– Sí -dijo-. Lo siento. La gente no es agradable. Especialmente no conmigo.
Algo dentro de ella se tensó ante esas gruñidas palabras.
– Xypher…
– No quiero tu compasión. -Lanzó la tela al suelo-. O tu amabilidad. Solamente apártate de mi camino y no hagas que te maten hasta que encuentre alguna manera de llegar a Kalosis.
Uau. Eso la hacía toda tibia y caliente por dentro. Él era como un agitado puercoespín en una fábrica de globos.
– ¿Por qué es tan importante para ti matar a esa persona?
Desde algún lugar una imagen ardió en su mente. Era Xypher. Estaba en una oscura, deprimente cueva, colgado dolorosamente de sus brazos. Su cabello negro estaba enredado con sangre y suciedad, y le caía hacia delante, sobre la cara. Completamente desnudo, su cuerpo estaba cubierto de heridas sangrientas.
La agonía de sus ojos era hermética. Intentaba escapar o luchar, pero no podía hacer nada. Golpe tras golpe de un látigo de púas de acero llovían sobre su carne, abriendo nuevas heridas y haciéndolo girar. A los dos esqueletos que lo golpeaban no les preocupaba cuanto tiempo llevaban hiriéndolo mientras le causaran dolor.
– ¡Para! -suplicó, incapaz de soportarlo.
Las imágenes se desvanecieron tan rápidamente como habían empezado.
Xypher le dirigió una mirada tan fría que la alcanzó interiormente y la hizo parte de su muy congelada alma.
– Eso es un destello de diez segundos de siglos de tortura que he aguantado a causa de la crueldad de una persona. ¿Más preguntas?
Ella no podía respirar a causa del dolor interior. Todo lo que podía hacer era sacudir la cabeza. No le extrañaba que estuviera enfadado, era difícil apartar el bulto de su garganta.
– Sí -dijo después de una breve pausa-. Tengo sólo una. ¿Habiendo dado a esta persona que te traicionó tanto ya, por que les darías también tu vida?
El rió amargamente.
– Déjame explicarte como conseguí llegar aquí, humana. Hice un favor a una diosa, la cual habló con Hades para convertirme en humano durante un mes. Un. Único. Mes. Ahora, habiendo vivido en el Tártaro todos estos siglos, he aprendido que Hades no deja ir a nadie de buena gana, especialmente no a alguien con mi pasado, voy a volver al infierno, nena. Nada de “síes”, “ies”, o “peros” sobre esto. El único factor indeterminado que queda es si voy a volver sólo o no, y no tengo la intención de hacerlo así. -Sus ojos ardían en ella un instante antes de que se empujara fuera de la cama-. ¿Dónde está mi camisa?
No podía creer la vista de él de pie dada la severidad de la herida. ¿Cómo podía incluso moverse, especialmente dado que no había tenido ni una gota de analgésico?
Luego entonces, habiendo visto lo que le habían hecho en el Tártaro, se figuró que probablemente estaba acostumbrado al dolor y que no le perturbaba ahora. Incluso tan mal como le habían intentado quebrar, había estado tratando de luchar contra ellos.
– No puedes moverte así. Necesitas descansar.
– Que se joda el descanso -gruñó entre los dientes apretados-. Tengo demasiado que hacer para estar tumbado en la cama como algún príncipe consentido.
Ella se puso delante de él para evitar que saliera.
– Vas a abrirte la herida.
– ¿Y qué?
– ¿Y qué? ¿Estás loco? -Tenía que estarlo-. ¿Tienes alguna idea de cuánto te dolerá?
La dio una seca y fría mirada antes de darse la vuelta y mostrarle la espalda.
– Sí, tengo una maldita idea bastante buena.
Simone se cubrió la boca mientras miraba fijamente las cicatrices de honor que estropeaban la belleza de su piel. Decir que había sido atacado salvajemente era una descripción insuficiente. Estiró la mano instintivamente para tocarle, pero se agarró a si misma antes de hacer contacto.
La mano se cernió allí, justo encima de las marcas. Tan cerca que podía sentir el calor que se alzaba de su piel febril. El pensamiento de él siendo golpeado de esa manera la rompía. ¿Qué tierra de monstruos podía hacer una cosa así?
