Una expresión de pena ensombreció el rostro del comandante Tiplady, como si la mención de Valentine le recordase alguna pérdida, y lo que hasta ese momento constituía un misterio para el intelecto se convirtió de nuevo en una tragedia que provocaba dolor y confusión.
Hester no añadió nada más. Intentaba formarse una opinión más concreta de los Furnival, y esperaba encontrar algo que hubiese pasado por alto con anterioridad, algo en lo que ni Monk ni Rathbone hubiesen reparado.
A las once de la mañana del día siguiente, le sorprendió que la doncella le anunciara que tenía una visita.
– ¿Preguntan por mí? -inquirió con recelo-. ¿No será por el comandante?
– No, señorita Latterly. Ha venido a verla la señora Sobell.
– ¡Oh! Oh, sí. -Hester dirigió una mirada interrogante a Tiplady, que asintió con la cabeza, y se volvió hacia la doncella-. Por favor, hágala pasar.
Segundos después, entró Edith, que estaba muy atractiva con un vestido de seda violeta de falda amplia. Para cumplir con los requisitos del luto, lucía el suficiente negro, que realzaba la palidez de su tez. Por una vez, llevaba el pelo bien arreglado y, al parecer, había venido en un coche de caballos ya que el viento no la había despeinado.
Hester se la presentó al comandante, quien se mostró encantado… e irritado por no poder levantarse del diván para saludarla.
– Encantada de conocerlo, comandante Tiplady -dijo Edith con educación-. Es usted muy amable al recibirme.
– Encantado, señora Sobell. Me alegra que haya venido. La acompaño en el sentimiento por la muerte de su hermano. Lo conocía por su reputación. Un gran hombre.
– Oh, gracias. Sí… ha sido una tragedia terrible.
– Sin duda. Espero que la conclusión sea menos espantosa de lo que nos tememos.
Edith lo observó con expresión inquisitiva, y el comandante se sonrojó.
– Oh, querida -se apresuró a decir Tiplady-, lamento haberla molestado. Lo siento mucho. La señorita Latterly, que se preocupa tanto por usted, me lo ha contado todo. Créame, señora Sobell, no pretendía parecer… -Vaciló, sin saber qué añadir.
Edith sonrió y Tiplady se ruborizó aún más, tartamudeó y, una vez que se hubo calmado, le devolvió la sonrisa.
– Sé que Hester hace todo lo que puede -dijo Edith mientras miraba al comandante y su amiga tendía su sombrero y su chal a la doncella-. Ha buscado el mejor de los abogados, quien a su vez ha contratado a un detective. Sin embargo, me temo que aún no han averiguado nada que evite lo que parece que será una tragedia absoluta.
– No pierda la esperanza, mi querida señora Sobell -repuso el comandante Tiplady-. Nunca se dé por vencida hasta que esté derrotada y no le quede otra alternativa. La señorita Latterly visitó ayer por la tarde a la señora Furnival y llegó a una serie de conclusiones sobre su personalidad.
– ¿Es cierto? -Edith se volvió hacia Hester-. ¿Has averiguado algo sobre ella?
Hester sonrió con expresión triste.
– Me temo que nada que nos ayude. ¿Te apetece tomar un té?
Edith miró al comandante. No era la hora del té, pero quería tener una excusa para quedarse.
– Por supuesto -intervino el comandante-. Si lo desea, puede quedarse a comer. Será un gran placer. -Tiplady se interrumpió al percatarse de que había sido demasiado atrevido-. Aunque supongo que tendrá más cosas que hacer… como visitar a otras personas. No pretendía ser…
– Será un placer, si no causo ninguna molestia. El comandante Tiplady sonrió con alivio. -De ninguna manera… De ninguna manera. Por favor, siéntese, señora Sobell. Esa silla es muy cómoda. Hester, por favor, diga a Molly que seremos tres para comer.
– Gracias. -Edith tomó asiento y permaneció con la espalda recta, las manos entrelazadas.
Hester salió de la sala para avisar a Molly. Edith miró la pierna del comandante.
– ¿Se encuentra mejor?
