Выбрать главу

– Cassian -susurró.

– ¿Sí, señora? -Volvió la cabeza despacio hacia ella.

– La señorita Buchan tenía razón. Tu madre no es una persona malvada y te quiere mucho.

– Entonces ¿por qué mató a mi papá? -Le temblaban los labios y parecía a punto de llorar.

– ¿Querías mucho a tu padre?

Asintió con la cabeza y se llevó la mano a la boca.

Hester tembló de rabia.

– Tenías secretos especiales con papá, ¿verdad?

Levantó los hombros y, por unos instantes, esbozó una sonrisa. Luego su rostro volvió a reflejar miedo y recelo.

– No te los voy a preguntar -aseguró Hester con delicadeza-; no si te pidió que no se lo contaras a nadie. ¿Te pidió que le prometieras eso?

Cassian asintió de nuevo.

– Supongo que te habrá costado mucho cumplir tu palabra -añadió Hester.

– Sí.

– ¿Por qué no se lo podías contar a mamá?

Cassian retrocedió un paso. Parecía asustado.

– ¿Era importante que no se lo dijeras a mamá? -preguntó Hester. Al ver que Cassian asentía sin abrir la boca, agregó-: Al principio, ¿querías explicárselo?

Cassian permaneció inmóvil.

Hester esperó. Del exterior llegaban los débiles murmullos de las ruedas de los carruajes y de los cascos de los caballos. El viento mecía las hojas de los árboles, que formaban dibujos luminosos en el cristal de la ventana.

El niño asintió con lentitud.

– ¿Te dolió? -inquirió Hester.

Cassian titubeó antes de asentir una vez más.

– Aun así te comportaste como un adulto que sabe lo que significa el honor, y no se lo contaste a nadie, ¿verdad? -preguntó Hester, y ante el gesto de asentimiento de Cassian, dijo-: Entiendo.

– ¿Se lo va a decir a mamá? Papá me dijo que si ella se enteraba me odiaría… dejaría de quererme, no comprendería nada y me apartaría de su lado. ¿Es eso lo que ha pasado? -Cassian tenía los ojos bien abiertos y una expresión de miedo y derrota, como si en el fondo de su corazón hubiera aceptado que era cierto.

– No. -Hester tragó saliva-. Se fue porque vinieron a buscarla, no por tu culpa, y no voy a decírselo, aunque creo que quizás ya lo sepa… y no te odia. Nunca te odiará.

– ¡Sí me odiará! ¡Papá me lo dijo! -replicó alzando la voz y retrocedió unos pasos.

– No; jamás te odiará. Te quiere mucho. Te quiere tanto que haría cualquier cosa por ti.

– Entonces ¿por qué se ha ido? La abuela me dijo que mató a papá… y el abuelo también me lo dijo. También me explicó que se la llevarían y nunca volvería. ¡La abuela me dijo que debía olvidarla y no pensar más en ella! ¡No regresará nunca!

– ¿Eso quieres hacer… olvidarla?

Se produjo un largo silencio.

Cassian se llevó la mano a la boca de nuevo.

– No lo sé -respondió.

– Claro que no lo sabes -dijo Hester-, lo siento. No debía preguntártelo. ¿Estás contento de que ya no te hagan… lo que papá te hacía?

Cassian bajó la vista de nuevo y dejó caer los hombros.

Hester sintió náuseas.

– ¿Alguien te lo hace? -inquirió-. ¿Quién?

Cassian tragó saliva y no respondió.

– Alguien te lo hace -añadió ella-. No tienes que decirme quién es… si se trata de un secreto.

Cassian la miró.

– ¿Alguien te lo hace? -repitió Hester.

El niño asintió.

– ¿Sólo una persona? -insistió ella.

Cassian clavó la vista en el suelo. Estaba asustado.

– De acuerdo… es un secreto -dijo Hester-. Si necesitas ayuda o te apetece hablar con alguien, acude a la señorita Buchan. Sabe guardar los secretos y entenderá todo lo que le cuentes. ¿Me estás escuchando?

Cassian asintió.

– Y recuerda que mamá te quiere mucho -añadió ella-. Haré todo lo que pueda para que vuelva. Te lo prometo.

Cassian la miró y rompió a llorar.

