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Entonces había visto a Lori. Estaba de pie al otro lado de la calle, mirándole. Incluso a aquella distancia vio el brillo de aprobación en sus ojos mientras se clavaban en su torso cubierto de sudor. Se había acostumbrado ya a ese tipo de miradas por parte de hermosas damas con trajes caros, pero la mirada de Lori era más atrevida, y la prolongó cruzando la calle para decirle hola.

Para su eterna sorpresa, se casaron tres meses más tarde. Él insistió durante los primeros años en que vivieran de lo que él ganaba, pero gradualmente Lori le convenció de que aceptara su dinero como si fuera de él, y finalmente abandonaron sus humildes habitaciones por un espacioso y moderno apartamento en uno de los bloques de torres más de moda. Lori se sentía allí como en su casa, pero él tenía problemas para adaptarse a la transición. Había tenido que sufrir muchas bromas al respecto en su trabajo, y todavía se sentía fuera de lugar allí, un simple obrero en medio de tipos de sociedad.

Sin embargo, no tenía derecho a quejarse. El apartamento era una maravilla. Permaneció tendido en la cama y contempló la holopantalla en el techo, recordando los holovideos eróticos que él y Lori habían grabado, y cómo añadía algo extra el pasarlos mientras hacían el amor. Y él disfrutaba con el puro y sensual placer de sumergirse en la sala de inmersión al final de un largo día, dejando que elevadores y chorros de agua le dieran vueltas y expulsaran la fatiga de sus músculos mientras el vapor ascendía en torno a él, y luego relajándose mientras los chorros de aire le secaban. El lado social de su nueva vida tal vez le proporcionara problemas, pero no tardó en descubrir que realmente se estaba acostumbrando a todos aquellos lujos físicos.

Pero, por encima de todo, tenía a Lori, con su ardor siempre presente a lo largo de todos los años que habían permanecido juntos. Pensó de nuevo en su forma de hacer el amor aquella mañana, y un repentino recuerdo de su sueño se introdujo en sus pensamientos y destrozó su relajada satisfacción. Sacudió la cabeza, trastornado.

¡Aquel sueño había sido demasiado real! No podía simplemente echarlo a un lado, por estúpido que pareciera. Y era increíblemente estúpido. ¿Por qué él, el más afortunado de todos los hombres, soñaba con una mujer de fantasía cuando tenía a Lori a su lado? Aquello parecía perverso en el mejor de los casos, y loco en el peor.

Lori salió del cuarto de baño, con su cuerpo resplandeciente, y Quaid se preguntó qué habría visto aquella esbelta, elegante y rica mujer en él. Saltó de la cama con un encogimiento de hombros para su turno en el cuarto de baño. No había tiempo para inmersiones esta mañana; una ducha rápida bastaría. Terminó, se secó y se vistió con sus ropas de trabajo.

Entró en la cocina de su apartamento. Las luces ya estaban encendidas, programadas para encajar durante la semana con su horario de trabajo. Metió unas frutas en la licuadora y la dejó funcionando mientras llenaba la batidora con frutos secos, germen de trigo, cápsulas de proteínas, algunas verduras que habían sobrado del día anterior y media docena de huevos crudos. Le añadió el zumo, pulsó los controles de la batidora, y contempló cómo transformaba el contenido en un energético mejor que todos los energéticos. Sonrió irónicamente mientras observaba. Bien, pensó, si Lori me quiere por mi cuerpo, haré todo lo posible por mantenerme en forma. Se prometió a sí mismo que haría todo lo posible también por sacudirse los efectos de aquel maldito sueño.

Lori se había duchado antes que él, aunque tardaba más en vestirse. Las ropas de él eran normales: los pantalones de ayer, una camisa nueva para hoy y botas. Las de ella podían parecer sencillas; sin embargo, siempre eran una obra de arte que requería tiempo para darle el toque adecuado. Ella se preocupaba mucho más que él por la apariencia. El simple acto de cepillarse el cabello le consumía más tiempo del que él necesitaba para vestirse por completo.

