Выбрать главу

Ella podría intentar explicárselo, pero sabía que sus palabras caerían en saco roto y en realidad ya no le importaba.

– De todas formas, a ti no te fue tan mal. El gobierno embargó todo mis bienes, pero tú aún conservas la tienda para que hagas con ella lo que quieras. Como te dije, no es para tanto.

Gabrielle cogió las llaves del bolsillo de su falda.

– Por favor, no me escribas, ni intentes ponerte en contacto conmigo de ninguna manera.

Cuando cruzó las puertas de la prisión, se sintió invadida por una sensación de libertad que nada tenía que ver con la prisión que había dejado atrás. Había concluido una parte de su pasado. Ahora estaba lista para mirar al futuro. Preparada para dar un nuevo giro a su vida y ver hacia dónde la conducía.

Siempre lamentaría la pérdida de Anomaly. Había amado la tienda y había trabajado muy duro para que funcionara, pero una nueva idea le rondaba por la cabeza y ya planeaba cómo ponerla en marcha. Por primera vez en mucho tiempo, estaba entusiasmada y llena de energía. Ya era hora de que su karma diera un giro positivo. Había sido realmente castigada por lo que fuera que hubiera hecho.

Pensar en su nueva vida le llevaba a pensar en Joe Shanahan. No trataba de engañarse a sí misma. Nunca se libraría completamente de sus sentimientos por él, pero cada día era un poco más fácil. Podía mirar las pinturas de Joe en el estudio sin sentir cómo el corazón se le desgarraba en el pecho. Seguía sintiendo un vacío, pero el dolor había disminuido. Podía pasarse horas sin pensar en él. Creía que cuando acabara el año estaría casi preparada para buscar a otra alma gemela.

Capítulo 17

Los silenciosos limpiaparabrisas barrieron las gotas de lluvia del parabrisas cuando la última limusina serpenteaba por la carretera mojada que llevaba a la mansión Hillard. Las ruedas derrapaban cada metro que el vehículo avanzaba por el asfalto, y el nudo del estómago de Gabrielle se retorcía cada vez más. Sabía por experiencia que respirar profundamente no iba a ayudar. Hasta entonces, nunca le había preocupado estar en el mismo lugar que Joe Shanahan. Había pasado un mes, dos semanas y tres días desde que le había dicho que lo amaba y él se había marchado. Era el momento de enfrentarse a él otra vez.

Estaba preparada.

Gabrielle cruzó las manos sobre el regazo y centró la atención en la mansión totalmente iluminada. La limusina se detuvo bajo una gran carpa que habían instalado delante de la puerta principal y el portero se dispuso a ayudar a Gabrielle.

Llegaba tarde.

Probablemente era la última en llegar. Lo había planeado de ese modo. Lo había planeado todo, desde el recogido del pelo al vestido negro ajustado. De frente el vestido parecía conservador, algo que Audrey Hepburn se habría puesto, pero por detrás dejaba la espalda al descubierto hasta la cintura. Algo muy sexy.

Muy a propósito.

El interior de la mansión Hillard parecía un hotel. Las puertas que daban a las distintas habitaciones habían sido abiertas para crear un gran espacio diáfano donde se distribuía la gente. La madera del suelo, las cornisas, las puertas en arco, los frisos y las columnas eran espectaculares y abrumadores al mismo tiempo, pero no eran nada comparados con la vista del valle que tenía el Rey de las Patatas. No cabía duda, Norris Hillard poseía la mejor vista de la ciudad.

Una pequeña orquesta llenaba la gran sala con jazz suave, y un grupo de gente bailaba al ritmo de la música relajante. Desde donde estaba, Gabrielle podía ver la barra y el bufet contra la pared del fondo. No vio a Joe. Respiró hondo y exhaló muy lentamente para relajarse.

Sabía que él estaba allí, en algún lado. Con el resto de los detectives, sargentos y tenientes, todos ellos trajeados. Esposas y novias colgaban de sus brazos, charlando y riendo como si esa noche se celebrara una fiesta cualquiera. Como si ella no tuviera el estómago en un puño y no estuviera tan nerviosa que tenía que obligarse a permanecer perfectamente quieta.

