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Sam me recibió con una sonrisa cuando ocupé mi puesto. La señora Caroline había vetado nuestra petición de dejar a la vista un bote para las propinas, pero los clientes de la barra habían empezado ya a llenar con unos cuantos billetes una copa de cristal en forma de globo. Decidí seguir dejándola donde estaba.

– Estabas realmente guapa con ese vestido -dijo Sam, preparando un ron con Coca-Cola. Serví una cerveza y sonreí al anciano que me la había pedido. Me dio una propina importante y bajé la vista al darme cuenta de que con mis prisas por bajar me había olvidado de abrocharme un botón. Estaba enseñando un poco más de lo conveniente. Por un momento me sentí incómoda, pero no era un botón que me hiciera parecer una fulana, sino un botón que decía: «Mirad, tengo tetas». De modo que lo dejé como estaba.

– Gracias -dije, confiando en que Sam no se hubiera percatado del rápido repaso que me había dado el anciano-. Espero haberlo hecho todo bien.

– Por supuesto que sí -dijo Sam, como si en ningún momento se le hubiese pasado por la cabeza la posibilidad de que hubiera fracasado en mi nuevo papel. Por eso es el mejor jefe que he tenido en mi vida.

– Buenas noches -dijo una voz ligeramente nasal, y cuando levanté la vista de la copa de vino que estaba sirviendo vi que Tanya Grissom ocupaba el espacio y respiraba el aire que bien podría utilizar cualquier otra persona. A su escolta, Calvin, no se le veía por ningún lado.

– Hola, Tanya -dijo Sam-. ¿Qué tal estás? Hacía ya tiempo que no se te veía.

– Tuve que atar algunos cabos sueltos en Misisipi -dijo Tanya-. Estoy aquí de visita y me preguntaba si necesitarías algo de ayuda a tiempo parcial, Sam.

Me obligué a mantener la boca cerrada y las manos ocupadas. Tanya se acercó todo lo que pudo a Sam mientras una señora anciana me pedía una tónica con un gajo de lima. Se la serví con tanta rapidez que la mujer se quedó pasmada y pasé enseguida a atender al siguiente cliente. El cerebro de Sam me decía que estaba encantado de ver a Tanya. Los hombres son idiotas, ¿verdad? Aunque, para ser justos, yo sabía ciertas cosas sobre ella que Sam desconocía.

Selah Pumphrey era la siguiente en la cola. Mi suerte me tenía sorprendida. Pero la novia de Bill se limitó a pedirme un ron con Coca-Cola.

– Enseguida -dije, tratando de no delatar que me sentía aliviada, y empecé a preparar el combinado.

– Le he oído -dijo Selah en voz muy baja.

– ¿Has oído a quién? -pregunté, distraída por mi esfuerzo por escuchar, con mis oídos o con mi cerebro, lo que Sam y Tanya estaban hablando.

– He oído a Bill hablando antes contigo. -Viendo que yo no decía nada, continuó-. Lo seguí escaleras arriba.

– Entonces, él sabe que estabas allí-dije, distraídamente, y le entregué su copa. Me miró por un segundo con los ojos abiertos de par en par. ¿Alarmada, enojada? Se marchó. Si los deseos pudieran matar, yo habría muerto en el acto.

Tanya empezó a darle la espalda a Sam, como si su cuerpo pensara en marcharse aunque su cabeza siguiera hablando con mi jefe. Finalmente, su persona completa regresó con su pareja. La seguí con la mirada, llena de oscuros pensamientos.

– Una buena noticia -dijo Sam con una sonrisa-. Tanya estará disponible una temporada.

Reprimí mis ganas de decirle que Tanya había dejado más que claro que estaba disponible.

– Oh, sí, estupendo -dije. Había mucha gente que me caía bien. ¿Por qué habrían tenido que asistir a la boda dos de las mujeres que realmente me traían sin cuidado? Al menos, mis pies estaban prácticamente gimiendo de placer al sentirse libres de aquellos tacones de vértigo.

Sonreí, preparé copas, retiré botellas vacías y fui hasta la camioneta de Sam para descargar más material. Abrí cervezas, serví vino y sequé manchas hasta que empecé a sentirme como una máquina en eterno movimiento.

