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Hester permaneció sentada, observándola.

Louisa contemplaba el césped bañado por los rayos del sol. La luz no revelaba ninguna arruga propia de la vejez aunque sí una expresión de insensibilidad. Además Hester apreció cierta maldad en su rostro.

– ¿Desea usted que comente en los círculos sociales que frecuento que creo que la enfermería es una ocupación noble para las mujeres y que yo misma me dedicaría a ella si no estuviese casada? -preguntó con expresión divertida.

– Sí. Puesto que resulta evidente que no puede ejercerla ahora, nadie le exigirá que lo demuestre ofreciendo sus servicios, sino su apoyo. Louisa se rió de nuevo.

– ¿Y usted opina que me creerían, señorita Latterly? Tengo la impresión de que los considera unos crédulos.

– ¿Suelen desconfiar de usted, señora Furnival? -preguntó Hester con la mayor educación. Louisa sonreía.

– No… no recuerdo que haya sucedido, pero nunca he afirmado que la enfermería sea una ocupación loable. Hester enarcó las cejas.

– ¿Y tampoco nada que… exagerase… la verdad?

Louisa se volvió.

– No emplee eufemismos, señorita Latterly. He mentido en más de una ocasión y todos me han creído, pero las circunstancias eran diferentes.

– Estoy segura.

– Sin embargo, si así lo desea, accederé a su petición. Será divertido… y una experiencia diferente. Sí, cuanto más lo pienso, más me atrae la idea. -Se alejó de la ventana y se encaminó hacia la repisa de la chimenea-. Iniciaré una discreta campaña para que las muchachas de buena familia e inteligentes se dediquen a la enfermería. Imagino cómo se tomarán mis conocidos mi nueva causa. -Se volvió de pronto, se dirigió hacia Hester y se detuvo delante de ella-. Si tengo que alabar esta maravillosa profesión, será mejor que me cuente algo al respecto. No quiero que me tachen de ignorante. ¿Le apetecería tomar algún aperitivo mientras charlamos?

– Sí, gracias.

– Por cierto, ¿a quién más le ha propuesto esta idea?

– De momento, sólo a usted -respondió Hester con franqueza.

– Sí… creo que será muy divertido. -Louisa cogió la campanilla y la agitó con energía.

Hester le contaba todo lo que se le ocurría para lograr que la ocupación de enfermera pareciese necesaria y útil cuando llegó Maxim Furnival. Era un hombre alto y delgado, con la tez oscura y el rostro emotivo, cuyas arrugas podían deberse tanto al mal humor como a la alegría. Sonrió a Hester y le dirigió unas palabras de cortesía. Una vez que Louisa le hubo explicado quién era y cuál era el motivo de su visita, demostró un vivo interés.

Conversaron durante un rato. Maxim se mostró animado y Louisa distante cuando Hester narró sus experiencias en la guerra de Crimea. Mientras hablaba, trató de adivinar cuánto había amado Maxim a Alexandra, o si se había sentido celoso de Louisa o si le habían inquietado su tendencia a coquetear y su confianza en sí misma. Suponía que Louisa era incapaz de demostrar ternura y que sólo buscaba el placer físico. Parecía acostumbrada a contener las emociones. Una vez consumida la pasión inicial, ¿había Maxim descubierto esa frialdad y decidido buscar una mujer más dulce, que supiese dar y recibir? ¿Tal vez Alexandra Carlyon?

Desconocía la respuesta. Recordó una vez más que aún no había visto a Alexandra. La imagen que tenía de ella se basaba en las descripciones de Monk y Rathbone.

Hester comenzaba a perder la concentración y repetía ideas; lo advirtió por la expresión de Louisa. Debía tener cuidado.

De pronto, la puerta se abrió y entró un muchacho de unos trece años, muy alto para su edad. Tenía el pelo negro, los ojos azul claro y la nariz larga. Parecía sumamente inseguro ya que permaneció detrás de su padre y observó a Hester con curiosidad y timidez.

