– Tienen que ser azules. ¿Es que no lo entiendes? ¿No lo ves? ¡Tienen que ser azules! -Tenía el rostro crispado y pestañeaba como un poseso-. Azul, azul, azul. Tócame aquí, no ahí, aquí, allí, ¡por todas partes! -El cuchillo estaba casi pegado al corazón de Nola, listo para hundirse.
– No, Jasper. Escúchame. -Tenía que mantenerlo atento-. Yo puedo ayudarte a ver que mis ojos son verdes, que el cuadro es azul, que la alfombra es marrón y gris.
– ¡Noooooo! -Alzó el cuchillo sobre el vientre de Nola-. Te equivocas. ¡Te lo voy a demostrar!
– ¡Espera! -Kate tenía el corazón desbocado y se sentía a punto de vomitar-. Espera. No lo hagas. Mírame. Mírame. Yo puedo ayudarte. Escúchame. Ya te salvé una vez, ¿no? Déjame que te salve de nuevo -pidió mirándole a los ojos, que no dejaban de temblar-. Déjame salvarte, por favor.
– Sálvame, mírame, tócame, chúpame, fóllame.
– Jasper -dijo Kate suavemente pero con autoridad-. Tienes que escucharme. Déjalo ahora mismo.
Él la miró con la boca entreabierta, parpadeando, pero el tono de voz había funcionado, le había devuelto el sentido de la realidad al menos de momento.
– Tengo que hacer esto, ¿no lo entiendes? Es la única manera de ver los colores. -Sujetó el cuchillo con las dos manos, como disponiéndose a clavarlo-. Es la única manera.
– No, no lo es. Yo conozco otra forma.
– ¿Ah, sí? -El joven entornó los ojos con gesto escéptico, pero Kate sabía que quería creerla.
– Sí. Ahí, a tu lado. ¿Ves esas pastillas?
El miró de reojo y vio el tubo de Ambien.
– Yo las tomo para ver. Me ayudan a ver los colores. Y yo sé mucho de colores, ¿verdad?
– En aquel sitio intentaron darme pastillas, pero yo les engañé.
– Sí, es verdad. E hiciste bien. Pero estas pastillas son distintas. Son especiales. -Kate pensó en lo que Mitch Freeman había dicho de ellas: eran un hipnótico. Y recordó sus palabras exactas: «Tienes que creer en ello»-. Con esas pastillas podrás ver. Te lo prometo.
El chico se quedó pensando, deseando creerla.
– Tómate una tú. -Apartó una mano del cuchillo y le lanzó el tubo.
¿Podría Kate combatir los efectos de la droga? Una pastilla le haría perder reflejos, tal vez incluso le produjera alucinaciones. Pero en él tendría el mismo efecto. En el peor de los casos, le calmaría. Abrió el tubo. Quedaban cuatro pastillas. Creía que había más. Tenía que convencerle de que se tomara las tres restantes. Tragó saliva y se llevó una a la boca.
– No la escondas -dijo él-. Eso era lo que yo hacía y les engañé. ¡Sólo por diversión! Quiero ver que te la tragas.
Kate tenía la garganta seca y le costó tragar la pastilla, pero lo consiguió. Luego le lanzó el tubo, que aterrizó en el mostrador junto a Nola.
– ¡Vaya! -exclamó-. ¡Los colores son preciosos!
– ¿Hace efecto tan deprisa?
– A veces sí. Cuantas más tomes, más deprisa hacen efecto.
– ¿No me estás mintiendo?
– Yo nunca te he mentido y nunca te mentiré.
– ¿Lo prometes?
– Lo prometo.
– ¿Y no me harás daño? -Patadas, bofetadas, hambre, dolor, un cúmulo de imágenes pasaba por su mente.
– No, no te haré daño.
– ¿Lo juras?
Parecía estar sufriendo una regresión. Cada vez se parecía más a aquel niño indefenso que ella había rescatado.
– Sí. Funcionan. Verás los colores, te lo prometo.
Él abrió el tubo con una mano y se metió en la boca las tres pastillas.
Silencio. El cuchillo todavía pendía sobre el vientre de Nola. Él tenía los nudillos blancos.
– A veces tarda unos minutos. Confía en mí. -Kate contenía el aliento.
Jasper seguía parpadeando y entornando los ojos, mascullando frases de anuncios y canciones.
– Paciencia.
