Schvittt.
¿No?
Tommy se sentó en el sofá, se desprendió del edredón.
Eso no existe. No, no. Vampiros. La chica, la del vestido amarillo tiene de alguna manera que creer que ella es… pero espera, espera. Estaba lo de ese asesino ritual que… ése al que andan buscando…
Tommy apoyó la cabeza en las manos; los billetes crujieron contra su oreja. No acababa de entenderlo. Pero de todos modos le dio un miedo terrible aquella chica.
Justo cuando había empezado a sopesar la idea de subir al piso a pesar de todo, aunque fuera todavía de noche, de soportar lo que se le iba a venir encima, oyó cómo se abría la puerta arriba, en su portal. El corazón le latía como el de un pájaro asustado y lanzó una mirada a su alrededor.
Un arma.
Lo único que había era el cepillo de barrer. La boca de Tommy dibujó una mueca que duró un segundo.
El cepillo de barrer, una buena arma contra los vampiros.
Luego se acordó, se levantó y salió del trastero mientras se guardaba el dinero en el bolsillo del pantalón. Cruzó el pasillo de una zancada y se deslizó dentro del refugio al mismo tiempo que se abría la puerta del sótano. No se atrevió a cerrar por miedo a que ella lo oyera.
Se acurrucó en la oscuridad, intentando hacer el menor ruido posible al respirar.
La cuchilla relucía en el suelo. En una de las esquinas tenía una mancha de color marrón, como de óxido. Eli cortó un trozo de la portada de un periódico, envolvió la cuchilla en el papel y se la guardó en el bolsillo.
Tommy había desaparecido, lo cual significaba que estaba vivo. Había salido de allí por su propio pie, se habría ido a casa a dormir y, aunque pudiera relacionar los hechos, no sabía dónde vivía Eli, así que…
Todo está como debe estar. Todo está… estupendamente. El cepillo de madera estaba apoyado contra la pared, con su palo largo.
Eli lo cogió, partió el palo contra la rodilla, por abajo, casi a la altura del cepillo. Quedó una superficie irregular, en punta. Una estaca delgada del largo de un brazo. Se puso la punta contra el pecho, entre dos costillas. Exactamente en el punto donde la mujer había clavado su dedo índice.
Respiró profundamente, agarró el palo y trató de pensar.
¡Dentro! ¡Dentro!
Expulsó el aire, aflojó la presión. Lo volvió a apretar. Con fuerza.
Llevaba dos minutos con la punta a un centímetro del corazón, apretando fuertemente el palo con la mano, cuando se oyó el cerrojo de la puerta del sótano y ésta deslizándose.
Eli se quitó la estaca de madera del pecho, escuchó. Pasos lentos, inseguros, en el pasillo, como de un niño que acabara de aprender a andar. De un niño grande que acabara de aprender a andar.
Tommy oyó los pasos y pensó: ¿Quién?
Ni Staffan, ni Lasse, ni Robban. Alguien que parecía enfermo, alguien que arrastraba algo muy pesado… ¡Papá Noel! Se llevó la mano a la boca para ahogar una risita cuando se imaginó a Papá Noel, en la versión de Disney…
¡Hohoho! Say «mamá»!
… llegar dando tumbos por el pasillo del sótano con su enorme saco a la espalda.
Sus labios temblaron bajo la palma de la mano y apretó los dientes para evitar que entrechocaran unos con otros. Todavía en cuclillas se alejó de la puerta paso a paso. Sintió el ángulo del rincón contra su espalda al mismo tiempo que el haz de luz que entraba por la abertura de la puerta se oscurecía.
Papá Noel estaba parado entre la lámpara y el refugio. Tommy se tapó la boca con las dos manos para no gritar, temiendo que la puerta se abriera.
No había escapatoria.
A través de las rendijas de la puerta se dibujaba el cuerpo de Håkan con líneas entrecortadas. Eli alargó el palo todo lo que pudo, empujó la puerta con él. Se abrió un decímetro, luego se interpuso el cuerpo que había fuera.
Una mano agarró el borde de la puerta, tirando de ella hacia arriba con tanta fuerza que ésta chocó contra la pared, se salió de un gozne. La puerta se descolgó y rebotó colgando torcida, golpeando el hombro al cuerpo que ahora llenaba el hueco de la puerta.
¿Qué quieres de mí?
Todavía se podían distinguir manchas de color azul claro en la bata que le cubría el cuerpo hasta las rodillas. El resto era un mapa sucio de tierra, barro y manchas que la nariz de Eli pudo identificar como sangre de animales, sangre humana. La bata estaba rota por varios sitios; en las aberturas se vislumbraba una piel blanca, marcada con rasguños que no curarían nunca.
La cara no había cambiado. Una masa mal trabajada de carne desnuda con un único ojo rojo estampado allí como de broma, una guinda pasada para coronar un pastel podrido. Pero ahora tenía la boca abierta.
Un agujero negro en la mitad inferior de la cara. No había labios que pudieran ocultar los dientes, que estaban al descubierto; una irregular corona blanca que hacía la oscuridad aún más oscura. El agujero se ensanchó, se redujo como si masticara algo y de él salió:
– Eeeiiiij.
No se podía distinguir si el sonido quería decir «hej» o «Eli», puesto que pronunciaba la jota o la ele sin ayuda de los labios o de la lengua. Eli dirigió el palo hacia el corazón de Håkan, diciendo:
– Hola.
¿Qué quieres?
La no-muerte. Eli no sabía nada de ella. No sabía si el ser que tenía delante estaba dominado por las mismas limitaciones que él mismo. Si sería suficiente con destrozarle el corazón. Sin embargo, el hecho de que Håkan estuviera parado ante el hueco de la puerta parecía indicar una cosa: que necesitaba una invitación.
La pupila de Håkan se movía de arriba abajo, sobre el cuerpo de Eli que se sentía desprotegido con el ligero vestido amarillo. Habría deseado que tuviera más tela, que hubiera más obstáculos entre su propio cuerpo y el de Håkan. Tanteando, acercó el palo al pecho de éste.
¿Podrá sentir algo? ¿Podrá ya siquiera… sentir miedo? Eli revivió una sensación casi olvidada: el miedo al dolor. Todo se curaba, pero de Håkan emanaba una amenaza de tal magnitud que… -¿Qué quieres?
Se oyó un sonido gutural hueco cuando aquel ser expulsó aire y una gota de líquido viscoso de color amarillento salió del doble orificio donde había estado la nariz. ¿Un suspiro? Luego un susurro roto: «Aaaajjj»… y uno de los brazos dio una sacudida rápida, espasmódica,
movimientos de bebé.
Se agarró con torpeza la bata por la parte de abajo, casi por el dobladillo, y se la subió.
El pene de Håkan emergía tieso del cuerpo, llamando la atención, y Eli observó su rígida hinchazón surcada por una red de venas y…
Cómo puede… tiene que haberlo tenido todo el tiempo.
– Aaaajjj…
Sacudidas violentas de la mano de Håkan cuando se movía el prepucio arriba y abajo, arriba y abajo y el glande aparecía y desaparecía, aparecía y desaparecía, como el muñeco de la caja, mientras profería un sonido de placer o algo parecido.
– Aaaaeee…
Y Eli rio aliviado.
Todo esto. Para hacerse una paja.
Permanecería allí, incapaz de moverse del sitio hasta que… hasta que…
¿Podría correrse? Iba a permanecer allí una… una eternidad.