– Ah, Valentine -dijo Maxim en voz alta-. Le presento a mi hijo, Valentine, señorita Latterly. -Se volvió hacia el muchacho-. La señorita Latterly estuvo en la guerra de Crimea con la señorita Nightingale, Val. Ha Venido para convencer a mamá de que persuada a muchachas de buena familia y educación de que las enfermeras son necesarias.

– ¡Qué interesante! Encantado de conocerla, señorita Latterly -saludó Valentine con voz queda.

– Encantada. -Hester lo observó con detenimiento para tratar de averiguar si su seriedad obedecía al miedo o a un carácter reservado. Su rostro no denotaba interés alguno y la miraba con cierta indiferencia. Hester se percató de que carecía de la espontaneidad propia de un chiquillo de su edad. Cabía esperar que el hecho de que le presentaran a una persona que no le interesaba en absoluto despertara en él alguna emoción, ya fuese de aburrimiento o enfado, pero Valentine parecía muy circunspecto.

¿Era su actitud consecuencia directa del asesinato, que se había perpetrado en su casa recientemente, de un hombre al que apreciaba sobremanera? No era una hipótesis absurda. Aún estaba conmocionado. El destino le había golpeado con brutalidad, de manera imprevista y sin explicación alguna. Tal vez creyese que el destino ya no sería bueno.

Hester se sintió abrumada por la pena y deseó, una vez más, descubrir el móvil del crimen, aunque no sirviera como atenuante.

Hablaron poco más. Louisa comenzaba a impacientarse y Hester ya había explicado todo cuanto sabía sobre la enfermería. Tras algunos comentarios de carácter trivial, Hester les agradeció su atención y se despidió.

* * *

– ¿Y bien? -preguntó el comandante Tiplady tan pronto como Hester hubo regresado a Great Tichfield Street-. ¿Ha logrado averiguar algo? ¿Cómo es la señora Furnival? ¿Se sentiría celosa de ella?

Hester apenas había cruzado el umbral de la puerta y aún no se había despojado de la capa y el sombrero.

– Estaba usted en lo cierto -admitió mientras colocaba el sombrero sobre la mesilla y se desabotonaba la capa para colgarla del perchero-. Ha sido una buena idea visitarla y lo cierto es que ha ido muy bien. -Sonrió-. De hecho, he sido muy atrevida. Se hubiese sentido orgulloso de mí. He atacado al enemigo de frente y creo que he salido victoriosa.

– No se quede ahí sonriendo, querida. -Tiplady estaba entusiasmado-. ¿Qué le ha contado? ¿Cómo ha reaccionado ella?

– Le he dicho… -Hester se ruborizó al recordar sus palabras- le he dicho que, puesto que todas las mujeres la admiran, podría ejercer su influencia para fomentar la ocupación de enfermera entre las muchachas de buena familia y educación… y luego le pregunté si estaría dispuesta a nacerlo.

– ¡Cielos! ¿Le ha dicho eso? -El comandante cerró los ojos como si intentara asimilar las asombrosas noticias. Enseguida los abrió-. ¿Y le ha creído?

– Sí. -Hester se sentó frente a él-. Es muy coqueta y dominante; está muy segura de sí misma y sabe perfectamente que los hombres la admiran y las mujeres la envidian. La he elogiado de forma exagerada y me ha creído. No me habría tomado en serio si le hubiese dicho que era una dama virtuosa y culta… pero sí lo ha hecho al decirle que era capaz de influir en los demás.

– Oh, querida. -Tiplady suspiró, no de infelicidad sino de desconcierto. No acercaba a comprender a las mujeres. Cuando creía entenderlas, Hester hacía algo que le resultaba incomprensible-. ¿Ha llegado a alguna conclusión sobre la señora Furnival?

– ¿Tiene hambre?

– Sí, pero explíqueme antes su conclusión.

– No estoy segura. Sólo sé que no estaba enamorada del general. Su muerte no cambió sus planes ni pareció afectarla. De hecho, la única persona que estaba conmocionada era su hijo, Valentine. El pobre parecía muy compungido.