Выбрать главу

El profesor volvió a ponerse las gafas y se mesó el pelo ralo y lacio.

– Bien. En primer lugar, lo más probable es que sufriera algún accidente y que algo interrumpiera el enlace neuronal entre el ojo y el cerebro, algún tipo de lesión cerebral.

Kate pensó un momento.

– ¿Y eso afectaría su comportamiento?

– Totalmente. Vamos a ver, si de pronto su mundo se volviera gris, ¿no cree que eso afectaría su comportamiento?

– Sí. Pero yo quería decir en un aspecto… patológico.

– Hmmmm… -Brillstein se puso a doblar otro clip-. Me temo que no puedo asegurarlo. Pero me está hablando de un artista, un pintor. Piénselo. Ya es malo perder la capacidad de ver los colores para un ejecutivo, por ejemplo, pero para un pintor, para alguien cuya vida está envuelta en colores… -Meneó la cabeza-. En fin, sería devastador, ¿no le parece?

– Sí. -Kate miró las paredes grises intentando imaginarse un mundo sin color.

– Las personas que nacen ciegas a los colores suelen adaptarse bien, porque nunca han percibido el mundo en color. Pero un acromatópsico cerebral, que ha perdido esa capacidad por completo… bueno, es algo muy diferente. Siempre será consciente del hecho de que ha perdido algo precioso, de que ha perdido el color. -Suspiró-. Imagínese que de pronto todo lo que está acostumbrada a ver en color, como la hierba, las flores, el cielo, de pronto sólo fueran tristes tonalidades grises.

– ¿Como en una película en blanco y negro?

– No, las cosas no serían tan nítidas ni mucho menos. Con la acromatopsia, la visión queda muy limitada. -Brillstein se quedó pensativo un momento-. Le pondré como ejemplo un caso que conozco. Una joven pintora que tuvo un accidente de moto y se quedó totalmente ciega a los colores. Pues bien, acabó suicidándose. Su vida ya no merecía la pena. -Se quitó las gafas, miró el techo y movió la cabeza.

– ¿Qué?

– Esto me recuerda algo, pero… -volvió a ponerse las gafas- ahora mismo no caigo. -Se encogió de hombros con una sonrisa triste-. Me hago viejo, tengo lapsus de memoria.

– A mí me pasa continuamente -dijo Kate-. Si se le ocurre alguna cosa, lo que sea, llámeme, por favor. Estamos estancados con este caso.

– Por supuesto. ¿Por dónde iba? Ah, sí, la pérdida del color. ¿Qué puedo decir? Una vida sin colores puede ser no sólo difícil, sino además muy triste.

Kate se imaginó la playa de su casa en East Hampton, el resplandeciente mar azul verdoso, todo desprovisto de color. Pero aquella idea sólo le trajo otra sensación de pérdida: ya no volvería a pasear por aquella hermosa playa con Richard. Se apresuró a cambiar de tema.

– ¿Qué más puede decirme sobre la acromatopsia?

– ¿Como qué, por ejemplo?

Kate lo pensó un instante.

– ¿Hay algo que deberíamos estar buscando? Quiero decir, ¿cómo se comportaría una persona con esta condición?

– Ah, sí, ya veo. Pues bien, para empezar, llevaría gafas de sol todo el tiempo. Unas gafas oscuras de color ámbar, probablemente envolventes, para filtrar toda la luz posible.

Gafas de sol. El tipo que merodeaba frente a la Art Students League el día que asesinaron a Mark Landau.

– ¿Y eso por qué?

– Los acromatópsicos son muy sensibles a la luz, que disminuye muchísimo su visión. Con una luz fuerte quedan prácticamente ciegos. -Brillstein abrió unos ojos como platos para ilustrar su argumento-. La sensibilidad a la luz es un problema terrible para estos pacientes. Por supuesto, lo contrario también es cierto, que están muy cómodos en la penumbra, mucho más que usted y yo. Y existen otras pequeñas compensaciones, entre ellas la sensibilidad a los bordes y contornos.

Kate pensó en los marcados contornos de los cuadros del psicópata y en los bordes grises.

– Y además, un acromatópsico es tan sensible a la luz que estaría constantemente parpadeando y entornando los ojos, incluso con las gafas de sol puestas.

– Ha dicho antes que la causa de la enfermedad es un accidente, una lesión cerebral. Si no recuerdo mal, se trata de la interrupción de la conexión neuronal entre el ojo y el cerebro, ¿no?