Los clientes vampiros se acercaron a la barra en grupo. Descorché una botella de Royalty Blended, una mezcla de calidad superior de sangre sintética y sangre auténtica de la realeza europea. Tenía que estar refrigerada, claro está, y era un regalo muy especial para los clientes de Glen, un regalo que él mismo había dispuesto personalmente. (La única bebida para vampiros que excedía en precio a Royalty Blended era Royalty casi pura, que apenas tenía conservantes). Sam dispuso las copas de vino en fila. Y luego me dijo que lo sirviera. Fui con un cuidado extremo para no derramar ni una gota. Sam entregó una a una las copas. Los vampiros, Bill incluido, dieron unas propinas excelentes y, con grandes sonrisas, levantaron las copas para brindar en honor de los recién casados.

Después de dar el primer sorbo al líquido oscuro que llenaba las copas, mostraron los colmillos como prueba de su beneplácito. Algunos de los invitados humanos estaban algo incómodos ante aquella muestra de agrado, pero enseguida apareció Glen, sonriendo y realizando gestos de asentimiento. Conocía a los vampiros lo bastante bien como para no ofrecerles un apretón de manos. Me di cuenta de que la nueva señora Vick no se codeaba con los invitados no muertos, aunque pasó un momento entre el grupo con una sonrisa tensa dibujada en la cara.

Cuando uno de los vampiros volvió a la barra para pedir una copa de TrueBlood normal, le serví la bebida caliente.

– Gracias -dijo, dejándome una nueva propina. Cuando abrió la cartera vi que su carné de conducir era de Nevada. Conozco bien los carnés porque estoy harta de pedirles la identificación a los niños que acuden al bar; venía de muy lejos para asistir a la boda. Era la primera vez que lo veía. Cuando se dio cuenta de que me había llamado la atención, juntó las manos e hizo una leve reverencia. Había leído una novela de misterio situada en Tailandia y sabía que aquello era un wai, un saludo educado que practicaban los budistas… ¿O serían, tal vez, los tailandeses en general? Da lo mismo, lo que es evidente es que quería mostrarse educado. Después de un instante de duda, dejé el trapo que llevaba en la mano e imité su movimiento. Mi gesto dejó satisfecho al vampiro.

– Me llamo Jonathan -dijo-. Los americanos no saben pronunciar mi verdadero nombre.

Quizá lo dijo con cierto toque de arrogancia y desdén, pero no lo culpé por ello.

– Yo soy Sookie Stackhouse -dije.

Jonathan era un hombre menudo, de aproximadamente un metro setenta de altura, con la tez de color cobre claro y el pelo oscuro característicos de su país. Era guapo. Tenía una nariz ancha y pequeña, y los labios carnosos. Sus ojos castaños estaban coronados por unas cejas negras absolutamente rectas. Tenía una piel tan fina que me resultaba imposible detectarle algún poro. Y ese pequeño resplandor que muestran todos los vampiros.

– ¿Es tu marido? -preguntó, cogiendo la copa de sangre e inclinando la cabeza en dirección a Sam. Éste estaba ocupado preparando una piña colada para una de las damas de honor.

– No, señor, es mi jefe.

Justo entonces, apareció Terry Bellefleur, primo segundo de Portia y de Andy, para pedir otra cerveza. Le tenía mucho cariño a Terry, pero era mal bebedor y pensé que iba camino precisamente de eso. Pese a que el veterano de Vietnam quería quedarse a charlar sobre la política del presidente en la guerra actual, le acompañé hasta donde estaba otro familiar, un primo lejano de Baton Rouge, y le pedí que vigilara a Terry y no le dejara conducir su camioneta.

El vampiro Jonathan no me quitó los ojos de encima en todo aquel rato, no sabía por qué. Pero no observé nada agresivo o lujurioso en su postura o comportamiento, y tenía los colmillos retraídos. Me pareció correcto no hacerle más caso y seguir con mi trabajo. Si Jonathan quería hablar conmigo por algún motivo, ya lo averiguaría tarde o temprano. Y si era tarde, no pasaba nada.