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– Yo te ayudaré -replicó Kate-. Por favor, deja que te ayude.

Él parpadeó.

– Ya me has ayudado. Tú me rescataste. ¿De verdad quieres hacerme daño? Geniaaaaaal. El doble de placer. Les habla Casey Kasem con los cuarenta principales. Aquí Wolfman Jack. -La mente se le hacía pedazos-. ¡No! ¡Calla! ¡Calla! ¡Calla! -El cuchillo oscilaba, rozando la blusa de Nola.

¡Por Dios!

– Escúchame. Escucha. -Kate intentaba establecer contacto con él. Avanzó un paso. Ahora podría reducirle. Tal vez. Pero si a él le entraba el pánico, Nola moriría-. Háblame. Cuéntame cómo te salvé.

El cerró los ojos un momento y Kate acercó la mano al bolso.

– ¿Qué haces?

– Nada. -Kate le enseñó la mano vacía-. Nada. -«Maldita sea. Tiene que seguir hablando.»

– Mírame -dijo él.

– Te estoy mirando.

– Era yo. ¿No te acuerdas? ¡Mira!

– No… ¿Qué quieres que vea?

– Quiero que me veas a mí. Entonces. En aquel momento. -Sus ojos que un instante atrás se agitaban perdidos en un caos mental, se veían ahora muy tristes.

– Ya te veo, pero… -Kate no comprendía lo que el chico quería de ella.

– Tú me salvaste. ¿Por qué no te acuerdas? -Parecía a punto de echarse a llorar.

– Estoy intentando acordarme, pero…

– ¡Piensa!

Kate se esforzaba por pensar, pero no sabía lo que tenía que recordar. ¿Serían desvaríos de loco?

– Sí, estoy pensando. Pero ayúdame. Yo también necesito ayuda.

– ¿Por qué necesitas ayuda?

Kate vaciló un momento.

– Porque yo también estoy muy triste, como tú. Muy triste. Mi marido ha muerto. Le han matado. Le hicieron daño, a él y a mí. Y yo sólo tengo ganas de llorar.

– Siento que estés triste.

– Yo también. Ahora dime qué quieres que recuerde. Por favor.

– A ese hombre. Era él. Uno de muchos. Snake. Drake. Fake. Bake. Stake. Lake. Snake. -Parpadeó con violencia y de pronto pareció tornarse del todo lúcido-. ¿No te acuerdas de aquel hombre? El hombre al que ella me vendió. Nos tenía atados. Y nos hizo fotos y me tocó… a mí y al otro niño.

«¡Dios mío!» Eso era lo que quería decirle con las caras de los bordes de su último cuadro, amordazadas con cinta. ¡Claro! Ella lo había visto, pero sin entender. Ahora entendía. Long Island City. Liz y ella vigilando al pornógrafo infantil, Malcolm Gormeley. Todavía notaba en la lengua el sabor azucarado de los donuts, sentía el sudor en las manos mientras esperaban, y recordaba lo que pensó cuando encontraron a los pobres niños, Denny Klingman y el otro, atados y amordazados, desnudos y temblando. Pensó entonces que si pudiera mataría a aquel tipo, y casi lo hizo con la paliza que le dio después de que la policía se llevara a los niños a comisaría.

– Cuando te vi supe que me salvarías de nuevo. Y lo hiciste. Estoy curado. -Se estremeció un momento-. Pero ¿cómo pudiste dejar que ella me llevara otra vez? Sara Jane, mi ma-madre, hija de su madre, hija de puta. Ella me llevó a Snake. Pero yo me encargué de ella… y de los que eran como ella.

La prostituta, una niña también. Su madre, a quien él había asesinado. Y las otras víctimas, prostitutas como ella.

Kate intentó recordar la cara de la joven, su madre, pero no pudo.

– Fue un error -dijo-. Fue un error que te llevara con ella. Yo no quería y jamás lo habría permitido, pero… sucedió. Lo siento.

– ¿Lo sientes?

– Sí, de verdad.

– Todo el mundo lo siente. ¿Quién lo siente ahora? Lo siento, me he equivocado de número. ¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Lo siento! -La cara se le desencajaba, la mano se le movía, el cuchillo oscilaba sobre el vientre hinchado de Nola, la punta le desgarraba la blusa.

Nola emitió un gemido estrangulado. Kate la miró a los ojos, queriendo transmitirle que todo saldría bien, aunque ella misma lo dudaba. Tenía que coger la pistola.

