Выбрать главу

«Aunque no son los ángulos, es alguna otra cosa, algo que sólo… como una enfermedad que está en… las paredes, y yo no quiero permanecer más tiempo aquí.

Un tintineo cuando Gösta, sin que nadie se lo dijera, echó otro cubata en el vaso de Lacke. Él lo tomó agradecido. La descarga había propiciado un agradable sosiego en su cuerpo, un sosiego que el alcohol llenaba ahora de calor. Se echó hacia atrás en el sofá, respirando con tranquilidad.

Permanecieron en silencio hasta que llamaron a la puerta. Lacke preguntó:

– ¿Estás esperando a alguien?

Gösta meneó la cabeza mientras se levantaba trabajosamente.

– No. Menuda afluencia de tráfico esta tarde.

Lacke sonrió burlonamente y levantó su vaso hacia Gösta al pasar. Ya se sentía mejor. Se sentía bien, realmente.

Se abrió la puerta de la calle. Alguien desde fuera dijo algo y Gösta contestó:

– Sé bienvenida.

Tumbada en la bañera, en el agua caliente que se tiñó de rosa cuando la sangre reseca de su piel se diluyó, Virginia se decidió. Gösta.

Su nueva conciencia le decía que tenía que haber alguien que la dejara entrar. Su vieja conciencia, que no podía ser alguien a quien quisiera. Ni siquiera que le gustara. Gösta encajaba en ambas descripciones.

Se levantó, se secó y se puso unos pantalones y una blusa. Ya en la calle se dio cuenta de que no había cogido un abrigo. Sin embargo no tenía frío.

Descubrimientos nuevos, todo el tiempo.

Al pie de los edificios altos se detuvo, miró hacia la ventana de Gösta. Estaba en casa. Siempre estaba en casa.

¿Y sise resiste?

No había pensado en eso. Sólo se había hecho a la idea de que iba a buscar lo que necesitaba. Pero puede que Gösta quisiera vivir.

Claro que querrá vivir. Es una persona, tiene sus diversiones y piensa en todos los gatos que llegan…

El pensamiento se frenó, desapareció. Se puso la mano en el corazón. Latía cinco veces por minuto y ella sabía que tenía que cuidar su corazón. Que había algo en eso de… las estacas afiladas.

Cogió el ascensor hasta el penúltimo piso, llamó. Cuando Gösta abrió la puerta y vio a Virginia, sus ojos se abrieron de una manera que parecía espanto.

¿Losabrá? ¿Se notará?

Gösta dijo:

– Pero… ¿eres tú?

– Sí. ¿Puedo…?

Hizo un movimiento hacia el interior del apartamento. No lo entendía. Pero intuitivamente supo que necesitaba una invitación, si no… si no… pasaría algo. Gösta asintió, reculó un paso.

– Sé bienvenida.

Entró y Gösta volvió a cerrar la puerta, la miró con los ojos llorosos. Estaba sin afeitar, la piel fofa del cuello ennegrecida por la barba grisácea de dos días. La pestilencia del apartamento peor de lo que recordaba, más nítida.

No quie…

El viejo cerebro se cerró. El hambre tomó la iniciativa. Virginia puso las manos en los hombros de Gösta, vio sus manos ponerse en los hombros de Gösta. Sin oponer resistencia. La vieja Virginia estaba ahora acurrucada en algún lugar lejano de su cabeza, sin control.

La boca dijo:

– ¿Quieres ayudarme con una cosa? Quédate quieto.

Ella oyó algo. Una voz.

– ¡Virginia! ¡Hola! Cómo me alegro de que…

Lacke se echó hacia atrás cuando Virginia volvió la cabeza hacia él.

Tenía los ojos vacíos. Como si alguien le hubiera clavado agujas en ellos y hubiera absorbido lo que Virginia era y sólo hubiera dejado la mirada inexpresiva de un modelo anatómico: Figura 8: Los ojos.