En el otro extremo del cuarto estaban pasando las noticias, aunque no les prestó mucha atención. Bebió su desayuno y dejó que su mirada se perdiera al otro lado de la ventana, a los aerocoches y las corrientes del tráfico y toda la gente nerviosa que se apresuraba para llegar al trabajo. Dentro de un rato, él se encontraría mezclado entre todos ellos. Como siempre. Ciertamente, su vida sería aburrida si no fuera por Lori…, y la verdad era que, aun así, resultaba bastante monótona. Él sabía muy bien lo que era: un cero a la izquierda musculoso, con una vida mejor de la que merecía; no obstante, no sentía tanto agradecimiento por ello.

El locutor del video siguió con su perorata:

– En el frente de guerra, los satélites del Bloque Norte incineraron unos astilleros en Bombay, iniciando un fuego que barrió toda la ciudad. Se calcula que las bajas civiles superan las diez mil. El Presidente defendió el ataque, diciendo que las armas con base en el espacio eran la única defensa efectiva contra la superioridad numérica del Bloque Sur. -Se produjo una breve pausa mientras la cámara recorría el escenario de la carnicería. Quaid ni se molestó en mirar. Imaginaba a la gente más allá de su ventana como parte de esa escena, siendo atacada y muriendo, debatiéndose por incorporarse y llegar a sus trabajos pero sin conseguirlo, taponando los túneles peatonales. Los aerocoches perdían el control a medida que el gas alcanzaba a sus conductores, haciéndoles caer ardiendo en llamas a los niveles inferiores. No, en llamas no; hoy los aerocoches venían provistos de medidas de seguridad y, a diferencia de los coches terrestres, se garantizaba que no eran explosivos. De todos modos, podían causar unos buenos accidentes. Tenía un atractivo siniestro la idea de que esta ciudad resultara el objetivo de un ataque por sorpresa.

»Los astrónomos dicen que se sienten desorientados por la aparición de seis novas -prosiguió el locutor, con sonrisa indulgente. ¡Todo el mundo sabía cómo eran los científicos!-. Parece que esas estrellas no encajan en ningún patrón de ese tipo. Algunas estrellas se convierten en novas, y otras en supernovas, y los mecanismos del proceso son bien conocidos. Sin embargo, en años recientes, un análisis más exhaustivo ha revelado que seis de las novas que se captaron, simplemente, no tendrían que haberse producido…, según con los astrónomos. -Volvió a sonreír-. ¡Bueno, de vuelta a la pizarra, muchachos!

Sí, cada vez que los hechos no encajaban en una teoría, creaban una teoría nueva. Con el tiempo, darían con una que explicara los hechos. Las estrellas no se convertían en novas por capricho.

– Un incremento de la violencia en Marte la noche pasada, donde…

Quaid se irguió y se volvió hacia el video. Se trataba de una televisión de pantalla múltiple, la mejor que se podían permitir, lo cual significaba color pero no tridi. Abarcaba toda una pared de la zona de cocina-salón-comedor de su apartamento, y hacía que el diminuto piso pareciera mayor de lo que era. La pantalla se hallaba dividida en varios segmentos, que mostraban de forma simultánea diversas clases de texto y programación: el clima, la bolsa, los monitores de seguridad que controlaban la puerta de entrada y el vestíbulo de la planta baja, un programa «niñera» para cualquier pequeño que pudiera ser molesto, una esquina con programación erótica para viejos verdes, un boletín de compras para las amas de casa atareadas, y un canal para antiguas cintas de video. Quaid ignoraba los restantes sin esfuerzo alguno; no era sólo que tuvieran el sonido bloqueado, sino que poseía el reflejo ejercitado desde la infancia que le permitía a cualquier ciudadano desconectar de nueve décimas partes de la programación sin un esfuerzo especial. Cualquiera de las secciones podía ser amplificada hasta que ocupara toda la pantalla, o la parte de ella que uno eligiera; no obstante, casi nunca valía la pena molestarse en hacerlo. El ojo humano era el amplificador más versátil. Además, ocurría que a veces distintos miembros de una familia querían ver diferentes segmentos, y esto se lo permitía sin necesidad de discutir.