– Ella me vendió. Me vendió. Más de una vez. A Snake. A los otros. Venga, dámelo, así, tan grande, tan fuerte, calla, calla, hoy tendremos una nubosidad variable con, ¿dónde está la carne? Calla, calla, calla…

Parecía estar desmoronándose, su cerebro hecho añicos. Al menor error, mataría a Nola. Kate miró el tubo de Ambien junto al mostrador, donde lo había dejado la noche anterior. Pero ¿cómo conseguir que se tomara las pastillas?

– Fue horrible, ya lo sé. Tú eras un niño. -Kate lo recordaba perfectamente. Un niño precioso de labios apretados que no lloró cuando lo rescataron. ¿Cuántos más como él habría por ahí?-. Por favor, déjame ayudarte.

– Ayudarte, ayudarme. Ayuda. Ayuda. Ayuda.

Kate decidió coger la pistola. Tenía que intentarlo.

Pero él recobró la lucidez al instante.

– ¡Para! ¿Qué estás haciendo? ¡Quieres hacerme daño!

– No, no… -Kate apartó la mano del bolso-. Tú mismo has dicho que te salvé, ¿no te acuerdas? Yo te rescaté de aquel hombre, tú lo sabes. Y has dicho que te he salvado otra vez. ¿Cómo?

– El milagro. ¡Un milagro de blancura! ¡La prueba del algodón! Un desmadre, madre, hijo, hijo de puta, ¡hijo de puta! -Parpadeaba y ponía los ojos en blanco y las manos le temblaban como si fuera a soltar el cuchillo.

¡La pistola! Tenía que sacarla ahora, antes de que volviera a la realidad. El joven parecía a punto de clavarle el cuchillo a Nola.

– Jasper. Jasper -dijo Kate suavemente. Aquello pareció hacerle recobrar un poco el sentido y prestarle atención-. Escúchame. Tenemos que solucionar esto. Tú y yo. Los dos juntos, ¿de acuerdo? ¿Me estás escuchando?

– Te estoy escuchando. -Tenía espasmos en la cara y guiñaba los ojos como con un tic nervioso. ¿Lo estaba perdiendo otra vez?

– Cuéntame lo del milagro.

– Ahora todo va bien. Todo está… curado. -Cuando sonrió los espasmos remitieron y hasta dejó de parpadear. Por un instante su rostro fue como el de aquel niño en la casa de los horrores de Long Island City-. Sabía que si te veía, si hablaba contigo, todo saldría bien, que el milagro se quedaría para siempre. Y así ha sido. Ahora lo veo todo. A la perfección.

– Es maravilloso. Me alegro muchísimo. Pero ya ves que no hay necesidad de todo esto. Ya no tienes que hacer daño a nadie para ver.

– Tal vez… -El chico miró en torno, pestañeando de nuevo-. Los cuadros, la alfombra. Son preciosos. Con tantos colores… Te lo voy a enseñar -dijo señalando con el cuchillo-. Allí, en aquella tela. La parte de arriba es verde, verde pino, ¿verdad?

No. Era azul marino. Pero ¿querría él que mintiera o que le dijera la verdad? Kate no tenía ni idea.

– Y allí… -Señaló con el cuchillo la alfombra-. Hay un montón de colores: magenta, fucsia y, ah, sí, muchísimo limón láser.

La alfombra era marrón y gris.

– Y tus ojos -añadió sonriendo-. Tus preciosos ojos azules. Son azules, ¿verdad?

Kate, sin saber qué decir, optó por no comprometerse:

– Mm hmm.

– No me estarás mintiendo, ¿verdad? Por favor, no me mientas. Tú no. -Y puso el cuchillo directamente sobre el corazón de Nola.

Kate ahogó una exclamación.

– No, yo no te mentiré nunca. No tienes que hacer eso. Por favor.

– Menos mal. -Él la miró sonriendo por encima del vientre hinchado de Nola.

– Yo sólo voy a decirte la verdad, Jasper. -Kate contuvo el aliento-. Tengo los ojos verdes.

– Son azules.

– Lo siento, pero son verdes.

– No puede ser. -Se le estaban hinchando las venas de las sienes.

Por Dios, pensó Kate. ¿Se habría equivocado de táctica? Pero ¿qué otra cosa podía hacer?