– No creo que eso sirva de nada. -El semblante de Pole era severo, y sus ojos azules despedían un brillo de rebeldía.
– Yo tampoco hasta que escuche su versión de los hechos. -Monk comenzaba a enfurecerse y le costaba disimular su enojo. No soportaba la insensatez, los prejuicios ni la autocomplacencia sin elegancia, y este hombre presentaba al menos dos de esos tres defectos-. Mi trabajo consiste en recabar datos, y el abogado de la señora Carlyon me ha contratado para descubrir lo que pueda.
Pole lo observó en silencio. Monk se sentó en una de las sillas más altas para demostrar que tenía la intención de pasar algún tiempo allí.
– La cena, señor Pole -insistió-. Tengo entendido que su esposa discutió con su padre tan pronto como llegó a la casa de los Furnival. ¿Conoce la causa de esa pelea?
Pole estaba desconcertado.
– No veo qué relación tiene con la muerte del general pero, ya que lo pregunta, le diré que desconozco el motivo de la disputa. Supongo que se trataría de un antiguo malentendido, nada nuevo ni importante. Monk lo miró con educada incredulidad. -Supongo que dirían algo, ¿no? Es imposible reñir con alguien sin mencionar la razón; por lo menos se nombra, aunque no se trate del motivo real.
Pole enarcó las cejas, hundió aún más las manos en los bolsillos con expresión malhumorada y apartó la mirada.
– Si es eso lo que quiere… Pensaba que deseaba conocer la causa real, aunque importe poco en estos momentos.
Monk estaba cada vez más irritado y tenso.
– ¿Qué se dijeron, señor Pole? -preguntó con severidad.
Pole tomó asiento, y cruzó las piernas y le lanzó una mirada fría.
– El general hizo algún comentario sobre el ejército de la India y Sabella explicó que había oído que la situación era muy delicada en ese país. El general aseguró que no era nada importante. De hecho se mostró bastante desdeñoso con sus opiniones, lo que la enfureció, pues consideró que la trataba con condescendencia, y así lo manifestó. Sabella cree que sabe cosas de la India, y me temo que quizás yo la haya alentado en ese sentido. Entonces intervino Maxim Furnival con la intención de cambiar de tema, pero no lo consiguió. No fue nada excepcional, señor Monk, y es evidente que no guarda relación con la pelea que el general mantuvo con la señora Carlyon.
– ¿Por qué se pelearon?
– ¡No tengo ni idea! -exclamó-. Me limito a suponer que riñeron, porque no es lógico que lo matara si no se produjo alguna desavenencia de lo más insalvable. En todo caso ninguno de los presentes se percató de nada, ya que de lo contrario hubiéramos tratado de evitarlo, como es natural. -Se mostraba molesto, como si le costara creer que Monk se comportara de forma tan estúpida a propósito.
Antes de que Monk tuviera tiempo de continuar con el interrogatorio, la puerta se abrió y apareció una encantadora joven de aspecto desaliñado. La melena rubia le caía sobre los hombros, y se cubría con un chal que se sujetaba con fuerza al cuello con una mano pálida y delgada. Miró a Monk sin prestar atención a Pole.
– ¿Quién es usted? Polly me ha dicho que intenta ayudar a mamá. ¿Cómo piensa hacerlo?
Monk se puso en pie.
– Soy William Monk, señora Pole. Me ha contratado el abogado de su madre, el señor Rathbone, para que intente averiguar algo que pueda considerarse una circunstancia atenuante.
Ella lo miró de hito en hito, con los ojos muy abiertos. Tenía las mejillas encendidas.
Pole, que se había levantado al entrar ella, se acercó y le habló con delicadeza.
– Sabella, querida, no tienes por qué preocuparte-. Creo que deberías seguir descansando Ella lo apartó enfadada y se encaminó hacia Monk. Pole le puso la mano en el brazo y Sabella la retiró con brusquedad.
– Señor Monk, ¿puede hacer algo para ayudar a mi madre? Ha hablado de «atenuantes». ¿Significa eso que la justicia tal vez tome en consideración la clase de hombre que el era ¿Cómo nos intimidaba, cómo nos obligaba a obedecerlo sin tener en cuenta nuestros deseos?
