Y Andrea… A pesar mío, su aspecto me impresionó y me asustó. El suéter limpio y los téjanos planchados con los que había salido estaban empapados y manchados de barro. Se le veía la rodilla a través del pantalón desgarrado, herida y sangrando, infantilmente indefensa. Al parecer había perdido un zapato. Tenía el pelo pegado a la cabeza como un alga marina; la cara, enrojecida por el llanto. Cuando pronuncié su nombre, volvió la cabeza para mirarme con ojos llorosos y patéticos. Vi con horror que tenía una gran magulladura en la sien, como si la hubieran golpeado salvajemente. También había perdido la cruz celta y la cinta de cuero, que quizá le habían arrancado en algún forcejeo inimaginable.
– ¡Andrea!
Lanzó un gemido y se dio la vuelta para esconder el rostro en el respaldo del sofá. Al hacerlo, derramó el brandy e hizo caer el vaso de la mano de Pettifer.
– No quiero hablar de ello. No quiero.
– ¡Pero tienes que hacerlo!
Pettifer, exasperado, recogió el vaso y salió de la habitación. Me dije que nunca había simpatizado con la joven. Me acerqué a ella, sentada al borde del sofá, y traté de girar sus hombros hacia mí.
– ¿Te lo ha hecho alguien?
Andrea se volvió con brusquedad, con el cuerpo contorsionado.
– ¡Sí! -Me gritó en la cara, como si yo fuera sorda-. ¡Ha sido Joss! -Y se deshizo otra vez en sollozos.
Miré a Grenville y me encontré con una mirada fija y pétrea. Se hubiera dicho que tenía los rasgos tallados en madera. Me dije que no podía esperar ayuda de él. Me volví hacia Morris Tatcombe.
– ¿Dónde la ha encontrado?
Morris cambió de postura. Vi que estaba vestido como para pasar la noche en la ciudad: cazadora de cuero decorada con insignias bordadas y salpicada por la lluvia, téjanos ajustados y botas camperas. A pesar de los tacones, la parte superior de su cabeza no llegaba al hombro de Eliot, y el pelo largo le caía húmedo y lacio hacia un lado.
Se echó el pelo hacia atrás, un gesto a la vez agresivo y tímido.
– En mitad de la colina. Donde la avenida se estrecha y no hay aceras. Estaba medio caída en la cuneta. Fue una suerte que la viese, de veras. Pensé que la había atropellado un coche, pero no había sido eso. Parece que tuvo una pelea con Joss Gardner.
– La había invitado al cine -dije.
– No sé cómo empezaría la cosa -dijo Morris.
– Pero sí cómo ha terminado -añadió Eliot.
– Pero… -Tenía que haber alguna otra explicación. Estaba a punto de decirlo cuando Andrea se puso a gemir otra vez como una anciana en un velatorio y perdí la paciencia-. ¡Cállate de una vez! -La cogí por los hombros y la zarandeé. Su cabeza osciló sobre el cojín de seda como una muñeca de trapo mal rellena-. Deja de hacer ruido y cuéntanos qué ha pasado.
Las palabras empezaron a salirle de la boca, deformadas por el llanto. (Me dije en un pronto: por ¡o menos no le han roto ningún diente y me odié por mí misma por aquella falta de consideración).
– Bueno, fuimos al cine… y cu… cuando salimos, fuimos a un bar y…
– ¿A qué bar?
– No lo sé…
– Tienes que saber a cuál…
Me era imposible no levantar la voz. Mollie, a quien no había oído entrar en la habitación, dijo a mis espaldas:
– Vamos, no le grites. Sé más amable.
Hice un esfuerzo y volví a intentarlo con más suavidad.
– ¿No recuerdas a dónde fuisteis?
– No. Estaba oscuro… no veía nada. Y entonces… y entonces…
La sostuve con firmeza, procurando calmarla.
– Sí, ¿y entonces?
– Y Joss había bebido mucho… Y no quería traerme a casa. Quería que yo… fuera con él a su piso… y…
Abrió la boca y sus ademanes se disolvieron en un llanto incontrolable. La solté y me erguí, dándole la espalda.
Mollie me reemplazó inmediatamente.
