Los dos hombres estaban sentados en la herbosa ladera más allá del olmo que Guilford había plantado hacía diez años.
Abby preparaba una maleta. Nick preparaba otra, feliz ante la perspectiva de un viaje pero consciente del cambio que se había producido en la casa. Guilford vio al muchacho en el umbral, mirando a su padre y a la barbuda aparición a su lado. La aprensión coloreaba sus ojos.
—Yo tampoco quise esto —dijo Tom Compton—. Lo último que deseé nunca fue ver cómo mi vida era jodida por un fantasma. Pero más pronto o más tarde tienes que enfrentarte a los hechos.
—«Las cosas y las acciones son lo que son, y las consecuencias de ellas serán lo que serán; ¿por qué deberíamos pues desear ser engañados?»
—¿No era ese uno de los sermones de Sullivan?
—Sí, lo era.
—Echo en falta a ese hijoputa.
Nick salió de la casa con una pelota de béisbol y un guante, jugando a lanzársela a sí mismo mientras esperaba a su madre, lanzando la pelota muy alta sobre su cabeza y corriendo para interceptarla. Su sucio pelo rubio caía sobre sus ojos. Te toca un corte de pelo, muchacho, pensó Guilford, si quieres jugar de medio.
—No me gustó mi propio aspecto en ese raído uniforme del ejército —dijo el hombre de la frontera—. No me gustó este fantasma pisándome los talones y diciéndome cosas que yo no deseaba oír. Ya sabe lo que quiero decir. —Miró firmemente a Guilford—. Todo eso acerca del Archivo y tantos y tantos millones de años de esto y aquello. Escuchas un poco y estás a punto de patear el jodido gong. Pero luego hablé con Erasmus, recordará a esa vieja rata del río, y él me dijo la misma maldita cosa.
La pelota de béisbol de Nick atravesó el cielo azul, cruzó una pálida luna. La silueta de Abby pasó al otro lado de la ventana del piso de arriba.
—Muchos de nosotros morimos en esa Guerra Mundial, Guilford. No todo el mundo recibió una llamada de un fantasma en la puerta. Vinieron detrás de nosotros porque nos conocen. Saben que al menos hay una posibilidad de que nosotros nos hagamos cargo del peso, de que quizá salvemos algunas vidas. Eso es todo lo que desean hacer, salvar vidas.
—Eso dicen.
—Y esos otros idiotas, su Enemigo, y los jodedores que ellos reclutaron, son genuinamente peligrosos. Tan difíciles de matar como nosotros, y ellos matan hombres, mujeres, niños, sin pensárselo dos veces.
—¿Sabe esto seguro?
—Segurísimo. Averigüé unas cuantas cosas…, no he tenido la cabeza metida en un agujero en el suelo estos últimos veinte años. ¿Quién cree que quemó su negocio?
—No lo sé.
—Debieron imaginar que estaba usted aquí. No son gente limpia. Tiran con metralla, ese es su método. Lástima si alguien se pone en su camino.
Abby salió a la luz del sol para recoger la ropa de un tendedero. Había una suave brisa del mar que hinchaba las sábanas como si fueran velas.
—La gente contra la que luchamos…, los psiones la tomaron por la misma razón que nuestros fantasmas van detrás de nosotros, porque tienen posibilidades de cooperar. No son auténtica gente moral. Carecen de algunas necesidades en el departamento de la conciencia. Algunos de ellos son timadores, otros son simplemente asesinos.
—Dígame qué está haciendo Lily en Oro Delta.
El hombre de la frontera volvió a llenar su pipa. Abby dobló sábanas en un cesto de mimbre, sin dejar de lanzar miradas hacia Guilford.
Lo siento, Abby, pensó Guilford. No es así como deseaba que ocurriera. Lo siento, Nick.
—Está aquí por usted, Guilford.
—Entonces sabe que estoy vivo.
—Desde hace un par de años. Halló sus notas entre las cosas de su madre.
—Entonces…, Caroline ha muerto.
