Perlmutter se echó a reír.
– De todas formas, seguro que el infierno es más divertido. -Kate le miró y se puso seria-. ¿Por qué no me habías dicho que eres gay?
– ¿Por qué no me habías dicho nunca que eres hetero?
– Touché.
– No, en serio, -Perlmutter suspiró-. Me ha costado media vida llegar a gustarme, a aceptarme tal como soy. Y lo he conseguido, pero no me apetece anunciarlo a los cuatro vientos. Una vez me propusieron que dirigiera Hate Crimes, ya sabes, la campaña contra los delitos causados por el odio, ya sean por cuestión de raza o de orientación sexual entre otras cosas. Y la verdad es que lo pensé, pero no quería que me conocieran como «el policía gay», que es lo que hubiera pasado, seguro, y eso a pesar de que soy el mejor policía que has conocido, modestia aparte.
– No lo he dudado nunca.
– Oye, igual McGrath tenía razón con lo de Jeffrey. La verdad es que me vendrían bien unos tacones.
Kate hizo ademán de tocarse el pie.
– Qué coño, te dejo los míos.
«¿Estoy soñando?»
Toca el televisor para asegurarse de que es real, de que no está alucinando. Siente en los dedos la electricidad estática y mira fijamente, como hipnotizado, una de sus propias escenas callejeras, mientras su historia-dura dice algo sobre una galería. Pero está tan absorto viendo su obra en la pantalla que apenas la oye. Parpadea, entorna los ojos, se da cuenta de que lleva un rato conteniendo el aliento y jadea. Se le destaponan los oídos y ahora entiende lo que ella dice, lo anota rápidamente en su cuaderno con su caligrafía infantil, y más tarde, cuando la historia-dura ha desaparecido, lee y relee las notas que ha tomado e intenta creer que es real.
«Un nuevo artista prometedor. Un pintor recién aparecido. Galería Herbert Blume, en Chelsi.» Se queda mirando las notas un minuto entero, las cosas que la historia-dura ha dicho.
– ¡Donna!-grita de pronto-. ¡Tony! ¡Dylan! ¡Brenda! ¡Venid todos! ¡Escuchad! -Y les cuenta una y otra vez con todo detalle lo de su cuadro en la televisión, les dice que todos van a ver la exposición Ella los ha visto. Ha visto mis cuadros. ¡Y le gustan!
Le sobreviene una sensación cálida, como el abrazo de una manta suave, pero no dura mucho.
¿Cómo va a conseguir ver la exposición? Al fin y al cabo no puede entrar sin más en la galería y decir que la obra es suya. ¿Es que se creen que es tonto? ¿Intentaría ella engañarle? No lo cree, pero es posible. La gente siempre intenta engañarle.
– ¿Tú qué piensas, Donna?
– Pienso que eres capaz de todo.
– Claro, claro -dice la voz de Dylan-. Ya se te ocurrirá algo. Has hecho muchas cosas, y siempre te sales con la tuya.
Se pone a pensarlo, un montaje de imágenes se sucede en su mente junto con el ruido estático, las canciones y las voces de radio, y está de acuerdo: es verdad, es capaz de todo.
Vuelve a mirar el televisor. Una mujer de pelo caoba y una blusa fresa silvestre está bebiendo una Coca-Cola mientras camina por un césped verde esmeralda. Se deja caer de nuevo en el sillón pensando en la exposición y se siente tan feliz, tan completamente feliz, que las lágrimas le nublan la vista y los colores de la pantalla se convierten en un maravilloso arco iris. Es un auténtico milagro: su cura y la exposición. Todo.
Su propia exposición.
Celebra los mejores momentos de tu vida.
Desde luego.
Tiene que trazar un plan.
