– Ya estoy harto de Joss Gardner. Nunca he confiado en él, nunca me ha gustado. Creo que es un farsante, un ladrón y un mentiroso, y sé que tengo razón. Algún día también tú te darás cuenta. Ésta es tu casa. Eso es algo que yo acepto. Pero lo que nunca voy a aceptar es su derecho a controlarla, y a nosotros con ella, sólo porque es el…
Tuve que detenerlo.
– ¡Eliot! -Se volvió para mirarme. Era como si se hubiese olvidado de que también yo estaba allí-. Eliot, por favor. Cállate.
Observó el vaso que tenía en la mano y apuró el whisky.
– Está bien -dijo por fin-. No diré nada más por el momento.
Y fue a servirse otro whisky. Mientras Grenville y yo le observábamos en silencio, Morris Tatcombe volvió a entrar en la habitación.
– Bueno, me voy -dijo a la nuca de Eliot.
Eliot se volvió y se le quedó mirando.
– ¿Está bien?
– Sí, está arriba. Tu madre está con ella.
– Tómate algo antes de irte.
– No, mejor me voy.
– De veras, no sabemos cómo darte las gracias. ¿Qué habría sido de ella si no la hubieras encontrado…? -Se interrumpió. La oración incompleta evocó imágenes de Andrea muriéndose de frío, de agotamiento, desangrándose.
– Fue una casualidad, eso es todo. -Dio un paso atrás. Era evidente que Morris estaba deseoso de irse y no sabía cómo hacerlo.
Eliot tapó la botella, dejó el vaso en la mesa y acudió en su ayuda.
– Te acompañaré hasta la puerta.
Morris movió la cabeza en dirección a Grenville y a mí.
– Buenas noches a todos.
Pero Grenville se había puesto en pie con esfuerzo y mucha dignidad.
– Usted ha manejado la situación con notable sensatez, señor Tatcombe. Se lo agradecemos. Y también le agradeceríamos que no hiciera pública la versión que la pequeña ha contado sobre lo sucedido. Por lo menos hasta que la hayamos comprobado.
Morris parecía escéptico.
– Estas cosas acaban por saberse.
– Pero estoy convencido de que no será por boca de usted.
Morris se encogió de hombros.
– Es asunto de ustedes.
– Exacto. Es asunto nuestro. Buenas noches, señor Tatcombe.
Eliot le acompañó a la salida.
– Grenville volvió a instalarse fatigosamente en el sillón. Se pasó la mano por los ojos y pensé que escenas como aquélla no le beneficiaban en absoluto.
– ¿Te sientes bien?
– Sí. Estoy bien.
Yo sabía que podía confiar en él, decirle que sabía que Joss era nieto de Sophia. Pero sabía igualmente que antes de abrir yo la boca tendría que hablar él primero.
– ¿Te apetece tomar algo?
– No.
Lo dejé tranquilo y me dediqué a ordenar los cojines del sofá.
Eliot volvió al cabo del rato y muy animado, por cierto. Parecía haber olvidado la violenta discusión que había sostenido con Grenville. Fue a recoger su vaso.
– Salud -dijo, mientras levantaba la copa en dirección al abuelo.
– Supongo que estamos en deuda con ese joven -dijo Grenville-. Espero que podamos arreglarlo algún día.
– Yo no me preocuparía por Morris -respondió Eliot con jovialidad-. Sabe arreglárselas solo. Y Pettifer me ha dicho que os avise de que la cena está lista.
Cenamos los tres solos. Mollie se quedó con Andrea. El médico llegó en la mitad de la velada y Pettifer lo acompañó arriba. Luego le oímos hablar con Mollie en el vestíbulo, Mollie la acompañó a la puerta y entró a contarnos lo que le había dicho.
– Como es lógico, ha sufrido una fuerte impresión. Le ha dado un sedante y tendrá que guardar cama un par de días.
Eliot le había acercado una silla y Mollie se dejó caer en ella, agotada y aturdida.
– Ha sido espantoso. No sé cómo voy a explicárselo a su madre.
– No pienses en eso hasta mañana -dijo Eliot.
– Es que es ha sido espantoso… Es sólo una niña. No tiene más que diecisiete años. ¿En qué estaba pensando ese Joss? Debe de haberse vuelto loco.
– Puede que estuviera borracho -dijo Eliot.
