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– Dado lo que he visto hoy, no creo que me guste la manera en que suena eso.

– Mañana te gustará incluso menos.

– ¿Por qué?

– Por que mañana vamos a convocar algo tan malo, que hará que la misma tierra llore.

Kaiaphas Cruzó la calle, observando la ventana donde sabía que estaba su hermano.

Esperando.

Un gallu no podía romper la restricción de sal y un Daimon no podría entrar en el apartamento sin una invitación. Malditos los dioses y sus estúpidas reglas. Pero para eso, él ya había estado en el interior, jugando con ellos y apaciguando a Satara.

Maldijo ante el pensamiento de tener que enfrentar a esa zorra con el fracaso. De todos sus amos, ella era la peor y eso era mucho decir dado a las formas de vida rastreras a las que había servido durante toda su vida.

Sólo por una vez, ¿No podía la persona que convocaba un demonio ser amable? ¿Era realmente demasiado pedir?

Sus pensamientos volvieron a su hermano.

– ¿Qué estás planeando, Xypher?

Ese bastardo era tan inteligente que tenía que darle crédito. Por no mencionar su improvisada destreza. Pero habiendo Hades debilitado a Xypher, no estaba seguro que no se le pudiera herir después…

Kaiaphas maldijo cuando la cinta de esclavo sobre su antebrazo se calentó hasta un doloroso nivel. Era Satara convocándole.

Si tenía que escuchar su patético maullido…

Lanzó una ráfaga a un coche en la calle y sacudió los cristales. La alarma empezó a sonar así que le disparó otra vez. Ésta cesó en un roto gorjeo.

Si sólo eso fuese la cabeza de Satara.

Pero eso no podría ser mientras ella siguiera en posesión de su alma. Un alma que había cambiado por…

No quería pensar en ello. Había hecho el pacto y estaría vinculado a él por toda la eternidad.

¿Lo estaría?

Una lenta sonrisa curvó sus labios mientras consideraba la alternativa. Era insidioso, pero quizás funcionase y solucionaría todos sus problemas.

Maldijo cuando la banda levantó ampollas en su piel. La cobarde zorra podía esperar hasta que él estuviese listo para enfrentarla. Haciendo eso a un lado, se transformó en un humano y se dirigió calle abajo en busca de una víctima.

Cuando rodeó una esquina, localizó a una mujer paseando con su perro. Perfecta. Justo lo que necesitaba…

El pequeño caniche marrón empezó a ladrar tan pronto captó su esencia inhumana.

Kaiaphas se agachó sobre la acera.

– Aquí, poochie, poochie -el perro continuó gruñendo y ladrando.

Él se rió antes de convertir al perro en una bola en llamas. La mujer gritó y echó a correr.

No llegaría lejos.

Kaiaphas corrió tras ella y la lanzó al aire. Sus largas, alas negras batían para alzarse sobre las casas. La humana luchaba y gritaba, rogando piedad.

Como si él la tuviera.

Sujetándola con fuerza, pasó rozando el paisaje bajo él hasta que encontró lo que necesitaba. Un enorme y viejo roble. Completamente aislado, se veía oscuro en la noche rodeado por niebla y elevándose hacia el cielo. En los siglos anteriores, la humanidad había protegido esos árboles y los guardaban bien de las criaturas como él.

Cómo amaba la ignorancia de la actual generación.

Un roble era un portal que podía ser usado para convocar al más oscuro de los espíritus. Kaiaphas sonrió cuando recordó al inglés Alton Towers quien había podado una vez las ramas de su árbol en un esfuerzo por evitar que el mal pudiera ser conjurado.

Pero el mal jamás podría ser negado.

– ¡Ayúdenme! -gritó la mujer.

– Oh, cállate -chasqueó él ante la sollozante humana. Sólo por su cobardía merecía morir.

– Por favor, déjeme ir.

– Oh, lo haré, cariño. Te dejaré ir justo en un momento -él descendió hacia el árbol.

Cuando se poso sobre él, se tomó un momento para contemplar el área. No había nadie a su alrededor. Ningún testigo.

Bien.

