Ella tendió su menú sobre la mesa.
– ¿Qué has estado comiendo mientras estás aquí?
– Cualquier cosa que pudiera encontrar.
El corazón de Simone se encogió ante sus palabras.
– Bueno pide el plato combinado y el de ostras. Entre los dos, encontrarás algo sabroso.
Xypher no sabía que decir. La cotidiana parte de él era violenta, quería arremeter contra alguien, lastimar a todo el que estuviera a su alrededor, pero allí sentado de esta manera…
Él estaba tranquilo y la tranquilidad era algo que no había experimentado en tanto tiempo que había olvidado como se sentía.
Echando un vistazo a lo lejos, él fue atormentado por los viejos recuerdos. Incluso antes de que le hubiesen extirpado sus emociones, había estado enfadado y amargado. Arremetiendo contra todos a su alrededor. Había crecido entre demonios Sumerios, no entre humanos o los dioses del Olimpo.
La gente de su madre había sido dura e implacable. Y al principio, le había dado la bienvenida a la maldición de Zeus de no sentir nada.
Hasta Satara. Ella le había mostrado otras cosas. Risa. Pasión. Por un momento, se había engañado a sí mismo de que la amaba.
En retrospectiva, era suficiente para hacerlo reír. ¿Qué hacía que el hijo de un demonio y la diosa de las pesadillas supieran acerca del amor? Sus propios padres habían sido incapaces de ello. El amor no estaba en sus genes.
Pero la venganza…
Eso era algo en lo que él podía hundir sus garras.
Una camarera se acercó, mirándolo como si pudiera sentir sus malévolos pensamientos. Ella volvió rápidamente su atención a Simone quien pidió por él.
Xypher escuchó el melódico acento que hacía que la voz de Simone pareciera suave y más gentil de lo que nunca había oído antes. El pelo marrón oscuro le caía en rizos alrededor de la casa mientras sus ojos avellana llevaban inteligencia, curiosidad y un innato entusiasmo por la vida.
Ella no era tan delgada como la camarera que acaba de dejarlos. Era más bien robusta. Saludable. Y por primera vez en siglos, sintió su cuerpo removerse con lujuria.
Un malicioso brillo destelló antes de que tomase un sorbo de agua, entonces le habló.
– Estás tan callado que me estás poniendo nerviosa.
– ¿Cómo así?
– Hay un viejo refrán que dice que el tigre se mantiene agazapado no por temor sino para observar mejor su objetivo. Eso me recuerda a ti.
– Debería.
Ella suspiró mientras cogía la copa en las manos.
– Realmente te gusta asustar a la gente, ¿verdad?
– Me he criado con eso.
Jesse rió.
– ¿Puedo apuntarme para tomar lecciones? Me siento realmente perjudicado que no haya conseguido más que volver como un poltergeist. -Levantó las manos ante Simone-. Ooo, vengo a por ti.
Simone rió.
Jesse dejó salir un sonido de disgusto.
– Ves. Risas. Quiero, por una vez, provocar miedo real.
Xypher le dirigió una mirada al fantasma para recordarle que podía extenderse y herirle. Jesse inmediatamente se encogió hacia atrás.
Simone apoyó la cabeza en su mano mientras lo miraba.
– No tienes que hacer eso, ¿sabes?
– ¿Hacer qué?
– Hacer muecas y aullar a todos a tu alrededor. Respira y relájate.
– ¿Relajarme? -Xypher estaba incrédulo ante sus palabras-. ¿Sabes que van a venir detrás de nosotros? Baja la guardia, relájate y mueres. Confía en mí. Tengo experiencia de primera mano con eso.
– Si, dijiste que estabas muerto. ¿Qué sucedió?
Xypher se calló mientras su inocente pregunta lo arrastraba de vuelta al tonto que había sido una vez.
– Fui traicionado por la única persona en la que cometí el error de confiar.
– Lo siento.
– No lo hagas. Prefiero haber muero que haber vivido una eternidad con una mentira.
– ¿Bien? -Preguntó Satara mientras Kaiaphas se materializaba delante de ella.
– Estará muerto pronto.