Virginia lo miró fijamente durante un segundo, luego soltó a Gösta y se volvió hacia la puerta; asió el picaporte: estaba cerrada. Descorrió la cerradura, pero Lacke la cogió y la apartó.

– No vas a ninguna parte antes de que…

Virginia se revolvía en sus brazos y le golpeó con el codo en la boca, el labio se le reventó contra los dientes. Él le sujetaba con fuerza por los brazos, apretando la mejilla contra la espalda de ella.

– Ginja, joder. Tengo que hablar contigo. He estado tan preocupado. Tranquilízate, ¿qué te pasa?

Ella dio un tirón hacia la puerta, pero Lacke, que la sujetaba con fuerza, la arrastró hacia el cuarto de estar. Se esforzaba por hablarle tranquilo, con calma, como a un animal asustado, mientras la arrastraba delante de él.

– Ahora nos va a poner Gösta un cubata y nos sentamos tranquilamente y hablamos de ello, porque yo… yo te voy a ayudar. Sea lo que sea, ¿vale?

– No, Lacke, no.

– Sí, Ginja, sí.

Gösta entró como pudo en el cuarto de estar, le sirvió un cubata a Virginia en el vaso de Lacke. Lacke hizo entrar a Virginia, la soltó y se colocó en el vano de la puerta, con las manos en las jambas, como un portero. Se chupó un poco de sangre que tenía en el labio inferior.

Virginia se encontraba en el centro del cuarto, tensa. Miraba a su alrededor como si buscara la manera de huir. Sus ojos se fijaron en la ventana.

– No, Ginja.

Lacke estaba preparado para correr hacia ella, cogerla de nuevo si intentaba alguna tontería.

¿Qué le pasa? Parece como si se encontrara en una habitación llena de fantasmas.

Oyó un ruido como cuando uno rompe un huevo en una sartén caliente.

Otro más, igual. Otro.

La habitación se llenó de bufidos cada vez más fuertes, agitación.

Todos los gatos del cuarto se habían levantado, estaban con los lomos arqueados y las colas tiesas mirando a Virginia. Hasta Miriam se levantó torpemente con la tripa arrastrando, echó las orejas hacia atrás y mostró los dientes.

Del dormitorio, de la cocina, llegaron más gatos.

Gösta había dejado de echar ginebra; se quedó con la botella en la mano mirando a sus gatos con los ojos como platos. La agitación planeaba ahora como una nube de electricidad dentro del cuarto, aumentando. Lacke se vio obligado a gritar para hacerse oír por encima de los maullidos.

– Gösta, ¿qué hacen?

Éste meneó la cabeza, hizo un gesto estirando el brazo y se le salió un poco de ginebra de la botella.

– No lo sé… Nunca he…

Un gato negro pequeño dio un salto sobre la pierna de Virginia, le clavó las uñas y la mordió. Gösta dejó la botella sobre la mesa con un golpe y dijo:

– ¡Fuera, Titania, fuera!

Virginia se agachó, agarró al gato por el lomo e intentó quitárselo de encima. Otros dos aprovecharon la ocasión y le saltaron sobre la espalda y la nuca. Virginia lanzó un grito y se quitó el gato de la pierna, le tiró de las patas. El gato voló por la habitación, se estrelló contra el borde de la mesa y cayó a los pies de Gösta. Uno de los que tenía en la espalda se le subió a la cabeza e hizo presa con las uñas mientras le mordía en la frente.

Antes de que a Lacke le diera tiempo a llegar, otros tres gatos se le habían echado encima. Maullaban como locos mientras Virginia les arreaba puñetazos. Con todo, siguieron aferrados a ella, desgarrándole la carne con sus minúsculos dientes.

Lacke metió las manos en la palpitante masa sobre el pecho de Virginia, agarró piel que se deslizaba sobre músculos tensos, retiró pequeños cuerpos y la blusa de Virginia se rasgó, ella estaba gritando y…