– Oh, sí, gracias. -Tiplady esbozó una mueca, no tanto por el dolor de la herida como por su incapacidad física y las consecuencias que ello acarreaba-. Estoy harto de permanecer todo el santo día sentado. Me siento tan… -Vaciló, ya que no deseaba aburrirla con sus quejas. Al fin y al cabo, le había hecho la pregunta por cortesía, no le había pedido que le explicase su situación con todo lujo de detalles. Se ruborizó una vez más.
– Por supuesto -Edith sonrió-. Debe de sentirse… enjaulado. Suelo pasar todo el día en casa, y tengo la impresión de estar en una cárcel. Usted, un militar acostumbrado a viajar por todo el mundo y a emplear su tiempo de manera útil, debe de sentirse mucho peor. -Edith se inclinó y adoptó una postura más cómoda-. Debe de haber visitado lugares maravillosos.
– Pues… -Tiplady se sonrojó más aún-. Nunca me lo había planteado de esa manera, pero supongo que sí. He estado en la India. ¿La conoce?
– No, no. Ojalá conociera ese país.
– ¿De veras? -Tiplady quedó sorprendido.
– Por supuesto que sí. -Edith lo miró como si le extrañase la pregunta-. ¿En qué parte de la India ha estado? ¿Cómo es?
– Oh, no hay nada extraordinario -respondió con modestia-. Allí han estado muchas personas… las esposas de los oficiales, por ejemplo, escribían cartas en las que contaban con todo pormenor qué sucedía en la India. Sin embargo me temo que no hay nada que sea digno de mención especial. -Tiplady titubeó y clavó la vista en la manta que le cubría las piernas-. También he estado en África en varias ocasiones.
– ¡África! ¡Qué maravilla! -Edith estaba cada vez más entusiasmada-. ¿En qué parte? ¿En el sur?
Tiplady la observó con atención para asegurarse de que no hablaba más de la cuenta.
– Al principio sí. Luego estuve en el norte, en Matabeleland, Mashonaland…
– ¿De veras? -Edith estaba sorprendida-. ¿Cómo es? ¿Es ése el lugar donde se encuentra el doctor Livingstone?
– No… el misionero que está allí es el doctor Roben Moffatt, una persona de gran valía, junto con su esposa, Mary. -El rostro de Tiplady se iluminó. El recuerdo era tan vivido como si sólo hubiera transcurrido un par de días desde que regresó de allí-. Es una de las mujeres más admirables que he conocido. Ha tenido el valor de viajar para llevar la palabra de Dios a unos salvajes que viven en unos territorios desconocidos.
– ¿Cómo es ese lugar, comandante Tiplady? ¿Hace mucho calor? ¿Es muy diferente de Inglaterra? ¿Cómo son los animales y las plantas?
– Nunca había visto tantas especies de animales diferentes; elefantes, leones, jirafas, rinocerontes, muchas más variedades de antílopes y ciervos de las que pueda imaginar, cebras y búfalos. He visto manadas tan grandes que me impedían vislumbrar el suelo. -Tiplady se inclinó hacia ella de manera inconsciente, y Edith se aproximó un poco.
«Cuando algo les produce miedo -prosiguió-, como un fuego, huyen en estampida y la tierra tiembla bajo el peso de decenas de miles de bestias; las criaturas más pequeñas se escabullen como pueden para evitarlas. El suelo es rojo… es una tierra fértil. Oh, y los árboles. -Se encogió de hombros-. La mayor parte de las praderas son pastizales donde crecen acacias con copas planas… pero también hay árboles floridos que deslumbran por su belleza. Y… -Tiplady se interrumpió cuando Hester regresó a la sala-. Oh, querida. Me temo que no la dejo hablar. Es usted demasiado generosa, señora Sobell.
Hester se detuvo en seco, sonrió y continuó caminando.
– En absoluto -replicó Edith-. Hester, ¿te ha contado el comandante Tiplady sus aventuras en Mashonaland y Matabeleland?
– No -contestó Hester con sorpresa a la vez que observaba al comandante-. Creía que había servido en la India.
– Oh, sí, pero también ha estado en África -explicó Edith-. Comandante, debería escribir todo cuanto recuerde de esos lugares para que todos los podamos conocer. La mayoría de nosotros jamás ha salido de Londres y no ha tenido ocasión de ver lugares salvajes y exóticos como los que usted describe. Cuántas personas podrían pasar una tarde de invierno leyendo sus aventuras.