– Bueno -dijo Mollie-. Bueno, bueno. -Era más amable que yo. Y tenía voz tan tranquilizadora como la de una madre-. Ya no hay por qué preocuparse. El médico está en camino y Pettifer te ha puesto una botella de agua caliente en la cama. No tienes que decirnos nada más. No hace falta que hables.
Pero, acaso más tranquila por la actitud de Mollie, Andrea parecía deseosa de hacer una confesión y oímos el resto de la historia, entre jadeos y sollozos interminables.
– Y yo no quería ir. Yo… yo quería volver a casa. Y… me fui. Pero él me siguió. Y… quise correr y tropecé… y se me salió el… el zapato. Y entonces él… él me alcanzó y… se puso a gritarme… y yo grité también y me pegó…
Observé la cara de los que me rodeaban y todas expresaban el mismo horror, la misma consternación, con diferentes grados de intensidad. Sólo Grenville parecía inmutable y muy disgustado, pero no se movía ni decía nada.
– Está bien -repitió Mollie con voz temblorosa-. Ya ha pasado todo. Ven, vamos arriba.
Andrea, debilitada y sucia de barro, se levantó como pudo del sofá pero las piernas no la sostuvieron y se desplomó. Morris, que era el que estabas más cerca, se adelantó, la sostuvo antes de que cayera y la cogió con sus delgados brazos con una fuerza sorprendente.
– Eso es -dijo Mollie-. Morris te llevará arriba. Y deja de preocuparte… -Se encaminó a la puerta-. Ven por aquí, Morris.
– Sí -dijo Morris, que no parecía tener alternativa.
Observé la cara de Andrea. Cuando Morris se puso en movimiento, la joven abrió los ojos y me miró con fijeza. Le sostuve la mirada sin que ella desviara los ojos. Andrea comprendió que me había dado cuenta de que mentía. Apoyó la cabeza en el pecho de Morris y se echó a llorar otra vez. Se la llevaron rápidamente de la habitación.
Oímos que los pesados pasos de Morris cruzaban el vestíbulo y subían las escaleras. Entonces dijo Eliot con su magistral dominio de los sobreentendidos:
– Un asunto desagradable. -Dirigió una mirada a Grenville-. ¿Llamo a la policía ahora o más tarde?
Grenville abrió la boca por fin.
– ¿Quién ha dicho que haya que llamar a la policía?
– No vamos a dejar que se salga con la suya, ¿o sí?
– Andrea ha mentido -dije.
Los dos hombres me miraron con sorpresa. Grenville entornó los ojos; estaba más impresionante que nunca. Eliot frunció el ceño.
– ¿Qué has dicho?
– Parte de su historia puede ser cierta. Es probable que la mayor parte lo sea. Pero ha mentido.
– ¿Por qué había de mentir?
– Porque, como tú mismo dijiste, Joss la tenía encandilada. No le dejaba en paz. Andrea me contó que había estado en su casa y estoy convencida de que es verdad porque me la describió con detalles y con exactitud. Lo que sé es que, si Joss hubiera querido que ella fuera con él a su casa, Andrea no habría vacilado en hacerlo. No habría puesto ninguna objeción.
– Entonces, ¿cómo explicas la herida de la cara? -preguntó Eliot con dulzura.
– No sé. Ya he dicho que no sé nada del resto de la historia. Pero estoy segura de que esa parte es inventada.
Grenville se puso en movimiento. Había estado de pie un buen rato. Se acercó al sillón y tomó asiento.
– Podemos averiguar lo que pasó -dijo al fin.
– ¿Cómo? -La pregunta de Eliot sonó como un pistoletazo.
Grenville volvió la cabeza con violencia y lo traspasó con la mirada.
– Preguntándoselo a Joss.
Eliot dejó escapar un sonido que en las novelas antiguas podría haberse escrito «¡Psá!»
– Se lo preguntaremos. Joss nos dirá la verdad.
– Joss no sabe lo que significa esa palabra.
– No tienes ninguna razón para decir semejante cosa.
Eliot perdió la paciencia.
– ¡Vamos, por el amor de Dios! ¿Hace falta que te arroje la verdad a la cara para que te des cuenta?
– No me levantes la voz.
Eliot enmudeció. Miraba al anciano con indignación, como si no pudiera creer lo que había oído… Cuando por fin habló, fue en un susurro.