El hecho de que había sufrido solo con nadie para cuidarle la hizo sentir mas enferma.
El se dio la vuelta para encararla.
– Ahora ¿dónde está mi camisa?
Ella tuvo que aclararse la garganta antes de que pudiera responderle en un tono semihumano.
– La cortamos para quitártela.
El apartó la mirada como si su respuesta hubiera enviado una onda de furia a través suyo.
– Mil gracias.
¿Por qué estaba tan molesto por una simple camisa?
– Podemos ir a tu casa y conseguir otra.
– No tengo casa y no tengo otra camisa.
¿Hablaba en serio?
– ¿Qué quieres decir?
Xypher se movió para quedarse delante de ella. Bajó la mirada y sonrió burlonamente.
– ¿Por qué no puedes seguir esto, humana? Me permitieron salir del infierno, no de un parque de atracciones. Ellos no te mandan exactamente al mundo con un guardarropa y la cartera.
– Pero has estado aquí unos cuantos días, ¿verdad? ¿Dónde has estado? ¿Has comido?
No respondió mientras la apartaba.
Fue entonces que supo lo que se había negado a decir.
– Has estado durmiendo en la calle, ¿verdad?
– ¿Quién dice que he estado durmiendo?
Abrió la puerta.
Carson alzó la mirada desde donde estaba sentado en un oscuro y duro escritorio como si esperara que Xypher le molestara. Alcanzó una camisa que estaba doblada en el escritorio y se la tiró.
– Puedes coger esta.
Xypher tomó la camisa sin mucho más que un gracias. Se la estaba poniendo por la cabeza cuando Simone se le unió en la habitación.
El teléfono móvil sonó. Simone lo sacó del bolsillo y miró la identificación. Entraba como una llamada restringida. Lo abrió.
– ¿Hola?
La voz que respondió era profunda e increíblemente sexy y lucía un acento melodioso que mandaba un embotamiento por su espina dorsal.
– Soy Acheron Parthenopaeus que devuelve la llamada de Xypher. ¿Podrías entregarle el teléfono por favor?
Sí, pero realmente no quería hacerlo. Preferiría con mucho hablar con esa bonita voz que era inquietantemente apaciguadora y tranquilizadora. De mala gana, se lo ofreció.
– Es Acheron.
Con la típica forma de Xypher, le arrancó el teléfono de la mano.
– ¿Dónde infiernos estás?
Jesse se inclinó para susurrar en el oído de Simone.
– Eso me haría querer ayudarle. ¿Y a ti?
– Shh… -dijo, suprimiendo una sonrisa ante sus honestas palabras.
Xypher cerró el teléfono de golpe y se le devolvió. Otra luz brillante destelló antes de que un hombre inmenso con largo cabello negro y un aura tan letal que hacía que Xypher pareciera un gatito apareciese.
Llevaba gafas de sol negras Oakley y un abrigo largo, de estilo pirata sobre una camiseta negra de Misfits. Este ser parecía proclamar, Johny Depp no tenía nada, cuando este hombre llegaba, era el sex appeal absoluto. Acheron lo rezumaba por cada poro.
Se quedó de pie descansando su peso en una pierna, tenía una mochila negra de cuero arrojada casualmente sobre un hombro. Simone frunció el ceño mientras se daba cuenta de sus botas de combate Dr. Martens rojas con negro, que probablemente le añadían 5 centímetros más a su impresionante estatura.
– Ya era hora -gruñó Xypher.
La única reacción de Acheron fue una ceja negra perfectamente formada que se arqueó sobre el marco de las gafas de sol.
– Aunque respeto las tendencias suicidas la mayoría de los días, harías bien en recordar a quien te diriges, y más al grano, lo que puedo hacer por ti. Nadie dice que tengas que volver al Tártaro de una pieza.
Xypher cruzó los brazos sobre el pecho.
Con su humor aligerado, Acheron se giró hacia ella.
– ¿Puedo ver tu brazalete?
Educado. Mortal. Magnífico. Respetuoso. Sexy más allá de la resistencia humana. Oh, que alguien le ponga un lazo, definitivamente le quería en casa. Tragando mientras un estremecimiento la bajaba por la espina dorsal, hizo lo que pedía.