Entonces sintió su mirada una fracción de segundo antes de que sus ojos se encontraran con los suyos, con el hombre que había conseguido que lo amara y luego le había roto el corazón. Permanecía junto a un pequeño grupo de personas y sus ojos oscuros se clavaron en ella con tal intensidad que impactaron en su corazón roto. Se había preparado para esa reacción traicionera y para el rubor ardiente que atravesó su piel. Había sabido qué ocurriría, y se obligó a permanecer allí y absorber cada detalle de su rostro. Las luces de las lámparas de araña que colgaban por encima de su cabeza iluminaban los rizos que le rozaban las orejas. Su mirada se movió por la nariz recta y esa boca que había soñado que la besaba por todas partes. Sintió cada latido de su corazón y contuvo el aliento. No hubo sorpresas. Había esperado que aquello ocurriese.

La gente se apartó y la mirada de Gabrielle recorrió su traje gris oscuro y su camisa blanca. La anchura de sus hombros y la corbata gris claro. Ahora ya lo había visto. Y no se había muerto. Estaría bien. Podía cerrar ese capítulo de su vida. Podía mirar al futuro. Pero a diferencia de la última vez que había visto a Kevin no se sintió libre de Joe.

En lugar de liberarse, la cólera fluyó desde su interior. La última vez que lo había visto había deseado ardientemente que él correspondiera a su amor. Había estado segura de que él sentiría algo por ella. Pero no había sido así y el dolor y la cólera se habían apoderado de su corazón y su alma. Demasiado para el amor verdadero.

Se recreó en su cara un momento más, luego se volvió y se encaminó hacia la barra. Nunca volvería a amar a un hombre más de lo que él la amara. Ni aspiraría a otro amor verdadero.

Ella le había dado la espalda. Había dado media vuelta y se había alejado, y él se sintió como si alguien le hubiera pateado en el pecho. Su mirada siguió la estela del pelo cobrizo mientras Gabrielle se abría camino entre la gente, y con cada paso que ella daba la opresión que Joe sentía en el pecho aumentaba un poco más. Pese a todo, nunca se había sentido más vivo. Pequeños estremecimientos de placer atravesaron su cuerpo y erizaron el vello de sus brazos. La gente que abarrotaba la mansión Hillard se movía y cambiaba de posición, sus voces eran un mero zumbido en sus oídos. Todo lo demás carecía de importancia. Todo excepto ella.

No había ocurrido como el K.O. que siempre había esperado. No lo había partido un rayo para que supiera que quería pasar toda la vida con ella. Nada tan doloroso. Amarla era más como una brisa fresca, como el cálido sol sobre su rostro. Era la única verdad. Era Gabrielle en sí misma. Y lo único que había tenido que hacer para descubrirlo fue joderlo todo apartándola de su vida.

– El hijo de puta se escondía bajo la cama con su novia -se rió uno de los patrulleros que había respondido a la llamada de Hillard la noche que su pintura fue robada. Los demás policías y sus esposas rieron también, pero Joe no. Sus pensamientos estaban al otro lado de la habitación.

Gabrielle estaba mejor de lo que recordaba. Lo que parecía imposible, porque él la recordaba como una especie de diosa del sol. Se había preguntado si acudiría esa noche y hasta el momento en que había entrado no se había percatado de que había estado conteniendo el aliento, esperándola.

Se excusó y se abrió paso entre la gente, saludando con la cabeza a los hombres con quienes trabajaba y a sus esposas, pero siguiendo con los ojos a la pelirroja del vestido con la espalda descubierta. Seguirle la pista no era difícil. Todo lo que tenía que hacer era guiarse por las cabezas que se giraban. Recordó la noche que le había dicho que llevara algo sexy a la fiesta de Kevin. Se lo había dicho medio en broma para irritarla un poco y ella en cambio se había puesto aquel horrible pichi azul. Pero esta noche, definitivamente, llevaba algo sexy. Tan sexy que se sentía impulsado a ponerle su chaqueta sobre los hombros y ocultarla a los ojos de los demás.