– Sí. Quizás. Borracho y violento.
Ni Grenville ni yo dijimos nada. Fue como si hubiésemos pactado guardar silencio al respecto, lo cual tampoco significaba que yo hubiera perdonado a Joss por lo que sí había hecho. Tal vez más tarde, cuando Grenville hubiera hablado con él, saldría a la luz toda la verdad. Para entonces, era probable que yo ya estuviera en Londres.
Y si todavía estaba allí… Comí despacio un racimo de uvas. Aquélla podía ser mi última cena en Boscarva. En realidad no sabía si quería que lo fuera o no. Había llegado a una encrucijada y no sabía qué camino tomar, pero iba a tener que decidirme pronto. Eliot había hablado de compromiso y lo que me había dicho no parecía muy atractivo. Pero después de lo ocurrido aquella noche, cada palabra tenía un contenido bien fundado, lógico y realista, con los pies en el suelo.
Naciste para tener mando, hijos y una casa,
Cogí la copa de vino y, al levantar la vista, vi que Eliot me observaba desde el otro lado de la mesa. Sonrió, como si fuéramos cómplices. Su rostro no sólo expresaba confianza sino también triunfo. Tal vez, mientras yo pensaba que probablemente terminara casándome con él, él ya estaba seguro de que lo haría.
Estábamos otra vez en el salón, sentados alrededor del fuego y terminando el café, cuando se puso a sonar el teléfono. Pensé que contestaría Eliot, pero estaba apoltronado en un sillón, con su periódico y su bebida, y tardó tanto en levantarse que no tuvo más remedio que contestar Pettifer. Oímos que se abría la puerta de la cocina y que sus viejas piernas cruzaban el vestíbulo a paso lento. Los timbrazos dejaron de oírse. No sé por qué, eché un vistazo al reloj que estaba sobre la chimenea. Eran casi las diez menos cuarto.
Esperamos. Se abrió la puerta y Pettifer asomó la cabeza. Sus gafas reflejaron la luz de la lámpara.
– ¿Quién es, Pettifer? -preguntó Mollie.
– Es para Rebecca -dijo Pettifer.
– ¿Para mí? -dije con sorpresa.
– ¿Quién puede llamarte a estas horas? -dijo Eliot.
– No tengo ni idea.
Me levanté y salí de la habitación. Quizás fuera Maggie, para decirme algo sobre el piso. Quizás fuera Stephen Forbes, para saber cuándo volvería al trabajo. Me sentía culpable porque habría tenido que llamarle para decirle lo que hacía y cuándo planeaba volver a Londres.
Me senté en el baúl que había en el vestíbulo y cogí el auricular.
– ¿Diga?
Una voz débil, como la de un ratón, comenzó a hablar en mi oído. Parecía muy lejana.
– Señorita Bayliss, verá, es que pasamos por allí y lo vimos tendido en el suelo… Mi marido dijo… bueno, le ayudaremos a subir las escaleras de su casa… No sabíamos qué le había ocurrido. Estaba cubierto de sangre y apenas podía hablar. Quisimos llamar al médico… pero no nos dejó… me da miedo que esté allí solo… alguien debería quedarse con él… dijo que se recuperaría…
Reaccioné con una lentitud asombrosa, porque tardé un rato en darme cuenta de que quien hablaba era la señora Kernow y de que me llamaba desde la cabina que había al final de Fish Lane para decirme que algo le había sucedido a Joss.
Capítulo 12
Estaba sorprendida y satisfecha a la vez por la tranquilidad casi absoluta que me dominó en aquel puno. Era como si ya me hubiese preparado para aquella misión, como si ya me hubieran dado instrucciones sobre lo que tenía que hacer. No hubo dudas y en consecuencia tampoco vacilaciones. Tenía que ir con Joss. Así de sencillo.
Subí a mi habitación y cogí el abrigo, me lo puse, me lo abroché y bajé otra vez. La llave del coche de Mollie estaba donde yo la había dejado, en la bandeja le bronce que había en la mesa del vestíbulo.
La cogí y en aquel momento se abrió la puerta del salón. Eliot avanzó hacia mí, pero ni por un momento se me ocurrió que quisiera detenerme. Ni por un momento se me ocurrió que nada ni nadie pudiera impedirme lo que iba a hacer.