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Simone podía contar con una mano el número de hombres con los que había estado… y a todos ellos los había conocido durante mucho tiempo antes de quedar con ellos. Incluso mucho más antes de que les diera la bienvenida a su cama.

Nunca ni una sola vez había encontrado un hombre que la calentara así. Realmente quería atraerlo a ella y arrancarle la ropa desnudándolo antes de probar cada suculenta pulgada de él.

¿Qué estaba mal con ella?

Él era detestable y odioso. Aterrador y amenazante.

Y el cuerpo más sexy sobre dos piernas.

Sus ojos se oscurecieron cuando inclinó la cabeza hacia la de ella. Corre, Simone, corre…

No podía. En cambio, abrió la boca para recibir uno de los más calientes besos que había probado jamás. Al principio no la tocó. Sólo sus labios se deslizaron sobre los de ella, probando y acariciando.

Un fiero gruñido escapó de él antes de que acunara su cara en las manos y profundizara en la muchacha a un nivel estático.

Xypher respiró su esencia, permitiendo que se derramara sobre él. Cuando sus lenguas se movieron, él probó su humanidad, su espíritu. Más que nada, probó su pasión. Esto lo quemó, haciendo que le dolieran lugares que ni siquiera sabía que pudieran dolerle a un hombre. Pero la necesidad de dolor que lo sorprendió era más de uno en su condenada alma.

Por primera vez en siglos, no se sentía como un demonio. Se sentía como un hombre.

Así es como te consiguió Satara…

Ese pensamiento cayó sobre él igual que un baño de hielo. Jadeando ante la verdad, se apartó. La ira lo envolvió haciéndolo sentir nuevamente estúpido. ¿Y por qué? ¿Por un fugaz momento de placer?

¡Idiota!

Un momento de bendición no compensaba una eternidad en el infierno. Y ni siquiera Simone.

Ella era una humana. Nada bueno podría salir estando con ella. Él pertenecía al mundo inmortal y ella vivía en uno con sus reglas y cortesía. No había manera de que ella entendiera jamás quien y qué era él.

Simone no podía respirar cuando vio una multitud de emociones pasando sobre la cara de Xypher. Confusión, remordimiento, tormento, pero la única que la impactó era la amarga rabia.

– ¿Qué ocurre?

– Mantente alejada de mí -su voz era un salvaje gruñido que reverberó a través de la habitación.

– Tú me besaste a , no al revés.

Él se rió con sorna.

– Nunca dije que fuera estúpido. Obviamente. Si tuviera cerebro, no hubiera caído en las mentiras que me condenaron -él se volvió y empezó a alejarse.

Él maldijo cuando alcanzó el umbral.

– Ni siquiera puedo alejarme de ti -Echando la cabeza hacia atrás, fulminó el techo con la mirada- Te odio. Hades, bastardo -un músculo palpitó de furia en su mandíbula cuando se volvió hacia ella-Preferiría que me golpearan antes que estar retenido aquí de esta manera.

Bueno si eso no la pinchaba directamente en el centro. ¡Cómo se atrevía!

– No me daba cuenta que era tal fastidio para ti.

– Estás en mi camino, ¿no es así?

Ella cerró las manos en puños levantándolas a continuación y extendiendo sus dedos ante él como si le echara mal de ojo.

– Desearía que tú hubieses sido el único que estuviera mudo. No, devuélvelo. Me alegro de que no lo estés. Por que cada vez que empiezo a pensar en que eres un buen tipo o te gusto, tú abres esa boca tuya y me recuerdas que no lo eres así que gracias. Ahora, ¡Lárgate! -Lo empujó a través de la puerta.

Xypher abrió la boca para hablar, pero antes de que pudiera, le cerró la puerta en las narices y le pasó el pestillo. Entonces trasladó su cómoda al umbral, sólo para asegurarse que no pudiera abrir la puerta. Satisfecha, se inclinó contra la cómoda y se cruzó de brazos. Una ligera llamada sonó en la puerta.

– ¿Simone?

– Vete. Lejos -ella añadió un silencioso “idiota” al final de esa frase.

– No puedo. Moriremos si lo hago.

