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Les hizo algunas sugerencias y, en cuanto hubieron pedido, volvió corriendo a la cocina.

Jordan se relajó. La última mesa se había vaciado, y Noah y ella eran los únicos clientes del restaurante. Ni Angela ni Jaffee les interrumpieron.

– Por nuestra última noche en Serenity -brindó Noah alzando la botella de cerveza.

– Esperemos que sea nuestra última noche en Serenity -replicó Jordan a la vez que levantaba vacilante el vaso de agua con hielo.

– Si hay otro asesinato -comentó Noah tras tomar un largo trago-, tendrán que cambiarle el nombre al pueblo porque, por muy Serenity que se llame, de serenidad, nada de nada.

– Supongo que me precipité -sonrió Jordan-. Estaba segura de que volvería a rodearnos un montón de gente para hacernos toda clase de preguntas sobre el incendio y sobre J.D. Pero míranos. Tenemos el restaurante para nosotros solos y podremos cenar en paz. Hemos tenido suerte, ¿no crees?

Noah le devolvió la sonrisa, pero no hizo ningún comentario. Angela estaba doblando manteles, pero él observó que la bandeja que había dejado en una de las mesas contenía varias barajas de cartas. Era evidente que Jaffee jugaba sus partidas de póquer allí mismo. Noah se preguntó cuánto tardaría Jordan en darse cuenta.

Pero Jordan no prestaba atención a Angela. Estaba ocupada pensando en la lista que había imprimido el agente Street.

– ¿Qué pasará con las cintas que grabó J.D.? -susurró a Noah-. ¿Se harán públicas?

– Es probable que no.

– ¿Sabes qué es lo que no comprendo? Todo el mundo parece saberlo todo de los demás. ¿Cómo pudo entonces Charlene ocultar su pequeño… hobby?

– ¿Hobby? -rio Noah-. No había oído nunca llamarlo así.

– ¿Cómo pudieron las personas que estaban en la lista ocultar sus actividades extraoficiales? -insistió ella.

Noah se encogió de hombros.

– Si quieres mucho algo, encuentras la forma de conseguirlo -dijo.

– ¿Has querido alguna vez tanto algo que estuvieras dispuesto a arriesgarlo todo por conseguirlo? -preguntó Jordan con curiosidad mientras lo miraba con la cabeza algo ladeada.

Noah la observó un largo minuto.

– Sí, supongo que sí -afirmó en voz baja.

Su conversación terminó cuando Angela se acercó para llevarse los platos vacíos a la cocina. Jaffee salió para saludarlos, y también para preguntarle a Jordan si le importaría echarle un vistazo rápido a Dora.

Noah se levantó cuando ella lo hizo.

– ¿Quién es Dora? -quiso saber.

– El ordenador -contestó Jordan-. Enseguida vuelvo. Acábate la bebida.

– Yo le haré compañía -prometió Angela-. ¿Quieres otra cerveza?

– No, gracias. ¿Cuándo empieza el póquer?

– En unos quince minutos. Los jugadores empezarán a llegar de un momento a otro. Ah, mira. Dave Trumbo está bajando de su Suburban, y lo acompaña Eli Whitaker. Siempre son los primeros en llegar. Son muy buenos amigos -añadió-. Eli es el hombre más rico de Serenity. Hay quien dice que podría ser el más rico de todo Tejas. -Inclinó un poco la cadera y se llevó una mano a la cintura-. Te estarás preguntando de dónde sacó tanto dinero. Nadie lo sabe con certeza, pero a todos nos gusta especular. Yo creo que tal vez lo heredara. Pero nadie se atreve a preguntárselo. No viene mucho por el pueblo, le gusta guardar las distancias. Es muy tímido, y Dave es todo lo contrario. Dice que jamás ha conocido a nadie que le caiga mal.

– ¿Hay alguna jugadora de póquer en el pueblo? -preguntó Noah.

– Sí, pero no jugamos con los hombres. Son demasiado competitivos, y no les gusta hacer visitas como a nosotras. Así que tenemos nuestra propia noche de póquer. Ahora llega Steve Nelson. No recuerdo si lo conociste o no la otra noche. Dirige la única compañía aseguradora de la zona.

Jordan estaba sentada delante del ordenador de Jaffee sin saber que los jugadores de póquer estaban llegando. En su mesa, Noah se preguntaba si podía oír el barullo. El restaurante no tardó demasiado en llenarse.

