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Niall se mostró confiado.

– Lo encontraré para ti, Sookie.

– Te estaría muy agradecida.

– ¿Alguna cosa más? ¿Es eso todo?

– He de decir…, tal vez te parezca descortés, pero no puedo evitar preguntarme por qué tienes tantas ganas de hacer algo por mí.

– ¿Y por qué no habría de tenerlas? Eres la única pariente que tengo con vida.

– Pero me da la impresión de que has estado satisfecho sin mí durante los primeros veintisiete años de mi vida.

– Mi hijo no me dejaba acercarme a ti.

– Sí, ya me lo dijiste, pero no lo entiendo. ¿Por qué? Tampoco es que él se me apareciese nunca para darme a entender que yo le importara. Jamás se manifestó, ni… -Ni jugó al Scrabble conmigo, ni me envió un regalo de graduación, ni me alquiló una limusina para asistir al baile del instituto, ni me compró un vestido bonito, ni me acogió entre sus brazos las muchas veces que había llorado (hacerse mayor no resulta sencillo para una telépata). No había evitado que mi tío abuelo abusase de mí, ni había rescatado a mis padres (siendo mi padre su hijo) cuando se ahogaron debido a aquella riada, ni había evitado que un vampiro prendiera fuego a mi casa mientras yo dormía dentro. Los cuidados y la vigilancia que mi supuesto abuelo Fintan había hecho presuntamente por mí no se habían manifestado de una forma tangible, y si lo habían hecho de forma intangible, no me había dado cuenta de ello.

¿Me habrían sucedido cosas aún más horribles? Me costaba imaginarlo.

Tal vez mi abuelo se hubiera dedicado a ahuyentar cada noche las hordas de demonios babeantes que acechaban en la ventana de mi habitación, pero no podía estarle agradecida si no lo sabía.

Niall estaba molesto, una expresión que hasta el momento no había visto en él.

– Hay cosas que no puedo decirte -replicó finalmente-. Cuando pueda hablar de ellas, lo haré.

– De acuerdo -dije secamente-. Pero tengo que decir que esto no es exactamente el dar y recibir que habría querido tener con mi bisabuelo. Yo te lo cuento todo y tú no me cuentas nada.

– Tal vez no sea lo que tú desearas, pero es lo que puedo darte -dijo Niall con cierta frialdad-. Te quiero, y confiaba en que lo más importante fuera eso.

– Me alegra oírte decir que me quieres -dije muy lentamente, pues no quería correr el riesgo de verle alejarse de «Sookie, la Exigente»-. Pero si te comportaras en consecuencia sería aún mejor.

– ¿No me comporto como si te quisiera?

– Apareces y desapareces a tu antojo. Tus ofertas de ayuda no son de ayuda práctica, como suele ser el caso con la mayoría de abuelos, o de bisabuelos. Reparan el coche de su nieta con sus propias manos, o le ofrecen ayuda con la matrícula de la universidad, o le pasan el cortacésped para que ella no tenga que hacerlo. O la llevan a cazar. Tú nunca harás nada de todo eso.

– No -dijo-. No lo haré. -La sombra de una sonrisa iluminó su cara-. Ir a cazar conmigo no te gustaría.

De acuerdo, no pensaba darle muchas vueltas al tema.

– De modo que no tengo ni idea de cómo podemos llevarnos. Estás fuera de mi marco de referencia.

– Lo comprendo -dijo muy serio-. Todos los bisabuelos que conoces son humanos, y yo no lo soy. Tampoco tú eres lo que me esperaba.

– Sí, ya lo veo. -¿Acaso conocía a otros bisabuelos? Los abuelos no eran frecuentes entre los amigos de mi edad, y mucho menos los bisabuelos. Pero los que había conocido eran humanos al cien por cien-. Espero que no te hayas llevado un chasco.

– No -dijo-. Más bien una sorpresa. No un chasco. Soy tan malo en cuanto a predecir tus acciones y reacciones como lo eres tú al hacerlo con las mías. Tendremos que ir trabajando poco a poco en ello. -Me descubrí preguntándome de nuevo por qué no mostraba interés por Jason, cuyo nombre activó en mi interior una punzada de dolor. Algún día, pronto, tendría que hablar con mi hermano, pero en aquel momento no podía hacerme a la idea. A punto estuve de pedirle a Niall que mirara qué tal estaba Jason, pero cambié de idea y permanecí en silencio. Niall me observó.