– Entonces puedes quedarte ahí en el pasillo hasta que me calme- eso era inmaduro, pero incluso así esto hacía que se sintiera mejor. Se lo merecía.

Eres tan infantil.

Quizás, pero algunas veces la inmadurez estaba llamada a serlo. Esta era una de esas veces.

Xypher se pasó una mano a través del pelo mientras luchaba por la urgencia de usar sus poderes para desintegrar la puerta. Podía sentir su sensación de satisfacción y esto lo molestó incluso más.

Incapaz de dejarla tener la última palabra, se manifestó justo en frente de ella.

Ella lo fulminó furiosa.

– ¡No, no lo harás!

– No puedes mantenerme fuera.

– Eres tan estúpido -Ella levantó las manos para forzarlo a retroceder, pero en el instante en que lo tocó, algo dentro de él se destrozó.

La atrajo contra sí y la besó con cada confusa emoción que sentía disminuir dentro de él. Mareado por ello, la sujetó contra la cómoda que había usado para mantenerle fuera. Cerrando los ojos, sintió cada pulgada de su cuerpo presionado contra el de él. Sus pechos eran suaves contra su pecho. Su respiración dulce y dando la bienvenida cuando el hueso de su cadera se rozó con la parte de él que estaba hinchada y dura y rogando por la suave parte de su cuerpo.

Simone no podía pensar correctamente con él besándola de esa manera. Sus manos se sentían tan bien vagando por su cuerpo mientras sus lenguas danzaban. Ella no había sido protegida en tanto tiempo… casi había olvidado la sensación de unos brazos fuertes a su alrededor. La esencia de un hombre mientras su barba le arañaba la piel.

Esto era el paraíso.

Y todo lo que ella quería hacer era tumbarse sobre él y cabalgarlo hasta que ambos estuvieran rogando piedad.

– Apártame, Simone -le dijo al oído, su voz rasgada

– ¿Es eso lo que quieres?

– No -gruñó él-, quiero desesperadamente estar dentro de ti. Quiero tu esencia sobre mi piel cuando pruebe cada parte de tu cuerpo hasta emborracharme de él.

Ella se estremeció. Ahora mismo, eso era también todo lo que ella quería. Pero ellos eran extraños y él era un demonio condenado.

Demonio, Simone… demonio.

Poniendo sus manos sobre sus hombros, ella lo apartó.

– No te entiendo.

Xypher se mordió una ácida réplica. En verdad, él no se entendía ni a sí mismo. No más de lo que entendía por que quería estar con ella con tantas ganas como tenía.

¿Morirías por mí? La voz de Satara lo asedió desde el pasado.

Y así lo hizo. Había dado su vida por ella y ella se había reído mientras él moría.

No se había sentido atraído por una mujer desde aquel día. Hasta ahora.

Acunó la cara de Simone en sus manos e inclinó su barbilla hasta que se encontraron sus ojos.

– Si tu amaras a alguien, ¿Harías que muriera por ti?

La confusión oscureció su mirada.

– ¿Qué?

– Responde la pregunta. Sí o no. ¿Harías que alguien a quien amaras muriera por ti?

– Toda mi familia se ha ido… ambas, en la que nací y la que me adoptó. Vivo con el temor de perder a cualquiera que tengo cerca. Diablos no, Xypher. Nunca le pediría a nadie que muriera por mí.

La alegría que esas palabras le trajeron a él era increíble.

– ¿Morirías por alguien a quien amaras?

– Por supuesto, ¿Tú no lo harías?

Xypher retrocedió cuando recordó el día en que lo habían arrastrado y matado. ¿Lo haría otra vez?

Él bufó ante la idea.

– Las personas no valen tu vida. Ese es un precioso regalo, y en vez de apreciarlo, se burlan de ti por sacrificarla. Deja de ser ingenua.

Simone se sobresaltó cuando se dio cuenta de lo que estaba diciendo. Alguien que había amado lo había traicionado. No le extrañaba que quisiera venganza.

– No todo el mundo despilfarra el amor, Xypher. Mi padre no se burló de mi madre cuando ella murió. Él se apenó más que nadie que jamás haya visto. Tanto que se suicidó cinco meses después.