Satara chilló antes de empezar a pasearse por el pequeño espacio de la oficina de Stryker.
– Eso no es bastante bueno.
– Entonces te sugiero que lo mates.
– No te atrevas a adoptar ese tono conmigo. -Agarró la botella que contenía el alma de Kaiaphas del escritorio de Stryker. La golpeó ligeramente contra el escritorio, no lo bastante fuerte para romperla, pero lo bastante duro para sonar como si pudiera-. Con un golpecito de mi muñeca, puedo terminar con tu existencia.
Vio la luz trémula del temor en sus ojos, pero para su crédito, él no mostró ninguna otra preocupación ante su amenaza.
– Xypher estaba protegido por un hijo de Afrodita que esgrimía la espada de Cronus. No había manera de derrotarlo y acabar con Xypher.
Satara deja salir un aliento disgustado. Depender de otra persona era lo que la había llevado a este lío. Su única gracia salvadora era la que el deamarkonian Stryker le había dado. Con eso, Xypher podría ser encontrado con un pequeño esfuerzo.
Eso si el demonio sin valor delante de ella era capaz de hacerlo.
– Quiero su cabeza, Kaiaphas. Y si no, tomaré la tuya…
El hizo una reverencia profunda ante ella.
– Tu deseo está hecho, ama. La cabeza de mi hermano será tuya.
CAPÍTULO 4
Xypher tuvo que luchar consigo mismo para no lanzarse hacia la camarera que les traía la comida y arrebatársela de las manos. El aroma le llegó profundamente y literalmente le hizo doler por las ganas de probarlo. Lo único que quería era tirarse encima de la comida como un animal rabioso y le tomó todo el control que tenía no hacerlo. Pero lo que lo sorprendió más, que el hecho mismo de controlarse, era la razón por la cual le era tan importante el comportarse.
No iba a dejar que nadie lo humillara otra vez.
No eres más que un bastardo, rudo, incivilizado, desagradable. ¿Quién podría amar a una bestia? Las palabras de Satara sonaban fuertes y claras en su cabeza.
Simone se sentó frente a él, comiendo con delicadeza, remilgadamente. Era obvio que los buenos modales habían sido inculcados en ella y por alguna razón, que aún no podía comprender, no quería que ella lo juzgara como el resto del mundo lo había hecho y lo encontrara también un animal. Nunca le importó lo que alguien pensara de él.
Hasta ahora.
Como si ella pudiera escuchar sus pensamientos, se estiró por encima de la mesa y colocó una gentil mano en su brazo. Sobre las palabras que él marcó en él.
– Sé que estás hambriento Xypher. No tienes que preocuparte por tus modales conmigo, come.
Nada lo había tocado tan profundamente. Así como nadie nunca le había parecido más hermosa. La luz en su pelo, la forma en que sus ojos castaños destellaban con un espíritu interior que era intangible y electrificante. Lo desconcertó.
La había maltratado, pero ella lo había tomado, justo como él lo hizo en el tártaro. No importa lo que hicieran, no importa lo mucho que trataran de quebrarlo, él se mantuvo de pie y fuerte en sus mejores ataques, al igual que ella. Sólo que su fuerza era innatamente buena, nunca buscó herir a nadie.
Ni siquiera a él.
Era la gentileza personificada.
Y por eso estaba más determinado que nunca a no rendirse ante su lado animal.
– Estoy bien – murmuró recogiendo sus cubiertos.
Simone permaneció en silencio mientras observaba como la mano de Xypher temblaba visiblemente mientras comía su cordero. No había confundido su hambre o su necesidad de saciarla. Pero no estaba segura por qué estaba luchando, cuando era tan obvio que quería abalanzarse sobre su comida. En su lugar ella estaría despedazando y empujando puñados hacia su boca.
Pero él no. Era como si quisiera probar algo. Como si necesitara comer con buenos modales por alguna razón que ella no podía ni empezar a comprender.
Sacudiendo su cabeza, trató de concentrarse en su propia comida. Algo que no era fácil dado el poder cautivante que él tenía. Era persuasivo, la fuerza, el poder. Todo lo que ella quería era estirarse y tocar esos labios perfectos.