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– Hola, Jack. ¿Cómo va todo? -preguntó Lily.

Se volvió hacia ella y toda la magia que había habido entre Daisy y Jack en esos pocos segundos se evaporó como lo haría un espejismo.

– Hola, Lily. Qué calor, ¿verdad? -dijo Jack.

– Y que lo digas. Hace más calor que en un hotel para recién casados. -Lily se acercó a la encimera y le echó un vistazo al cuenco donde su hermana estaba mezclando los ingredientes-. ¿Es para la fiesta de Pippen? -Lily metió el dedo en el cuenco y después se lo chupó.

– Sí, Jackson, tienes que quedarte -insistió Louella, que venía de su dormitorio-. Hemos comprado sombreritos para todo el mundo…

Nathan hizo una mueca para dar a entender sus temores y Jack le miró con total complicidad. Pero dijo:

– Acepto encantado, señora Brooks. Se lo agradezco. -Se acercó a Daisy y le rozó el brazo con la manga de la camisa cuando fue a probar el glaseado del pastel. Después la miró a los ojos-. Mmm. Está muy rico, florecita. -Se inclinó un poco y le susurró al oído-: No me importaría embadurnarte los muslos con esto.

– ¡Jack! -exclamó ella.

Él se carcajeó y agarró a Daisy por la mano.

– Si nos perdonáis un minuto, necesito hablar con Daisy.

Salió con ella de la mano por la puerta trasera. En cuanto la puerta se cerró a sus espaldas, la atrajo hacia sí y la besó. Fue un beso dulce y suave, pero también intenso, así que tuvo que apartarlo.

– Te he echado de menos, Daisy.

– No, Jack. Esto está siendo muy difícil para mí.

Jack le colocó un dedo sobre los labios.

– Déjame acabar. -Colocó suavemente las manos en el cuello de Daisy y la miró fijamente a los ojos-. Estoy enamorado de ti. Siento que lo he estado toda mi vida. Eres mía, Daisy. Siempre lo has sido. -Le pasó el pulgar por el mentón-. Durante años me he aferrado a la amargura y la rabia. Os culpé a Steven y a ti de todo, cuando lo cierto es que yo también tuve mi parte de culpa en lo que nos pasó. Sigue sin gustarme un pelo no haber estado presente durante la infancia de Nathan, pero no tengo más remedio que aceptar que las cosas sucedieron así por algún motivo. No puedo seguir aferrándome a luchar contra eso. Tengo que dejarlo atrás. Tal como dijiste.

– ¿Crees que podrás hacerlo?

– Estoy cansado de sentir rabia hacia ti -dijo Jack con obvia sinceridad-. Estoy cansado de sentir rabia hacia Steven. Cuando éramos niños adoraba a Steven. Éramos hermanos de sangre. En la carta que me escribió me preguntaba si alguna vez le había echado de menos. -Respiró hondo, se aclaró la garganta y añadió-: He echado de menos a aquel Steven, el que creció conmigo, todos los días. Ahora ya no está, y no puedo odiar a un hombre que ha muerto. -La miró a los ojos-. ¿Recuerdas la noche que viniste a mi casa y te dije que ibas a hacer que lo pasases mal?

Daisy sonrió. Le había roto el corazón y ahora intentaba repararlo.

– Sí.

– Quiero que olvides para siempre lo que dije, porque quiero pasar el resto de mi vida intentando hacerte feliz. -Jack se metió la mano en el bolsillo y sacó un anillo de baratija. El dorado se había saltado y el «diamante» había perdido el brillo. Jack alargó el brazo y dejó el anillo en la palma de la mano de Daisy-. Te regalé este anillo cuando estábamos en sexto. Si me aceptas, Daisy, te compraré uno de verdad.

Daisy abrió la boca de par en par.

– Éste es el anillo que metí en la caja…

– Sí, la desenterré el otro día. También tengo tu diario. -Jack le acarició la garganta con las puntas de los dedos-. Cásate conmigo, Daisy Lee.

Ella asintió y dijo:

– Te quiero con todo mi corazón, Jack Parrish. Siempre te he querido, y creo que mi destino es quererte para siempre.

Jack dejó escapar un suspiro, como si hubiese tenido sus dudas. La abrazó con tanta fuerza que la levantó del suelo.

– Gracias -dijo él sonriendo con los labios pegados a los suyos.

La puerta trasera se abrió de golpe y apareció Nathan.

– Mamá, tienes que entrar. La abuela… -Se detuvo al darse cuenta de lo que estaba ocurriendo.

Jack dejó a Daisy en el suelo y ella se volvió hacia su hijo. Jack le pasó el brazo por la cintura y la atrajo hacia sí. Nathan miró a uno y a otro hasta detenerse en Daisy.

– La abuela, ¿qué? -preguntó Daisy.

– No deja de parlotear sobre gente que no conozco de nada y que no me importa en absoluto -respondió, distraído por la excitación que percibió en los rostros de los dos. Miró a Jack-. ¿Qué está pasando aquí?

– Le he pedido a tu madre que se case conmigo.

Nathan permaneció inmóvil, intentando asimilar lo que acababa de oír.

– Estoy enamorado de tu madre desde segundo curso, cuando la vi en el patio con aquel ridículo lazo rojo. -Jack le acarició el vientre a Daisy mientras hablaba-. Dejé que se me escapase una vez. No voy a cometer el mismo error dos veces. -La abrazó con más fuerza-. Quiero que los dos os instaléis aquí, conmigo.

– ¿En Lovett? -preguntó Nathan.

– Sí. ¿Qué opinas? -dijo Jack.

Daisy no recordaba que Jack le hubiese preguntado su opinión.

Nathan los observó a los dos mientras calibraba sus opciones.

– ¿Podré conducir el Shelby?

Durante unos segundos, Daisy temió que Jack aceptase.

– No -respondió él-, pero podrías conducir la furgoneta de tu madre.

– Eso no mola nada.

– Tal vez podamos arreglarlo de algún modo -lo tranquilizó Jack.

Nathan sonrió y asintió antes de entrar de nuevo en la casa.

– Genial -dijo.

Jack se inclinó y le susurró a Daisy al oído:

– ¿Podemos librarnos de la fiesta de Pippen?

– No. -Daisy se volvió y tamben le abrazó. Percibió el aroma de su cuerpo y de su camisa-. Pero no tenemos por qué quedarnos mucho rato.

Daisy sintió que en los labios de Jack se dibujaba una sonrisa mientras le besaba la frente.

– Genial -susurró Jack.

RACHEL GIBSON

***