– Vi… vi -Damaris cerró los ojos con tal fuerza que arrugó toda la cara.
Peverell se incorporó a medias en su asiento.
Edith se llevó las manos al rostro.
Alexandra permanecía inmóvil.
Monk observó a Maxim Furnival y advirtió que estaba perplejo y apenas podía ocultar su creciente aprensión. Louisa, sentada a su lado en la galería, no disimulaba su ira.
Monk dirigió la vista hacia Hester, que miraba fijamente a Damaris. La profunda compasión que reflejaba su semblante lo impresionó de repente por su familiaridad y rareza a la vez. Intentó evocar a Hermione y no logró rememorarla con claridad. Le costaba recordar sus ojos y, cuando lo consiguió, los vio anodinos y brillantes, carentes de toda piedad.
Rathbone dio un paso hacia Damaris.
– Lamento profundamente esta situación, señora Erskine, pero es de suma importancia para el compromiso que he contraído con la señora Carlyon, y con Cassian.
Damaris levantó la cabeza.
– Lo comprendo -dijo-. Sabía que mi hermano Thaddeus había sufrido abusos en su infancia. Al igual que Buchie, la señorita Buchan, quiero decir, lo vi en una ocasión, por casualidad. Nunca olvidaré la expresión de su rostro, ni su forma de comportarse. Observé la misma expresión en la cara de Valentine y supe enseguida que también abusaban de él. En ese momento supuse que era su padre adoptivo, Maxim Furnival, el responsable.
El público sofocó exclamaciones de sorpresa y se elevaron murmullos que recordaban el rumor de las hojas mecidas por el viento.
– ¡Dios mío! ¡No! -Maxim se puso en pie, visiblemente conmocionado.
Louisa no se movió.
Maxim se volvió hacia ella, que permaneció inmóvil, como si estuviera paralizada.
– Me hago cargo de su dolor, señor Furnival -le apuntó el juez por encima de los comentarios de horror e ira procedentes del auditorio-. No obstante, debe abstenerse de interrumpir la sesión. En todo caso le sugiero que se plantee buscar asesoramiento legal para defenderse de lo que aquí pueda decirse. Ahora le ruego que tome asiento o me veré obligado a ordenar que lo expulsen de la sala.
Lentamente, con expresión de desconcierto y abatimiento, Maxim se sentó y volvió a mirar a Louisa, quien seguía inmóvil, como si estuviera demasiado horrorizada para reaccionar.
Charles Hargrave agarraba la barandilla como si quisiera romperla con las manos.
Rathbone se dirigió de nuevo a Damaris.
– Ha hablado utilizando el pasado, señora Erskine. En aquel momento pensó que el responsable de tales vejaciones era Maxim Furnival. ¿Ha ocurrido algo que la haya hecho cambiar de opinión?
– Sí. -Damaris esbozó una leve y fugaz sonrisa-. Mi cuñada mató a mi hermano, sospecho que porque descubrió que él abusaba de su hijo, y presumo que del mío también, aunque no tengo ningún motivo para pensar que estuviera al corriente de lo de Valentine.
Lovat-Smith alzó la vista hacia Alexandra y luego se puso en pie casi de mala gana.
– Eso no es un hecho sino una conclusión de la testigo, Su Señoría.
– Es cierto, señor Rathbone -confirmó el juez con solemnidad-. El jurado pasará por alto el último comentario de la señora Erskine. Se trata de una suposición, nada más. Cabe la posibilidad de que esté equivocada, no podemos considerarlo un hecho. Señor Rathbone, ha forzado a la testigo a realizar esa observación. Debería saber que no está permitido.
– Pido disculpas, Su Señoría.
– Continúe, señor Rathbone y limítese a aclarar los hechos relevantes para el caso.
Rathbone dedicó al magistrado una inclinación de la cabeza antes de volverse hacia Damaris.
– Señora Erskine, ¿sabe quién abusaba de Valentine Furnival?
– No.
– ¿No se lo preguntó?
– ¡No! ¡Por supuesto que no!
– ¿Habló sobre el tema con su hermano?
– ¡No! No hablé de eso con nadie.
– ¿Ni con su madre o su padre?