—Me temo que sí. Lily es una mujer fuerte. Descubrió que su padre quizá no murió en la expedición Finch, tal vez estaba vivo en alguna parte, y le había dejado su pequeña y extraña historia acerca de fantasmas, asesinos, una ciudad en ruinas… Bueno, la cosa es que ella lo creyó. Empezó a hacer preguntas. Lo cual puso a los tipos malos contra ella.
—¿Por hacer preguntas?
—Por hacer preguntas demasiado públicamente. No solo es lista, también es periodista. Quería publicar sus notas, si podía autentificarlas. Fue a Jeffersonville a desenterrar esas viejas historias.
Abby se retiró a la casa. Nick se cansó de su pelota de béisbol, tiró su guante al césped. Se refugió en la sombra del olmo, mirando a Tom y Guilford, curioso, sabiendo que no debía acercarse a ellos. Asuntos de adultos, graves y extraños.
—¿Intentaron hacerle daño?
—Lo intentaron —dijo Tom Compton.
—¿Usted los detuvo?
—La saqué fuera del camino. Ella me reconoció por la descripción que de mí hizo usted. Fui como el Santo Grial…, la prueba de que no todo era una locura.
—¿Y usted la trajo hasta aquí?
—Fayetteville hubiera sido su próxima parada de todos modos. Es a usted a quien está buscando realmente.
Abby llevó una maleta al coche, la metió en el maletero, miró a Guilford, caminó de vuelta a la casa. El viento agitaba tras ella su oscuro pelo. Su falda danzaba sobre los contornos de sus piernas.
—No me gusta esto —dijo Guilford—. No me gusta que ella esté implicada.
—Demonios, Guilford, todo el mundo está implicado. No se trata de usted y yo y unos cuantos cientos de tipos hablando con espíritus. Se trata de si sus hijos o los hijos de sus hijos morirán para siempre, o peor aún, terminarán como esclavos de esos jodidos animales del Otro Mundo.
Una nube cruzó el sol.
—Ha estado usted fuera del juego durante un tiempo —dijo el hombre de la frontera—, pero el juego sigue. Ha muerto gente de ambos lados, aunque seamos más difíciles de matar que la mayoría. Su nombre apareció y no puede usted ignorarlo. Entienda, a ellos no les preocupa si decide usted sentarse a un lado a ver pasar la guerra, eso no importa, es usted un peligro potencial para ellos y desean tacharlo de la lista. No puede seguir en Fayetteville.
Guilford miró involuntariamente toda la longitud de la calle de tierra, buscando enemigos. No se veía a nadie. Solo un remolino de polvo agitando el seco aire.
—¿Qué elección tengo? —preguntó.
—Ninguna elección, Guilford. Esa es la parte dura. Si se queda aquí, lo pierde todo. Si se instala en alguna otra parte, volverá a ocurrir lo mismo más pronto o más tarde. Así que… esperamos.
—¿Esperamos?
—Todos los viejos soldados. Ahora nos conocemos los unos a los otros, directamente o a través de nuestros fantasmas. La auténtica batalla todavía no se ha producido. La auténtica batalla será dentro de algunos años en el futuro. Así que en general nos mantenemos apartados de la gente. No tenemos direcciones fijas, ni familias, ejercemos trabajos anónimos, quizá en el campo, quizá en las ciudades, lugares donde uno pueda estar aislado, prestar atención, ya sabe, vigilando a los tipos malos, pero sobre todo… esperando.
—¿Esperando qué?
—La gran lucha. La resurrección de los demonios. Básicamente esperando hasta que seamos llamados.
—¿Cuánto tiempo?
—¿Quién sabe? Diez años, veinte años, treinta años…
—Eso es inhumano.
—Es un frío hecho. Inhumano es lo que somos nosotros.
29
Subió las escaleras del hotel de Oro Delta y entró en el comedor con Tom Compton. Era un hombre alto, de rostro llano, no exento de atractivo, según todas las apariencias de la misma edad que ella, y Lily olvidó de inmediato todo lo que había planeado decir.