– Exacto -respondió Brillstein, sonriéndole como si fuera una buena alumna.

– Entonces podría corregirse restableciendo esa conexión, ¿no? Tal vez mediante cirugía. Así el paciente vería de nuevo los colores.

– No, no. -Los ojos de Brillstein se ensancharon despacio detrás de las gafas-. Me temo que el acromatópsico cerebral está condenado a una vida sin color. Es una lesión irreversible.

29

Se pavonea por el oscuro estudio como un soldado victorioso. Nunca se había sentido tan poderoso. Es como si el pintor se hubiera convertido en parte de él. ¿Será porque bebió su sangre con las manos? Nunca lo había hecho antes, pero esta vez, bueno, le pareció adecuado. Había sido algo especial. No quiso ni necesitó guantes, nada que lo separase del acto. Ya no tiene miedo de que le atrapen. Es más fuerte y más inteligente que cualquiera de ellos.

Pero entonces le viene un recuerdo, le sobrecoge una inexplicable sensación de ahogo. Los gruñidos y los gemidos han comenzado a sonar en su mente junto con la música y los anuncios. Se estremece.

Los médicos siempre querían que hablara de ello. «Cuéntanos lo que pasó. ¿Tuviste algún accidente?» Pero no les dijo nada. Y no es que se avergonzara. Era su secreto, suyo; una llaga purulenta que cultivar y alimentar.

Una vez flaqueó y le contó a la doctora una parte de lo que le había pasado (¡sólo por placer!, ¡sólo por diversión!) y vio lágrimas en sus ojos y quiso llorar también, pero no lo hizo, no quería, no podía, y entonces le dijo que se lo había inventado todo para burlarse de ella. Pensaban que era estúpido. Pero él les había dado una lección, ¿verdad?, les había dejado un pequeño recuerdo. Una imagen aparece en su mente: una etiqueta de identificación en un uniforme blanco que se tiñe de un hermoso y brillante rojo, y un nombre: Belinda.

Otro recuerdo… El sabor de goma en la boca. Una cuenta atrás. Una pasta en sus sienes. Una explosión en la cabeza. Los brazos y piernas débiles y doloridos. Y entonces las imágenes, el ruido, incluso sus amigos (Tony y Dylan y Brenda y Donna), desaparecían. ¿Dónde se metían? Se quedaba muy solo, esperando que volvieran. Y si, por fin volvían, trayendo con ellos todo el estruendo, pero valía la pena por tenerlos de nuevo.

Ahora no quiere pensar en eso. Se aprieta las sienes hasta que el dolor le hace volver al presente y los recuerdos se disipan. Preferiría recordar su obra más reciente. En su mente aparecen colores fantasmagóricos, como los miembros recién amputados, y cree que todo está pasando delante de sus ojos y no detrás de ellos.

Había sido increíble, dos, espalda contra espalda. Doble placer… Todo de lo más oportuno: la chica llegó en el momento preciso, justo cuando los colores comenzaban a desvanecerse, de modo que pudo mantenerlos más tiempo que nunca. Los colores… ¡Ah, los colores! Brillaban y relucían con una intensidad cromática que no había experimentado jamás.

Ella fue testigo de su poder, de lo bien que lo identificaba todo, y estuvo de acuerdo con todo lo que había escrito en las telas del pintor. Por un momento hasta consideró llevársela a su casa para que le ayudara como había ayudado al artista, que ya no iba a necesitar la ayuda de nadie. Pero tenía miedo de que a Donna y Brenda no les hiciera gracia, y la chica parecía un poco nerviosa e inquieta, gritaba y lloraba, y eso sí no le hacía ninguna falta.

– Desde luego que no -dice.

Cierra los ojos doloridos y se imagina a su historia-dura en el momento de ver su obra dispuesta en la pared. Qué impresionada se iba a quedar. Ahora todo es por ella. Es ella. ¡Es lo auténtico! Ella es su salvadora. Siempre ha estado ahí para él. Tal vez incluso se lo comente a Jasper Johns, cosa que sería geniaaaaaal, y los tres se reunirían para charlar de arte y tal vez se tomarían una copa como hace la gente en las películas. Todo concuerda: el estudio del artista está en Mulberry Street, lo cual es claramente una señal, porque el mulberry, que significa «morado», es su segundo color favorito en la caja de sesenta y cuatro colores.