32
EXPOSICIÓN MORTAL
Cuando ya nos creíamos que lo habíamos visto todo, nos llega otra noticia increíble. Por lo visto, la policía de Nueva York se dedica ahora al espectáculo. El asesino en serie que deja cuadros junto a sus víctimas, que solía operar en el Bronx y recientemente se ha trasladado también a Manhattan con el asesinato del pintor Boyd Werther, va a inaugurar su primera exposición. Así es. La obra del asesino se expondrá en la galería Outsider Art de Manhattan.
Todos sabemos que corren tiempos de crisis económica y que la policía de Nueva York necesita fondos, pero ¿hasta dónde vamos a llegar?
Herbert Bloom, director de la galería, nos ofrece esta definición del outsider art:
«El outsider art es obra de autodidactas, personas sin formación y a menudo enfermos mentales.»
Parece que concuerda, sobre todo lo último.
Clare Tapell arrugó el Post y lo dejó con un golpe seco en la mesa de reuniones.
– Los malditos periodistas se enteran de las cosas antes que nosotros -dijo Brown.
– Esto podría atraer a una multitud -observó Tapell.
– Tenemos una lista de invitados -terció Kate-. No entrará nadie más, excepto jóvenes sospechosos.
– Que podrían ser muchos más de lo que esperamos -replicó Tapell.
– No creo que a nadie del mundo del arte le interese la exposición. -Kate dio unos golpecitos al periódico-. Podrían venir algunos buscando emociones fuertes, tal vez, pero los neoyorquinos son tan indiferentes a todo que no se molestarán. Además, los cuadros del asesino ya han salido reproducidos en los periódicos. No es nada del otro mundo.
El agente Grange entró en la habitación con el Post en la mano.
– ¿Han visto esto?
– Lo estábamos comentando.
– Este periodista -Grange leyó la firma- está acabado, listo, finito.
– Hoy nos encargaremos de la inauguración y ya le ayudaré mañana a arruinarle la vida al periodista, ¿de acuerdo? -Tapell parecía agotada.
– Tengo ocho agentes para la galería. -Grange miró a Kate-. Y no se preocupe, que irán todos de negro. Seis hombres y dos mujeres, todos con micros en las muñecas, todo muy discreto. La furgoneta estará a la escucha detrás de la esquina. De cinco a siete tengo a dos agentes disfrazados de turistas, con el mapa de Nueva York y toda la pesca. Se apostarán al otro lado de la calle, por si nuestro hombre aparece temprano. Otro agente disfrazado de vagabundo pasará allí la noche.
– Yo tengo a un par de detectives ya en la galería. Se pasarán allí todo el día. -Brown consultó el reloj-. En la inauguración, de seis a ocho, habrá un total de veintiséis policías haciéndose pasar por críticos y coleccionistas de arte, otro de camarero y otro atendiendo la barra. Estos dos últimos se quedarán toda la noche. También he puesto a dos hombres en un coche al otro lado de la calle.
– Todo el mundo reconoce a un policía en un operativo de vigilancia -comentó Kate.
– Será un coche sin distintivos, es lo más que puedo hacer. Se quedará allí toda la noche. Si nuestro hombre quiere ver su obra fuera de horas, tendrá que forzar la entrada.
– Yo estaré allí de seis a ocho -dijo Kate-. Pero podría quedarme un poco más.
– No hace falta -aseguró Brown-. Sólo te queremos para hacer el paripé.
«Sí, para hacer teatro», pensó Kate. Tal vez la vida de Richard y su propia vida también habían sido una farsa.
– Y no te olvides de la pistola -añadió Brown.
– Claro. Pero ¿tú crees que intentará algo con tanta gente allí?
– Nunca se sabe. Yo andaré cerca. Si te hueles alguna cosa, me haces una señal, a mí o a cualquier otro agente.
– Yo también estaré por allí -dijo Freeman.
– ¿Ahora los psiquiatras del FBI llevan arma? -preguntó Brown.
– Me temo que no -contestó el otro-. ¿Crees que la voy a necesitar?
– Yo te protegeré. -Kate forzó una sonrisa, aunque le sudaban las manos.