– Te lo prometo -repitió Hester-. Pienso empezar ahora mismo. Recuerda que si necesitas hablar con alguien, la señorita Buchan te escuchará y ayudará. Está aquí todo el día y sabe guardar los secretos… ¿Me das tu palabra?

Cassian asintió de nuevo y apartó la vista sin dejar de llorar.

Hester deseó abrazarlo para brindarle consuelo, pero si lo hacía, Cassian tal vez no consiguiera recuperar la calma, la dignidad y la seguridad que necesitaría para sobrevivir durante los próximos días o semanas.

Hester se volvió y muy a su pesar salió de la habitación, cuya puerta cerró con suavidad.

* * *

Hester se apresuró a marcharse sin dar explicación alguna a Edith. Una vez fuera, se encaminó con paso ligero hacia William Street. Detuvo al primer coche de caballos que vio y pidió al conductor que la llevara a Veré Street, una calle de Lincoln's Inn Fields. Se sentó e intentó tranquilizarse antes de llegar al bufete de Rathbone.

Ya en su destino, descendió del vehículo, pagó al cochero y entró en el despacho. El empleado la saludó con cortesía y cierta sorpresa.

– No tengo cita, pero necesito ver al señor Rathbone lo antes posible. He descubierto el móvil del caso Carlyon y, como comprenderá, no tenemos tiempo que perder.

El hombre se levantó de su asiento, dejó la pluma y cerró el libro mayor.

– Desde luego, señorita. Informaré al señor Rathbone de su llegada. En estos momentos se encuentra con un cliente, pero estoy seguro de que si espera hasta que esté libre se lo agradecerá enormemente.

– Descuide. -Hester se sentó y observó las manecillas del reloj hasta que, veinticinco minutos después, se abrió la puerta y salió un hombre alto que llevaba la cadena del reloj de oro a lo largo de la prominente barriga. La miró sin saludarla siquiera, deseó buenos días al empleado y se marchó.

El empleado entró de inmediato en el despacho de Rathbone y segundos después comunicó a Hester:

– El señor Rathbone la espera, señorita Latterly.

– Gracias. -Hester apenas lo miró al pasar por su lado.

Oliver Rathbone, que estaba sentado detrás de su escritorio, se puso de pie antes de que Hester hubiera cruzado el umbral. Hester cerró la puerta y se apoyó contra ella.

– ¡Sé por qué Alexandra asesinó al general! -exclamó. Tragó saliva con dificultad-. Dios mío, creo que yo también lo hubiera hecho, y hubiese preferido la horca a revelar el porqué.

– ¿Cuál es el móvil? -preguntó Rathbone en un susurro.

– ¡El general tuvo conocimiento carnal con su hijo!

– ¡Santo Cielo! ¿Está segura? -Rathbone se sentó de pronto, como si se hubiera quedado sin fuerzas-. ¿El general Carlyon… estaba…? ¿Hester…?

– Sí… y no sólo él, sino que probablemente también el viejo coronel… y sabe Dios quién más.

Rathbone cerró los ojos y palideció.

– No me extraña que lo asesinara -declaró con voz queda.

Hester tomó asiento en la silla situada delante del escritorio. No hacía falta entrar en detalles. Ambos sabían la impotencia que sentiría una mujer que deseara abandonar a su marido sin su consentimiento y que, si aun así se marchaba, la ley establecía que los hijos quedaran bajo la custodia del padre; es decir, perdería todo derecho legal sobre ellos.

– ¿Qué otra cosa podía haber hecho? -se preguntó Hester-. No podía acudir a nadie… supongo que nadie la habría creído. Si hubiese dicho algo así de un pilar del ejército como era el general, la habrían encerrado por difamación o locura.

– ¿Y sus padres? -inquirió Rathbone, que de inmediato se echó a reír con amargura-. No creo que lo admitieran ni aunque lo hubiesen visto.

– No lo sé. El viejo coronel también lo hace, de modo que no serviría de ayuda. Tal vez Felicia no lo supiera. Ignoro cómo lo averiguó Alexandra. El niño no se lo contó. Le obligaron a jurar que lo mantendría en secreto y estaba asustado. Le aseguraron que su madre no lo querría, lo odiaría y lo apartaría de sí si llegaba a descubrirlo.