– Sabella… -terció Pole con tono apremiante. Lanzo una mirada a Monk-. Sinceramente, señor Monk, esto resulta irrelevante y yo…
– ¡No es irrelevante! -exclamó Sabella con ira-. ¿Tendrá la delicadeza de contestarme, señor Monk?
Este percibió el histerismo creciente de su voz, y saltaba a la vista que estaba a punto de perder los estribos. No era de extrañar. Su familia se había visto azotada por una doble tragedia de lo más atroz. De hecho, había perdido a su padre y a su madre en un escándalo que arruinaría su reputación, desgarraría la vida familiar y la expondría a la ignominia pública. ¿Que podía decirle que no empeorara la situación ni resultara totalmente inútil? Intento disimular la antipatía que le inspiraba.
– No lo sé, señora Pole -respondió con mucho tacto-. Espero que si. Creo que debió de tener alguna razón para actuar como lo hizo… si en realidad fue ella quien lo hizo. Necesito averiguar cuál fue el motivo; podría servir de base para la defensa.
– ¡Por el amor de Dios! -exclamó Pole con el rostro crispado por la ira-. ¿Acaso ignora qué es la consideración? ¿No se ha dado cuenta de que mi esposa está enferma? Lo siento, pero la defensa de la señora Carlyon si es que se la puede defender, es competencia de sus abogados, no de nosotros. Cumpla con su obligación y no implique a mi mujer en esto. Ahora debo pedirle que se retire sin provocar más daño del que ya ha causado. -Se quedó parado en el sitio en lugar de avanzar hacia Monk, pero su amenaza no dejaba lugar a dudas. Estaba furioso, y Monk pensó que también asustado. En cualquier caso su temor tal vez obedecía al estado mental de su esposa, que de hecho parecía a punto de sufrir una crisis nerviosa.
Monk carecía de autoridad para insistir, a diferencia de cuando era policía. No le quedaba otra opción que marcharse, y con la mayor dignidad posible. El hecho de que le hubieran pedido que se fuera ya resultaba mortificante; que lo echaran a la fuerza supondría una humillación total que no estaba dispuesto a tolerar. Miró a Pole, luego a Sabella y, antes de que pudiera excusarse, ésta habló.
– Siento un profundo afecto por mi madre, señor Monk, y a pesar de lo que dice mi esposo, si hay algo que esté en mis manos… -Permanecía de pie, rígida, con el cuerpo tembloroso, sin prestar la menor atención a Pole-. ¡Lo haré! No tenga reparos en visitarme cuando lo juzgue necesario. Daré instrucciones al servicio para que le permitan la entrada y me informe de su llegada.
– ¡Sabella! -exclamó su marido con tono exasperado-. ¡Te lo prohíbo! No sabes lo que dices…
Antes de que hubiera terminado, la mujer se volvió hacia él con el rostro desencajado y rojo de ira, los ojos brillantes.
– ¿Cómo te atreves a prohibirme que ayude a mi madre? Eres igual que papá: arrogante y tiránico. Me dices qué puedo y no puedo hacer sin pensar en mis sentimientos o en lo que considero correcto. -Hablaba con un tono cada vez más estridente-. A mí no me van a mandar…
– ¡Sabella! ¡Baja la voz! -le ordenó con indignación su esposo-. Recuerda quién eres y con quién estás hablando. Soy tu marido y me debes obediencia, aparte de lealtad.
– ¿Que te debo…? -exclamó-. ¡No te debo nada! ¡Me casé contigo porque mi padre me obligó y no me quedó más remedio!
– ¡Estás histérica! -Pole tenía el rostro encendido de ira y vergüenza-. ¡Ve a tu habitación! ¡Es una orden, Sabella, y no permitiré que me desobedezcas! -Señaló la puerta con el brazo extendido-. Es comprensible que la muerte de tu padre te haya trastornado, pero no consentiré que te comportes así delante de un… un… -No sabía qué palabra utilizar para referirse a Monk.
Como si acabara de recordar su presencia, Sabella se volvió hacia el detective y por fin comprendió lo inapropiado de su conducta. Palideció y salió de la habitación sin articular palabra y dejó la puerta abierta.