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La cámara se llenó de un huracán de niebla. Tenía un olor extraño, y era cálida y húmeda.

¡Se trataba del aire y del vapor de agua del reactor! ¡El proceso ya estaba trabajando para crear la nueva atmósfera!

Más basura fue succionada. Benny. Y Richter, que aún pendía de su extremo del cable.

Melina se vio arrastrada hacia el agujero. Quaid se aferró a ella; pero el incesante viento le succionó con ella. De hecho, a medida que la fábrica de los No'ui cobraba más ímpetu, el viento se hacía más fuerte. Quaid sabía que la mayor parte del aire se escapaba por otros conductos de ventilación alrededor de todo el planeta, aunque, mientras este agujero siguiera allí, también se filtraría por él.

Volaron hacia el domo, aún unidos. Quaid se estiró y trató de bloquear el agujero; sin embargo, la presión era demasiado fuerte. Le dobló, sacándole a él y a Melina fuera.

En el exterior, el remolino se disipó rápidamente. Quaid y Melina cayeron a la ladera del volcán, a unos pocos metros del cuerpo de Cohaagen. Era algo grotesco: tenía los globos oculares reventados, la lengua hinchada y saliéndole por la boca, y sangre en los oídos. Cohaagen había hecho ejecutar por descompresión a cientos de personas, por cargos tan ínfimos como resistencia a un falso arresto; ahora, él había recibido la misma pena. Eso era justicia.

El aire escapaba de los pulmones de Quaid. Él y Melina jadearon en busca de aliento.

Quaid entrecerró los párpados, tratando de proteger sus ojos tanto como le fuera posible. Incluso en el estado de desesperanza en el que se encontraban, luchaba por su vida, ¡sólo por unos cuantos segundos más!

Un enorme chorro de vapor de agua y gas brotaba del domo, formando una gigantesca nube blanca. El calor que emanaba cayó sobre ellos.

Quaid cogió la mano de Melina y sintió que los dedos de la mujer apretaban los suyos. Morían juntos, con el conocimiento de que Marte y la humanidad vivirían.

La montaña vibró a medida que el equipo de los No'ui intensificaba su operación, y el viento salió disparado de su interior. La tierra fue sacudida de la ladera de la Montaña Pirámide, dejando entrever rastros de la auténtica pirámide alienígena debajo. Su naturaleza había permanecido oculta, pero ya no necesitaba seguir escondiéndose.

Las membranas mucosas de Quaid y de Melina empezaron a sangrar. Se estrecharon con fuerza las manos, sabiendo que éste era el final.

Entonces, la nube que no paraba de crecer se los tragó. Gotas de agua caliente cayeron sobre sus cuerpos, y pequeñas motas salieron volando y se dispersaron. Quaid tuvo la certeza de que eran las semillas aladas de las plantas especiales que los No'ui habían diseñado, esparcidas por el viento para asentar sus raíces e iniciar la conversión del suelo hostil de Marte en materia orgánica, con el fin de que, más adelante, pudieran crecer en él las plantas terrestres normales. Era el inicio de la terraformación de Marte, que lo convertiría en un paraíso terrestre. Se alegraba mucho de haber sido testigo de ello antes de morir.

¡Entonces se dio cuenta de que estaba respirando! Melina jadeaba a su lado. Hambrientos, aspiraron más aire. Se miraron. ¿Se trataba de otro aspecto de la muerte, y sus espíritus ya les abandonaban?

La nube prosiguió su avance; pero ellos seguían respirando. Alzaron la vista.

El rojo cielo marciano se tornaba azul en la región más allá de la montaña.

El aire nuevo se extendía, ¡y ellos se hallaban lo suficientemente cerca como para beneficiarse de él! Ésa es la razón por la que sufrieron, sin llegar a morir. En este momento el aire se hacía más denso, ¡y ellos respiraban casi con normalidad! ¡Después de todo, no iban a morir!

