virginia se está desarrollando un pequeño cerebro independiente. Este nuevo cerebro, durante su formación, ha dependido del cerebro grande. Ahora es autosuficiente, y lo que Virginia sintió durante un terrible instante es totalmente cierto: que viviría aunque su cuerpo muriera.

Virginia abrió los ojos y supo que estaba despierta. Lo supo aunque el hecho de abrir los párpados no supusiera ninguna diferencia. Estaba igual de oscuro que antes, pero se despertó su consciencia. Sí. Su consciencia le hacía guiños a la vida al tiempo que otra cosa se escondía.

Como…

Como llegar a una casita de verano que ha estado deshabitada durante el invierno. Uno abre la puerta, alarga la mano buscando el interruptor de la luz y en el mismo instante en que ésta se enciende se oye el rápido chasquido, los arañazos de pequeñas patas en el suelo; uno capta el rastro de una rata que desaparece bajo el fregadero.

Uno se siente molesto. Sabe que ha vivido allí mientras él estaba fuera. Que considera la casa como suya. Y que va a salir de nuevo tan pronto como apague la luz.

No estoy sola.

Sentía la boca como papel. No tenía tacto en la lengua. Siguió tumbada, pensando en la casita que ella y Per, el padre de Lena, alquilaron durante algunos veranos cuando Lena era pequeña.

El nido que habían encontrado debajo del fregadero. Habían roído en trozos pequeños algunos cartones vacíos de leche y un paquete de cereales y construido una casita, una construcción fantástica de trozos de papel de distintos colores.

Virginia sintió una especie de remordimiento cuando aspiró la casita. No, más que eso. Un sentimiento supersticioso de transgresión. Cuando pasó la trompa fría y metálica de la aspiradora sobre aquella edificación tan frágil y delicada, a la que la rata había dedicado todo el invierno, sintió como si estuviera expulsando de allí a un espíritu bueno.