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– ¿Y Eliot?

Pettifer miró a Joss y luego a mí.

– Se ha ido.

– Será mejor que nos lo cuentes todo desde el principio -dijo Joss.

Terminamos en la cocina, alrededor de la mesa.

– Después de irse Rebecca, Eliot fue al estudio y regresó con el retrato de Sophia. El que habíamos estado buscando, Joss. El que no habíamos podido encontrar.

– No entiendo -dije. Joss me lo explicó.

– Pettifer era el único que sabía que Sophia era mi abuela. Nadie más. Fue hace tanto tiempo que nadie se acordaba de ella. Grenville quería que todo quedara así.

– Pero, ¿por qué había un único cuadro del rostro de Sophia? Grenville debió de pintar docenas. ¿Qué pasó con ellos?

Hubo una pausa durante la cual Pettifer y Joss se miraron. Entonces Pettifer prosiguió la explicación con mucho tacto.

– Fue por la anciana señora Bayliss. Estaba celosa de Sophia… no porque hubiera adivinado la verdad, sino porque Sophia formaba parte de la otra vida del Capitán, la vida que la señora Bayliss odiaba.

– Te refieres a su vocación por la pintura.

– Nunca tuvo ningún trato con Sophia y se limitaba a saludarla con frialdad si por casualidad se cruzaba con ella en Porthkerris. El Capitán lo sabía y no quería ofenderla, así que vendió y regaló todos los cuadros de Sophia… menos el que usted encontró. Sabíamos que tenía que estar en alguna parte. Joss y yo estuvimos un día entero buscándolo, pero no apareció.

– ¿Qué habríais hecho con él si lo hubierais encontrado?

– Nada. Sólo queríamos que no lo viera nadie más.

– No entiendo por qué era tan importante.

– Grenville no quería que nadie supiera lo que había sucedido entre él y Sophia -dijo Joss-. No es que se avergonzara de ello. La había amado mucho. Y cuando fallezca, el secreto dejará de tener importancia. Pero es orgulloso y siempre ha vivido de acuerdo con determinadas reglas. Quizá nos parezcan muy anticuadas, pero son sus reglas. ¿Lo entiendes?

– Sí, creo que sí.

– Los jóvenes de hoy hablan de liberación y de tolerancia como si ellos hubieran inventado tales ideas -dijo Pettifer con seriedad-. Pero no es nada nuevo. Siempre ha sido así, sólo que en la época del Capitán se hacía con un poco más de discreción.

Aceptamos el hecho con humildad.

– Parece -dijo Joss- que nos hemos salido por la tangente. Pettifer nos estaba hablando de Eliot.

– Es verdad -dijo Pettifer-. Bueno, pues Eliot entró en el salón como una tromba. Yo iba detrás de él. Fue directamente a la chimenea y puso el cuadro en alto, junto al otro. El Capitán no dijo una palabra. Se limitaba a mirarle. Y Eliot dijo: ¿Qué tiene que ver con Joss Gardner?. Y el Capitán se lo dijo. Se lo contó todo. Muy tranquilo y lleno de dignidad. Y la señora Roger también estaba allí. Casi le dio un ataque. Dijo que el Capitán había estado engañándolos durante todos estos años por permitir que Eliot creyera que era su único nieto y que heredaría Boscarva cuando el Capitán muriese. El Capitán respondió que él jamás había dicho nada por el estilo, que sólo habían sido conjeturas y que habían vendido la piel del oso antes de matarlo. Entonces le preguntó Eliot con mucha frialdad: ¿Podrías decirnos de una vez cuáles son tus planes?, pero el Capitán dijo que sus planes eran asunto suyo. ¡Y tenía razón!

Pettifer acompañó esta breve defensa con un puñetazo en la mesa de la cocina.

– ¿Y Eliot?

– Eliot dijo que, en ese caso, iba a desentenderse de todos nosotros, refiriéndose a la familia, por supuesto. Dijo que él tenía sus propios planes y que daba gracias al cielo por poder deshacerse de nosotros. Cogió unos papeles y una carpeta, se puso el abrigo, silbó a su perro y salió de la casa con un portazo. Oímos que se alejaba el coche y desde entonces no ha vuelto.

– ¿Adonde iría?

– A High Cross, supongo.

– ¿Y Mollie?

