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Tuvo que detenerse varias veces al cruzarse con amigos y colegas que lo paraban para charlar. Cuando alcanzó a Gabrielle al final de la barra, el otro detective soltero, Dale Parker, se le había adelantado y había entablado conversación con ella. Normalmente, Joe no tenía nada en contra del novato, pero la atención que Dale prestaba al vestido de Gabrielle lo irritaba de una manera de padre y muy señor mío.

– Hola, Shannie -dijo Dale, mientras le ofrecía a Gabrielle un vaso de vino tinto. Ella sonrió agradecida al joven y por primera vez en la vida de Joe los celos arremetieron contra él dejándolo noqueado.

– Parker. -Joe observó cómo la espalda de Gabrielle se ponía rígida antes de que lo mirase por encima del hombro-. Hola, Gabrielle.

– Hola, Joe.

Había pasado toda una vida desde que él había oído su voz y mirado sus ojos verdes. No la imagen de la cinta, sino a ella. Oírla y verla en persona aumentó la opresión del pecho de Joe todavía más, dejándolo sin aliento. Al tenerla tan cerca, se dio cuenta de cuánto la había añorado. Pero al encontrar su mirada fría e indiferente se percató de otra cosa: quizás era demasiado tarde.

Hubo veces en la vida de Joe en las que sintió que el miedo le haría estallar la cabeza. Era algo que había sentido a menudo cuando perseguía a delincuentes sin saber cómo acabaría todo. Lo había sentido entonces y lo sentía ahora. En el pasado, siempre había estado seguro de sí mismo, seguro de que ganaría. Pero no estaba tan seguro esta vez. En esta ocasión la apuesta era demasiado alta. Esta era una persecución a ciegas que no estaba seguro de que acabara como él quería, pero no tenía alternativa. La amaba.

– ¿Cómo estás?

– Genial. ¿Y tú?

«No tan genial.»

– Bien.

Lo empujaron desde atrás y se acercó un poco más a ella.

– ¿Qué has estado haciendo últimamente?

– Pienso abrir una nueva tienda.

Estaba lo suficientemente cerca para olería. Olía a lilas.

– ¿Qué vas a vender?

– Aceites esenciales y aromaterapias. Las cosas fueron tan bien en el Coeur Festival que creo que funcionará.

Ella olía a ese jabón que le había frotado por todo el cuerpo aquel día en la ducha tras haber hecho el amor.

– ¿La vas a abrir en Hyde Park?

– No. Las expectativas para negocios alternativos son mejores en Old Boise. Ya he encontrado un local. El alquiler es más alto que en Hyde Park, pero una vez que venda Anomaly, podré permitirme el lujo. No tendré empleados y tengo tanto material que me sale por las orejas, por lo que mis costes iníciales serán razonablemente bajos. Cuando consiga alquilar el local…

Estar quieto sin tocarla requirió cada gramo de autodisciplina que poseía. Posó la mirada en los labios de Gabrielle y observó cómo hablaba cuando lo que en realidad quería era cubrirle la boca con la suya. La observó hablar cuando lo único que deseaba era llevarla a su casa y tenerla sólo para él. Su madre estaba en lo cierto. Podría pasarse el resto de su vida mirándola. En todas partes, desde la coronilla hasta la punta de los pies. Quería acariciarle la marca, hacerle el amor y mirarla mientras dormía.

Quería preguntarle si aún le amaba.

– ¿… no es cierto, Shannie?

No tenía ni la más remota idea de lo que Dale le estaba preguntando. Ni le importaba.

– ¿Puedo hablar contigo un minuto, Gabrielle?

– En realidad -respondió Dale por ella- acababa de pedirle que bailara conmigo cuando tú llegaste y me había dicho que sí.

Joe no tenía experiencia para manejar los celos que ardían como lava líquida en su estómago. La miró a la cara y le dijo:

– Pues ya puedes decirle que no.

En el momento en que las palabras salieron de su boca supo que había cometido un error. Gabrielle entrecerró los ojos y abrió la boca para negarse.