– No, con nadie.
– ¿Sabía usted que su sobrino, Cassian Carlyon, sufría abusos?
Damaris se sonrojó, avergonzada, y en voz baja y tensa dijo:
– No. Debería haberlo sospechado, pero atribuí su comportamiento a la aflicción por la muerte de su padre y al temor a que su madre fuera la culpable y también la perdiera a ella. -Lanzó una mirada de angustia a Alexandra-. Debería haberle dedicado más tiempo. Me avergüenzo de ello. Parecía preferir estar a solas con su abuelo, o con mi esposo. Pensé… que se debía a que su madre había matado a su padre y sentía que las mujeres…-Se interrumpió con una profunda congoja.
– Es comprensible -repuso Rathbone-. Si hubiera pasado más tiempo con él, quizás habría descubierto si él también sufría abusos…
– Protesto -se apresuró a exclamar Lovat-Smith-. Estas declaraciones sobre los abusos se basan en conjeturas. Ignoramos si es algo más que el fruto de la imaginación morbosa de una sirvienta solterona y una joven en la pubertad, que tal vez interpretaron mal lo que vieron y cuyas mentes febriles e ignorantes llegaron a conclusiones espantosas, amén de erróneas. El juez exhaló un suspiro.
– La objeción del señor Lovat-Smith es materialmente correcta, señor Rathbone. -Su tono evidenciaba que no compartía la opinión del abogado de la acusación-. Por favor, sea más cuidadoso al emplear las palabras. Estoy seguro de que está usted capacitado para interrogar a la señora Erskine sin cometer estos errores.
Rathbone inclinó la cabeza en señal de aceptación y se volvió hacia Damaris.
– ¿Su esposo, Peverell Erskine, pasa mucho tiempo con Cassian desde que el niño vive en Carlyon House?
– Sí, sí -respondió Damaris, muy pálida, con un hilo de voz.
– Gracias, señora Erskine. No le formularé más preguntas, pero tenga la amabilidad de permanecer ahí. El señor Lovat-Smith tal vez desee interrogarla.
Damaris dirigió la mirada hacia el letrado de la acusación.
– Gracias -dijo Lovat-Smith-. ¿Mató usted a su hermano, señora Erskine?
La consternación se respiraba en el ambiente. El juez frunció el entrecejo sin disimulos. Un miembro del jurado tosió. Uno de los asistentes se puso en pie. Damaris estaba asombrada.
– ¡No, por supuesto que no!
– ¿Le mencionó su cuñada en alguna ocasión ese supuesto abuso, antes o después de la muerte de su hermano?
– No.
– ¿Tiene algún motivo para sospechar que la acusada se hubiera planteado esa posibilidad, aparte, claro está, de la sugerencia que le ha hecho mi distinguido colega, el señor Rathbone?
– Sí. Hester Latterly lo sabía.
La respuesta pilló totalmente desprevenido a Lovat-Smith.
Se oyeron susurros de sorpresa en la sala. Felicia Carlyon se inclinó por encima de la barandilla para observar a Hester, que estaba pálida y bien erguida en su asiento. Incluso Alexandra se volvió.
– ¿Cómo dice? -inquirió Lovat-Smith, una vez que se hubo recuperado de su asombro-. ¿Quién es Hester Latterly? ¿Se ha mencionado ese nombre con anterioridad en este juicio? ¿Es una pariente, o una sirvienta quizás? Ah… ya lo recuerdo; es la mujer a quien la señora Sobell pidió que encontrara un abogado para la acusada. Tenga la amabilidad de explicarnos cómo es posible que esa tal señorita Latterly estuviera al corriente de ese turbio secreto de su familia, que ni tan siquiera su madre conocía.
Damaris lo miró fijamente.
– Lo ignoro. No se lo pregunté.
– Sin embargo ¿lo aceptó como algo cierto? -Lovat-Smith se mostraba incrédulo-. ¿Acaso es una experta en el tema y por eso cree en su palabra sin corroborarla con algún hecho, una afirmación hecha al azar que valora usted más que lo que sabe de primera mano, más que el amor y la lealtad a su propia familia? Me resulta un tanto sorprendente, señora Erskine.