– Hecha un mar de lágrimas… quería impedir que Eliot cometiera una estupidez, según dijo. Le rogó que se quedara. Le dijo al Capitán que todo era culpa suya. Pero, por supuesto, no podía hacer nada. Nadie puede impedir que un adulto se vaya de su casa, ni siquiera su madre.

Sentí compasión por Mollie.

– ¿Dónde está ahora?

– Arriba, en su habitación. Le preparé un té, se lo llevé y la encontré sentada frente al tocador, como esculpida en piedra.

Me alegraba de no haber estado allí. Todo había sido muy melodramático, por lo visto. Me puse en pie. Pobre Mollie.

– Voy a hablar con ella.

– Y yo con Grenville -dijo Joss.

– Dile que voy enseguida.

Joss sonrió.

– Te esperamos -prometió.

Encontré a Mollie pálida y deshecha en lágrimas, sentada frente al tocador, lo cual no dejaba de ser característico, pues Mollie no se habría tendido de bruces en la cama ni traspasada por el dolor más angustioso. Hasta ahí habríamos podido llegar. La colcha se habría ensuciado. Cuando entré en la habitación, levantó la vista y su reflejo se triplicó en los espejos del mueble. Me pareció que, desde que la conocía, era la primera vez que aparentaba la verdadera edad que tenía.

– ¿Estás bien? -dije.

Bajó los ojos mientras estrujaba un pañuelo húmedo. Me acerqué a ella.

– Pettifer me lo ha contado todo -dije-. De veras lo siento.

– No hay derecho a esto, es injusto. Grenville nunca ha simpatizado con Eliot, le guardaba rencor. Ahora sabemos por qué. Siempre ha querido manipularle, siempre ha querido interponerse entre mi hijo y yo. Hiciera lo que hiciese por Eliot, siempre estaba mal.

Me arrodillé junto a ella y le pasé un brazo por la cintura.

– Creo que ha hecho lo que desde su punto de vista pensaba que era mejor. ¿No puedes tratar de verlo de esa manera?

– No sé adonde se ha ido. No quiso decírmelo. Ni siquiera se despidió.

Me di cuenta de que Mollie estaba mucho más preocupada por la repentina fuga de Eliot que por las revelaciones a propósito de Joss. Mejor así. Podía consolarla en lo tocante a Eliot. En cuanto a Joss, nada de lo que dijera serviría de nada.

– Es posible -dije- que Eliot se haya ido a Birmingham.

– Me miró con horror.

– ¿A Birmingham?

– Hay allí un hombre que le ofreció trabajo. Me lo dijo Eliot. Algo relacionado con coches antiguos. Creo que lo encontraba interesante.

– Pero yo no puedo irme a vivir a Birmingham…

– Vamos, Mollie. No tienes por qué hacerlo. Eliot puede vivir solo. Déjalo en paz. Dale una oportunidad y deja que viva su propia vida.

– Pero siempre hemos estado juntos.

– En ese caso, ya es hora de que os separéis. Tú tienes tu casa en High Cross, tu jardín, tus amigos…

– No puedo irme de Boscarva. No puedo abandonar a Andrea. No puedo abandonar a Grenville.

– Sí que puedes. Y creo que Andrea debería volver a Londres, con sus padres. Has hecho todo lo que has podido por ella y ella no es feliz aquí. Por eso ha pasado todo esto, porque se sentía triste y sola. Y en cuanto a Grenville, yo me quedaré con él.

Bajé con la bandeja del té. La llevé a la cocina y la puse sobre la mesa. Pettifer, que estaba sentado allí, me miró por encima del periódico de la tarde.

– ¿Cómo está? -preguntó.

– Ya se encuentra mejor. Ha admitido que Andrea tiene que volver a su casa de Londres. Y ella se va a High Cross.

– Es lo que quería. ¿Y usted?

– Yo me quedo. Si te parece bien.

En el rostro de Pettifer hubo un destello de satisfacción; probablemente fue su forma de expresar la felicidad que sentía. No hizo falta que le dijera nada más. Nos entendíamos.

Dio la vuelta al periódico.

– Están en el salón -dijo-, esperándola. -Y se concentró en la sección deportiva.

Fui al salón y los vi con los dos retratos de Sophia a sus espaldas, Joss de pie junto al fuego y Grenville hundido en el sillón. Levantaron la vista cuando entré, el joven de largas piernas y su ojo a la funerala y el anciano que se sentía demasiado cansado para levantarse. Corrí hacia ellos porque eran las personas que más amaba en este mundo.