– ¿Dónde está tu novia? -preguntó Dale antes de que ella tuviera oportunidad de mandarlo al infierno.

Ella cerró la boca y guardó silencio.

«Jesús. ¿Qué había hecho para merecer esto?»

– No tengo novia-dijo él apretando los dientes.

– ¿Entonces quién es la mujer de ese bar de la Octava?

– Sólo es una amiga.

– ¿Sólo una amiga y te trae el almuerzo?

Joe se preguntó si el detective novato tendría un especial interés en que la nariz pasara a formarle parte de la oreja izquierda.

– Así es.

Dale miró a Gabrielle.

– ¿Preparada?

– Sí. -Y sin mirar ni una sola vez en su dirección, ella dejó la copa en la barra y guiada por Dale, que había posado la mano en el hueco de su espalda desnuda, se dirigió a la pista de baile.

Joe pidió una cerveza en la barra, luego miró a través de una de las puertas en arco hacia la oscura pista de baile de otra de las habitaciones. No necesitaba buscar a Gabrielle, con su altura era fácil de encontrar.

Era un infierno ver a la mujer que amaba en los brazos de otro hombre. Observar el destello de su blanca sonrisa cuando se reía de algún chiste estúpido y sentirse incapaz de hacer nada sin parecer un jodido asno celoso. Se tomó un largo trago de cerveza sin apartar la mirada de Gabrielle. Podría no haberse dado cuenta de cuánto la amaba hasta que la vio entrar en la habitación esa noche, pero eso no quería decir que no lo sintiera con cada fibra de su ser. Que no lo sintiera en cada latido doloroso de su corazón.

Winston Densley y su pareja avanzaron hasta la barra al lado de Joe y los dos hablaron y discutieron sobre las características más interesantes del cuarto de baño de los Hillard, como el inodoro de oro con el asiento caliente. Joe se sorprendió a sí mismo al tener la paciencia de esperar unos cinco minutos antes de colocar la cerveza en la barra y avanzar hacia la abarrotada pista de baile. Una música al estilo Kenny G., que Joe normalmente evitaba como una enfermedad cardiaca, terminó justo cuando posó la mano en el hombro del detective Parker.

– Mi turno.

– Más tarde.

– Ahora.

– Eso depende de Gabrielle.

A través del espacio oscuro que los separaba, su mirada quedó atrapada en la de Joe y dijo:

– Está bien, Dale. Escucharé lo que tenga que decir y luego me dejará en paz el resto de la noche.

– ¿Estás segura?

– Sí.

Dale miró a Joe y sacudió la cabeza.

– Eres un cabrón, Shanahan.

– Sí, pues demándame.

La música comenzó de nuevo y Joe la cogió de la mano y le rodeó la cintura con el otro brazo. Ella se mantuvo tiesa como una vara dentro de su abrazo, pero tenerla así otra vez era como regresar a casa después de una larga ausencia.

– ¿Qué quieres? -preguntó ella en su oído.

A ti, pensó él, pero creyó que a ella no le gustaría oír esa respuesta en aquel momento. Necesitaban aclarar las cosas entre ellos antes de decirle lo que sentía por ella.

– Dejé de ver a Ann hace una semana.

– ¿Qué pasó, te dejó?

Estaba muy dolida. La resarciría. La apretó contra el pecho. Sus senos le rozaron las solapas de la chaqueta y él deslizó la palma de la mano por la espalda desnuda. Un dolor familiar se asentó en la boca de su estómago y se extendió a su ingle.

– No, Ann nunca fue mi novia.

– Vaya, ¿fingías también con ella?

Estaba enojada. Se lo merecía.

– No. Ella nunca fue mi colaboradora como tú. La conozco desde que éramos niños. -Movió la mano por su piel suave y enterró la nariz en su pelo. Cerró los ojos y aspiró el perfume. Su olor le recordó el día que la había visto flotando en la pequeña piscina-. Salía con su hermana.

– ¿Y su hermana era una novia real o ficticia?

Joe suspiró y abrió los ojos.

– Estás cabreada conmigo y te da igual lo que diga.

– No estoy cabreada.

– Lo estás.