Recuperaron parte de sus fuerzas y se sentaron. Se dieron cuenta de que el aire era frío. Había surgido del calor de la montaña pero, a medida que se dispersaba, se enfriaba. Copos de nieve cayeron sobre ellos. No obstante, el mismo suelo se empezaba a calentar cuando el calor del reactor nuclear se extendió por debajo, lo que les ayudó a sentir el frío sin congelarse.

Vieron los copos de nieve en el cabello del otro. Los tocaron y se los quitaron mutuamente del rostro con la lengua.

Abrumados, miraron a su alrededor. El cielo era azul, aunque ahora nevaba con más fuerza.

Se abrazaron, buscando calor; pero también se besaron. ¡La vida era maravillosa!

Aquel pensamiento tuvo su eco en los gritos y vítores que sonaron por todo Venusville.

Todos los domos de Marte se habían colapsado cuando golpeó el reactor. Privada de su protección, la gente cayó allá donde estaba, presa de la agonía de la despresurización. Los turistas ricos se estremecieron en el vestíbulo del Hotel Hilton, y los mineros que aún trabajaban en el gran complejo minero dejaron caer sus herramientas y se derrumbaron de rodillas.

Para los rebeldes, el roto domo fue casi una visión alentadora. La despresurización era una forma horrible de morir, pero al menos pondría un rápido final a su lenta muerte por asfixia. En el Último Reducto, Tony tuvo apenas las fuerzas suficientes para agitar su debilitado puño hacia el cielo, y entonces…

Ocurrió un milagro. Thumbelina se agitó en el suelo y luego se sentó. El camarero alzó la cabeza de su pecho e inhaló. Tony los miró, asombrado. Inspiró también profundamente, y luego otra vez. ¡Había aire! No debería haberlo, los grandes ventiladores no se habían vuelto a poner en marcha…, ¡pero lo había! Tragó grandes bocanadas y rió estruendosamente. ¡Había aire!

En un momento, todos estaban riendo. Pronto estaban de pie y bailando de alegría. Salieron bailando a la calle, y otros se les unieron, hombres, mujeres y niños…, formando una loca hilera de conga que se abrió camino en torno a la plaza de Venusville y se adentró por las calles. ¡Había aire! ¡La tiranía del monopolio de Cohaagen sobre el aire había terminado!

Parecía un milagro.

Quaid y Melina bajaron la vista a sus pies. La nieve se derretía a medida que caía al suelo, y éste aparecía mojado y esponjoso. El agua se deslizaba en pequeños riachuelos por el suelo manchado. Habría cierta erosión…, aunque las plantas de los No'ui ya estaban aterrizando. En poco tiempo asentarían sus raíces, reteniendo la tierra, inmovilizándola a su alrededor para convertirla en humus. ¡El Marte Rojo se volvería verde!

Melina se acurrucó entre sus brazos.

– Bueno, señor Quaid, espero que haya disfrutado usted de su viaje a nuestro maravilloso planeta.

– «Disfrutado» no es la palabra -replicó él con cierta hosquedad.

Habían ganado el derecho a mudarse aquí, como pareja y como especie; pero el terrible precio pagado aún estaba fresco en su mente.

– Vamos. ¿Es que no viste el paisaje, no mataste a los tipos malos y salvaste el planeta? -Le sonrió con gesto seductor-. Incluso encontraste a la chica de tus sueños.

Se estaba burlando de él; sin embargo, esas palabras tan familiares le hicieron sentir un escalofrío.

– He tenido un pensamiento terrible -dijo-. ¿Y si esto fuera de verdad un sueño?

– Entonces bésame deprisa -repuso ella con seriedad-. Antes de que te despiertes.

Quaid alejó ese fantasma. Tomó a Melina en sus brazos y la besó apasionadamente. Ya había acabado con los sueños; la realidad era mucho mejor.

Piers Anthony

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