Jordan resolvió enseguida el último problema de Jaffee, que había confundido dos órdenes distintas. Mientras oía voces en el restaurante, siguió con la ardua tarea de ayudar a Jaffee a entender qué había hecho mal para que no repitiese el error.

– Recuerda que Dora no muerde -le dijo.

Jaffee, que se estaba secando las manos con una toalla, asintió.

– Pero si tengo algún problema… -comentó.

– Puedes enviarme un e-mail o llamarme -lo tranquilizó Jordan.

Le hizo algunas sugerencias para la resolución de problemas, pero cuando vio la expresión vidriosa de los ojos de Jaffee, supo que no entendía una sola palabra de lo que le estaba diciendo. Tuvo la impresión de que iba estar cierto tiempo recibiendo llamadas diarias de ese hombre. La idea le hizo sonreír al regresar a su mesa. La noche estaba resultando relajante. Su mayor dilema en ese momento era el postre. ¿Tomaría o no? El ruido interrumpió sus pensamientos, y cuando vio el local lleno de gente, se paró en seco en la puerta.

Noah vio cómo entraba en el comedor y le pareció que la expresión de su cara no tenía precio.

Se hizo un silencio, y todos la siguieron con la mirada mientras se dirigía despacio hacia él.

– ¿Qué está pasando? -susurró Jordan.

– Hay partida de póquer.

– ¿Aquí? ¿Juegan aquí al póquer? ¿Por qué no he pensado que…? Suponía que… ¿Crees que podríamos irnos ahora?

– Lo dudo.

– Podríamos escabullimos por la parte trasera.

– Imposible -negó Noah con la cabeza.

Lo comprendió cuando se volvió. Todos los hombres estaban de pie, y los que no la conocían todavía, esperaban para ser presentados.

Jaffee hizo los honores. Había tantos que no recordó la mitad de los nombres. Todos ellos la saludaron con un «hola» y, acto seguido, la bombardearon con preguntas.

No sólo querían que les hablara del incendio y de la terrible muerte de J.D., sino que también querían que les resumiera cómo había encontrado el cadáver del profesor y de Lloyd en su coche. No le habría sorprendido que alguno de ellos le pidiera una reconstrucción detallada de los hechos. Contestó a todas las preguntas, algunas un par de veces, para satisfacer su curiosidad morbosa. Logró reír en algunos momentos, y entre pregunta y pregunta, Dave, vendedor innato, intentó que le comprara un coche.

Noah también tuvo que responder algunas preguntas.

– ¿Cree Joe que J.D. fue quien mató a esos dos hombres? -preguntó directamente Jaffee.

– Es muy listo -intervino Dave-. Seguro que sí.

– Me contaron que J.D. había desaparecido -comentó un hombre llamado Wayne.

– ¿Tenía Joe suficientes pruebas para detenerlo? -quiso saber Dave.

– Eso ya no importa; está muerto -recordó Steve Nelson al grupo-. Diga, agente Clayborne, ¿han registrado usted y Joe la casa de J.D.?

A Noah le resultó difícil no sonreír. Sabía qué quería saber Steve. Quería averiguar si J.D. llevaba algún registro.

– Sí, la registramos. Dos compañeros del FBI se lo han llevado todo, aunque no había gran cosa.

Steve no sabía poner cara de póquer precisamente. Noah captó el alivio en sus ojos, y supo por qué. Había visto su nombre en la lista no sólo por acostarse con Charlene sino por algunas prácticas dudosas con los seguros.

– ¿Cree que llegaremos a saber algún día por qué J.D. mató a esos hombres? -preguntó Dave.

– Joe nos informará cuando sepa algo -afirmó Steve.

– A mí me da pena Randy Dickey. Ha resultado ser un buen sheriff. Esto será un duro golpe para él. Creo que J.D. era su única familia -comentó Dave.

Noah observó que Eli Whitaker estaba entre los demás hombres del grupo. Escuchaba la conversación pero apenas hablaba.

– ¿A qué se dedica, Eli? -le preguntó.

– A la cría de caballos y de ganado vacuno -contestó.

– ¿De qué raza?

– El ganado es básicamente de la raza longhorn -respondió-. Parece ser el que resiste mejor en esta parte del país.