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– ¿Aún sigue discutiendo con los árboles del huerto? ¿Aún se sienta a tallar con su cuchillo figuras de animales en madera? Un día casi no pude contenerme y esperar hasta medianoche, porque de pronto me entraron unas ganas enormes de bajar a plena luz del día a su huerto y, tras quitar el espantapájaros, permanecer allí una o dos horas con los brazos en cruz, haciendo yo mismo de espantapájaros, Almón ya está casi ciego y tal vez no apreciara la diferencia, y discutiendo con él.

»¿Y cómo son las conversaciones de las mujeres en la tienda? ¿Cómo es la reunión de las lavanderas en el meandro del río? ¿Y cómo está ahora Emmanuela? ¿Y el rincón de los bancos en la ribera del río, al que van los ancianos a las diez de la mañana a sentarse y a fumar una pipa? Si no fuera por miedo a que se levantasen y huyesen de mí despavoridos, tal vez, a pesar de todo, me acercaría una vez a ellos durante el día. Sólo una vez. Me sentaría entre ellos a hurtadillas, participaría un rato en sus discusiones sobre sus recuerdos y respiraría a pleno pulmón el aroma del humo de las pipas. Tal vez queden entre ellos algunos que aún no me hayan olvidado por completo.

– El que es recordado es objeto de burlas -dijo Maya-. El que calla, calla.

32

– Imaginaos -dijo Maya a Mati, y también a Nehi, que les acompañaba con las últimas luces por el camino serpenteante del bosque, montaña abajo, de vuelta a casa-, imaginaos lo que ocurrirá cuando un día por fin vuelvas al pueblo, Nehi, y contigo vuelvan a nosotros de pronto todos los animales que nos abandonaron hace ya muchos años y subieron contigo a la montaña. Imaginaos el sobresalto, el asombro y el golpe, pero también la profunda alegría.

– Y de nuevo anidarán gorriones y jilgueros en las ramas de los árboles -dijo Mati-, las palomas volarán alrededor de los palomares, los cuervos graznarán al amanecer, y en todos los patios del pueblo se arreglarán los viejos establos, los gallineros destartalados, las cuadras, los rediles, los cobertizos y los corrales, y los perros volverán a ladrar en los patios y en los caminos de tierra, y alrededor de las colmenas zumbarán los enjambres de abejas.

– Y el viejo Almón podrá volver a sentarse con su querido perro a la orilla del río -dijo Maya- y a charlar con los peces que regresarán al río; e incluso su viejo espantapájaros, en vez de discutir todo el día con Almón, empezará por fin a discutir con pájaros de verdad.

– Y Solina la modista podrá regalarle a su marido, Guinom, un gatito -dijo Mati-. O quizás una cabra. O una ardilla.

– Mi madre, la panadera -dijo Maya-, caminará por las calles del pueblo rodeada de una nube de pájaros y esparcirá migas para todos, y Emmanuela la saludará desde su terraza y, tal vez, si vuelves tú también, Nehi, tal vez, quién sabe…

Nehi escuchó todo eso en silencio. Una vena o una pequeña arteria azulada vibró en su sien como si allí palpitase el acelerado corazón de un pichón. Pero tras ese silencio dijo con su voz desolada, una voz baja, interior y agradable como una cocina caliente en una noche de invierno:

– ¿Y qué pasará si vuelven a burlarse? ¿O a maltratar? ¿Y qué ocurrirá cuando se vuelva a despertar en mí de pronto el deseo de hacer daño para vengarme de todos? -y al cabo de un rato añadió-: ¿Y qué pasará si los grandes y fuertes campesinos, esos cuyos padres estudiaron en la misma clase que yo con la maestra Rafaela, la madre de la maestra Emmanuela, vuelven a pegar con palos a los perros, a azotar con fustas a los caballos, a envenenar a los gatos callejeros, a meter a los ratones en cubas con agua de las cloacas, y vuelven a salir al bosque con sus escopetas para matar ciervos, cabras y zorros, a comerciar con las pieles y a poner todo tipo de trampas a los conejos y a las ocas? ¿Y si vuelven a tender redes para pescar a los peces del río?

Cuando pasaron otros cinco o seis recodos del camino, que se iba oscureciendo bajo la penumbra de las copas de los árboles del bosque, Naamán añadió:

– Por supuesto, a las vacas las recibirán con alegría y regocijo, y a los caballos con entusiasmo, y también a las gallinas, que les proporcionan huevos, y a las cabras, las ocas, las ovejas y las palomas, y algunos de ellos seguro que vuelven a estar muy unidos a sus perros, a sus gatos y a sus jilgueros. Eso seguro. Pero ¿qué les harán a las ratas? ¿Y a los gusanos? ¿Qué les ocurrirá a las cucarachas, a los mosquitos y a las arañas? ¿Qué le ocurrirá a Nimi? ¿Y a mí?

33

Y al llegar al extremo del bosque, al lugar desde donde se veían ya las primeras casas del pueblo, Nehi les dijo:

– Ya es de noche. Y ya estarán preocupados por vosotros. Marchaos a casa y, si queréis, podéis venir de vez en cuando a nuestro escondite en las montañas, podéis quedaros con nosotros durante unas horas, o durante un día entero o más. Y mientras tanto tened mucho cuidado de no contagiaros también vosotros de la enfermedad del desprecio y la burla. En vez de eso, podíais intentar alejar poco a poco a vuestros amigos, o al menos a algunos de ellos, de las vejaciones. Habladles. Hablad también a los que ofenden, e incluso a los que maltratan y a los que se alegran de la desgracia ajena. Hablad a todo aquel que quiera escuchar. Intentad hablar incluso a quien se burle de vosotros, a quien os critique y desdeñe. No les hagáis caso e intentad seguir hablando sin cesar.

»Es posible que un día cambien los corazones y bajemos de la montaña, es posible que nazca en nosotros un corazón nuevo y todas las criaturas, hombres y animales, y todos los que comen carne se acostumbren a comer tolanios en vez de depredar. Entonces también nosotros, todos mis amigos y yo, así como Nimi el potro, podremos salir de la cueva del bosque, volver al pueblo y vivir hasta el fin de nuestras vidas en sus casas y sus patios, en los campos, en los pastizales y en la ribera del río, y mi sentimiento de venganza se desintegrará y caerá de mí como la piel seca de una serpiente, y trabajaremos, amaremos, pasearemos, cantaremos, tocaremos, jugaremos y charlaremos sin depredar y sin ser depredados, y también sin burlarnos los unos de los otros. Ahora, marchaos en paz. Y no olvidéis. Incluso cuando crezcáis y seáis mayores, y tal vez tengáis vuestros propios hijos, no olvidéis. Que descanséis, Maya y Mati. Buenas noches a los dos.

Cuando el bosque se oscureció y Maya y Mati bajaron cogidos de la mano y se acercaron a las luces del pueblo, Mati le dijo a Maya:

– Hay que contárselo a Almón. Hay que contárselo a Emmanuela. Hay que contárselo a Danir.

– No sólo a ellos, Mati -dijo Maya-. Debemos contárselo a todos. A mi madre. A los ancianos. A tus padres. Y no va a ser fácil.

Y Mati dijo:

– Nos van a decir que hemos contraído la relinchitis.

– También hay que encontrar a Nimi -dijo Maya-. Hay que traerlo de vuelta a casa.

Y Mati dijo:

– Mañana.

Arad, agosto de 2004

Amos Oz

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