– Hay algo que no quieres decirme, Sookie. Me preocupa cuando haces estas cosas. Pero mi amor es sincero y profundo y te encontraré a Remy Savoy. -Me dio un beso en la mejilla-. Hueles a familia -dijo con aprobación.

Y se esfumó.

De nuevo una conversación misteriosa con mi misterioso bisabuelo había concluido cuando él había querido. Otra vez. Suspiré, busqué las llaves en el bolso y abrí la puerta. La casa estaba en silencio y oscura y avancé por el salón y el pasillo haciendo el mínimo ruido posible. Encendí la lámpara de la mesita y llevé a cabo mi rutina nocturna, cerrando las cortinas para protegerme del sol matutino que intentaría despertarme de aquí a muy pocas horas.

¿Me había comportado como una borde desagradecida con mi bisabuelo? Cuando repasé lo que le había dicho, me pregunté si habría dado muestras de ser una persona exigente y quejica. Pero haciendo una interpretación más optimista del encuentro, pensé que más bien se habría llevado la impresión de que era una mujer firme, de esas con las que la gente no quiere problemas, del tipo de mujer que dice lo que piensa.

Puse la calefacción antes de acostarme. Octavia y Amelia no se habían quejado, pero la verdad era que las últimas mañanas habían sido gélidas. El ambiente se inundó de ese olor a cerrado que siempre desprende la calefacción cuando se enciende por primera vez y arrugué la nariz al acurrucarme bajo la sábana y la manta. El leve zumbido del radiador me acunó en mis sueños.

Llevaba un rato oyendo voces antes de darme cuenta de que provenían del otro lado de la puerta de mi habitación. Pestañeé, vi que era de día y volví a cerrar los ojos. Traté de dormirme de nuevo. El ruido continuaba y me percaté de que alguien discutía. Abrí levemente un ojo para vislumbrar la hora en el despertador digital de la mesita de noche. Las nueve y media. Qué rabia. Viendo que las voces no amainaban ni se largaban, abrí a regañadientes los dos ojos a la vez, comprendí que no hacía buen día, me senté en la cama y bajé la manta. Me acerqué a la ventana de la izquierda de la cama y miré hacia fuera. Gris y lluvioso. Las gotas de lluvia golpeaban el cristal; sería un día de aquéllos.

Fui al baño y, ahora que estaba ya completamente despierta y en movimiento, oí que las voces de fuera se acallaban. Abrí la puerta y me encontré cara a cara con mis compañeras de casa. No fue una gran sorpresa, la verdad.

– No sabíamos si despertarte -dijo Octavia. Estaba ansiosa.

– Pero yo he pensado que debíamos hacerlo, pues un mensaje de origen mágico es importante, evidentemente -dijo Amelia. Por la cara que puso Octavia, Amelia debía de haber repetido esa frase muchas veces.

– ¿Qué mensaje? -pregunté, decidiendo ignorar la parte de la discusión de la conversación.

– Éste -dijo Octavia, entregándome un sobre grande y abultado. Estaba hecho de papel de buena calidad, del tipo que se utiliza para las mejores invitaciones de boda. En el exterior estaba escrito mi nombre. Sin dirección, sólo mi nombre. Más aún, estaba lacrado con cera. El sello grabado representaba una cabeza de unicornio.

– De acuerdo -dije. Estaba segura de que sería una carta de lo más excepcional.

Me dirigí a la cocina para servirme una taza de café y buscar un cuchillo, en ese orden, con las brujas siguiendo mis pasos como un coro griego. Después de servirme el café y coger una silla para sentarme a la mesa, deslicé el cuchillo por debajo del lacre y lo separé con cuidado. Abrí el sobre y extraje una tarjeta. En ella había una dirección escrita a mano: 1245 Bienville, Red Ditch, Luisiana. Eso era todo.

– ¿Qué significa esto? -preguntó Octavia. Amelia y ella se habían quedado de pie a mis espaldas para verlo todo.

– Es la dirección de una persona a la que he estado buscando -dije, algo que no era del todo verdad pero se le acercaba.