Los minutos eran como horas. Pero Kate tuvo tiempo de pensar, de recordar que Brown era la memoria número cinco del teléfono (lo había programado por el número de letras de su apellido). Bien. Movió los dedos sobre las pequeñas teclas, contando, y apretó la que esperaba fuera el cinco.
Jasper seguía parpadeando, pero ahora más despacio. Las pastillas empezaban a surtir efecto. Se humedeció los labios. La cabeza le oscilaba un poco. Había dejado de mascullar y tenía los hombros más relajados.
– Los veo -dijo de pronto-. Veo los colores. Los colores auténticos.
– Lo sabía. Mírame. Tengo los ojos verdes, ¿a que sí?
Él parpadeó en su dirección. Kate advirtió que le costaba mantener los ojos abiertos.
– Sí.
Kate no tenía ni idea de lo que él estaba viendo, si se lo estaba inventando o si la droga le provocaba alucinaciones. Ella también se sentía adormilada, se le caían los párpados.
– Son preciosos… verde mar. -Ahora hablaba muy despacio.
– Sí. Mira otra vez aquel cuadro. Quiero que veas el color azul. Es azul oscuro. ¿Lo ves?
El chico miró el cuadro. Los párpados le temblaban, cada vez más pesados.
– Sí… azul medianoche.
– Eso es, azul medianoche. Perfecto. -¿Lo estaría viendo de verdad? Kate no podía saberlo-. Sigue mirándolo. Debajo del azul hay un naranja precioso -indicó, metiendo la mano en el bolso-. ¿Lo ves?
– Naranja… sí.
Todavía empuñaba el cuchillo pero estaba aletargado, con los ojos medio cerrados. Kate tocó la pistola con los dedos justo en el momento en que se oyó una voz crepitante, como una radio. Se quedó paralizada.
– ¿Qué ha sido eso? -exclamó él, abriendo de pronto los ojos.
– Yo no oigo nada. -Una voz en el teléfono-. No he oído nada.
– Es… ruido. Ruido. Como el ruido que ella siempre hacía…
– No pasa nada. -Kate hablaba con claridad, vocalizando cada palabra-. Estás a salvo aquí conmigo, en mi apartamento de Central Park West. Ya no tienes que matar a nadie. Deja el cuchillo. No digas nada -añadió, pero esto no iba dirigido a él, sino a la voz del teléfono-. ¿Entendido? ¡No hables!
Jasper ladeó la cabeza, escuchando. Pero las voces, todo el ruido de su mente, se había detenido.
– Estoy… muy cansado.
Kate esperaba que Brown la hubiera oído.
– Es hora de descansar. Ya has visto bastantes colores. Ahora ya sabes que estás curado.
– Pero… se están desvaneciendo.
– Eso es porque estás cansado…
Kate empuñó por fin la pistola. Podría dispararle, no sería difícil. Él se estaba durmiendo. Puso el dedo en el gatillo. «¡Dispara!» Pero cuando lo miró a la cara y vio al niño triste de Long Island City, vaciló. Le había prometido no hacerle daño. Y al verle ahora con la boca entreabierta y los párpados casi cerrados, supo que no le haría talla.
– Jasper, el cuchillo -dijo-. Suéltalo, con cuidado.
El miró el cuchillo como sorprendido de verlo, y lo bajó poco a poco hacia el mostrador. El vientre de Nola subía y bajaba con cada respiración.
– Muy bien. -«Necesita apoyo y cariño»-. Eres un buen chico. Un chico maravilloso e inteligente. Tienes mucho talento.
El soltó el cuchillo y se lo quedó mirando con expresión adormilada. Tenía lágrimas en los ojos medio cerrados.
– Deja ahí el cuchillo y ven conmigo. Deja que te cuide.
Kate seguía sosteniendo la pistola, pero él no parecía darse cuenta. La droga había podido con él. Kate dejó el teléfono y le tendió la mano.
Él se la quedó mirando un momento, parpadeando despacio, hasta que la tomó. Kate le pasó el brazo por la cintura y él se apoyó contra ella, casi sin fuerzas. Kate cogió el cuchillo del mostrador y cortó la cinta que ataba las muñecas y tobillos de Nola. Luego le quitó la mordaza.
– Vete -susurró.
Nola salió corriendo de la sala, sujetándose la barriga, aterrorizada pero indemne.
Kate pensó en todo lo que había hecho aquel triste y destrozado hombre niño. Pero no tenía miedo. Notaba que algo se había roto en él. Lo llevó al sofá y él comenzó a desvariar de nuevo, pero en susurros.