Aterrizó a unos pocos pies. Sosteniendo su sacrificio bajo un brazo, se dirigió hacia el árbol. La luz de la luna llena se colaba a través de las desnudas ramas. Hacía tanto frío que podía ver el bao de su respiración en el aire a su alrededor. Inhaló la crujiente altura de esto.

La mujer luchó contra él cuando levantó un brazo para alcanzar la rama de un árbol. Él podía oír el roble gritando cuando cortó la madera. Alto. Fuerte.

Gracias a los dioses que este estaba sano.

La rama aterrizó a sus pies.

– P-p-por favor.

– Cállate -lanzó a la mujer con tanta fuerza contra el árbol que murió en el impacto.

Un sacrificio humano no era necesario para lo que necesitaba hacer pero si lo era la sangre humana, y como dudaba que la mujer le dejara cortarla sin más gimoteando y rogando, esto era suficiente. Usando las garras de su mano derecha, abrió la garganta de la humana y dejó que su sangre cayera en el árbol y llegase a las raíces.

Entonces se abrió sus propias venas mientras entonaba las antiguas palabras demoníacas que despertarían al Primus Potis… el Primer Poder. Antes que hubiese luz en el mundo, hubo oscuridad. Caos.

Y ese poder dormía. Ahora era tiempo para que volviese a despertar y lo ayudase.

– Te convoco con voz y sangre. Con la luna en lo alto y la fuerza del árbol sagrado. Oh oscuridad, ven a mí. Así dice la oscuridad oh, lo llamará…

Cuando él canturreó, el viento cobró velocidad. Susurró alrededor de él cuando las antiguas fuerzas se reunieron para despertar al único que había llamado.

Al-Baraka…

El árbol comenzó a sacudirse cuando una niebla negra se elevó desde la tierra para rodearlo. Kaiaphas levantó la mirada para ver un par de ojos resplandecientes… una vibrante tierra verde y la otra tierra marrón oscura se materializó en el centro de la niebla. El aire giró con rapidez, elevándose igual que un geiser que empieza a formar la sombra de un alto y delgado hombre sobre un gran miembro.

El pelo negro se elevó, enredándose en el viento antes de asentarse sobre sus anchos hombros. Fue seguido por una onda blanca que formó una camiseta, después unos pantalones negros y una chaqueta de cuero marrón. Lo último en formarse fue una cara tan hermosa como brutal.

Una delgada banda de oro blanco rodeaba la garganta del hombre y allí en la base de su cuello descansaba una piedra tan verde como sus inhumanos y brillantes ojos.

Tan rápidamente como vino, el viento se detuvo. La niebla se evaporó. Ahora tanto el hombre como el árbol destacaban flamante y blanco contra el fondo de la noche.

Ese fiero par de ojos rojos parecieron penetrar a Kaiphas. De repente, algo se cerró con fuerza alrededor de su cuello y lo apretó.

Ahogándose, Kaiphas cayó de rodillas.

– Aquí ahora – la voz era profunda y diabólica cuando Jaden saltó de la oscuridad. Aterrizó sobre sus pies en frente de Kaiphas antes de que le diera una patada en el culo.

Incapaz de hablar por la presión que todavía envolvía su garganta, Kaiaphas se enfrentó a la misma cara del mal. Ni humano, ni demonio ni dios, Jaden había nacido del primer poder.

Al-Baraka. El había estado entre los Altos Poderes y el Reino Demoníaco.

Jaden inclinó la cabeza como si estudiara al demonio tendido ante él.

– Kaiaphas…-dejó que el nombre rodara de su lengua. En una latito de corazón, lo supo todo acerca del demonio. Su pasado y su cuestionable futuro.

– ¿Por qué me has despertado?

– Necesito tu ayuda.

Jaden se rió ante la desesperada súplica.

– Claro, la necesitas. Dime que me darás por mis servicios.

– Tres vírgenes sin bautizar.

El bufó ante el demonio. ¿Qué es esto? ¿La edad media? ¿Tres?

– ¿No es suficiente?

Eso dependía de las vírgenes…

Y sus habilidades. En estos días y época, las vírgenes podían ser más promiscuas que las putas del pasado.

– Quizás- siseó Jaden cuando sintió que su brazo se quemaba en respuesta a la cinta que comprimía a Kaiaphas-. ¿Te atreviste a llamarme mientras tu señora te convoca?