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– Bien -repitió ella.

– Serán dos noches sin dormir, y mañana estaremos los dos para recoger con pala.

– Bien -volvió a decir.

– Si crees que…

Dios Santo, ¿cómo podía hablar tanto aquel hombre? Ella le agarró la cara con las dos manos y se arrimó más a él. Entonces flexionó las rodillas para abrazarlo mejor con las piernas. Él no volvió a hablar después de eso, ni ella tampoco, pero lo cierto fue que pusieron el baño perdido de agua.

Esa noche, Winona perdió todas sus inhibiciones. Las buenas. Las importantes. Las inhibiciones que llevaba toda la vida alimentando, porque había estado segura de que las necesitaría para sobrevivir. Pero con él todo era distinto. Con él, se sintió tan abandonada como jamás habría imaginado…

Pero del modo más maravilloso de todos.

– Te amo, Winona Raye -le susurró mientras alcanzaban juntos el clímax.

Al día siguiente, mientras Winona iba a comer con Angela sentada en la silla del coche a su lado, de pronto se echó a reír en voz alta. Se había pasado toda la mañana rememorando los momentos de la noche anterior, y sonriendo todo el tiempo… Pero en esa ocasión estaba riendo por otra razón.

La noche anterior le había dicho por fin que sí. En realidad, Winona recordó de pronto las veces que le había sugerido a Justin que fijaran fecha para la boda. Solo que él no lo había hecho.

Winona se metió en un espacio en el aparcamiento del Restaurante Royal, agarró la bolsa de Angela y sacó a la niña del coche.

– Conoces este sitio, ¿verdad, mi niña? Y hoy vamos a ver a una amiga.

Nada más entrar en el restaurante vieron a Pamela Miles sentada en una de las mesas delanteras.

– Caramba, no era mi intención llegar tarde, Pam. Espero que no lleves mucho esperando…

– En absoluto. Solo llevo aquí unos minutos. ¿Y a quién tenemos aquí?

Winona sonrió mientras Pamela le hacía carantoñas a Angela, que no hacía más que intentar llamar la atención moviendo las piernas en el aire y haciendo pompas con la boca.

Sheila se acercó mascando chicle con el bloc de notas en la mano.

– Eh, Pam, se te están empezando a quitar los cardenales, ¿eh? Tienes mucho mejor aspecto, cielo.

– Estoy bien, solo que he perdido el apetito.

Winona le echó una mirada a la profesora de secundaria. Por un momento había olvidado que Pamela había esperado ocupar un puesto de profesora en Asterland durante el primer trimestre del curso y que había estado en el avión siniestrado.

– ¿Te sientes bien? -le preguntó.

– Bien. De verdad, comparada con algunas otras personas, no me ha pasado nada. Solo algunas contusiones. Aunque tengo que reconocer que los dos primeros días después del accidente me sentí bastante mal. Fue una experiencia horrible. Todavía sigo sin poder comer demasiado.

– Supongo que ya no irás a marcharte a Asterland a dar clase.

– No. Me encantaría, pero tendrá que ser en otra ocasión. No podían guardarme la plaza y tener a los niños sin profesor, claro está, y después del accidente no estuve segura del tiempo que tardaría en marcharme a Asterland y empezar a trabajar. Lo más lógico por ambas partes fue cancelarlo. De modo que de repente tengo un poco de tiempo libre. No me vendrá mal relajarme hasta el trimestre próximo; pero por favor, Winona, no quiero hacerte perder tu hora de la comida solo contándote cosas mías. Me dijiste que tenías que hablarme muy en serio sobre algo.

– Sí -contestó Winona, pero entonces vaciló.

Las dos mujeres se conocían a través de sus respectivos trabajos. En algunas ocasiones, Pamela le había pedido que fuera a hablar con sus alumnos y ella se había sentido encantada de tener la oportunidad. Con anterioridad a eso, lo único que Winona había oído era que la madre de Pamela tenía mala fama en la ciudad; lo cual resultaba siempre una sorpresa para cualquiera que conociera a Pam. Vestía con sencillez y recato, llevaba el pelo corto y no se preocupaba de maquillarse demasiado. Se notaba que disfrutaba cuando estaba con niños, y a Winona siempre le había caído bien y la consideraba una persona tranquila y auténtica. Pero no sabía cómo abordar aquel tema, aunque tendría que empezar de algún modo.

– Supongo que habrás oído rumores sobre Angela. Alguien la abandonó a mi puerta hace un par de semanas. Desde entonces he estado intentando averiguar quién es la madre.

– Sí, lo he oído. La ciudad entera está encantada de verte haciendo tu trabajo de policía con el bebé a todas partes.

Winona asintió.

– Sé que trabajas con los niños pequeños más que con los adolescentes. Pero la verdad es que me está costando dar con la madre de Angela. No estoy segura de que su madre sea una adolescente, pero tiene que ser alguien de la ciudad, porque la nota que dejó con el bebé iba dirigida a mí específicamente. Así que esperaba…

– ¿Esperabas que yo supiera algo?

– Sí. Supuse que habría una posibilidad muy remota de que tú lo supieras, pero lo he intentado por todas las vías normales y no he conseguido nada. Todo el mundo dice que los niños de todas las edades te hablan y confían en ti. Esperaba que tal vez habrías oído algo sobre alguna chica con problemas…

– Bueno, sí, la verdad es que hay alguien -Pamela tamborileó con los dedos sobre la mesa-. Estoy intentando recordar el nombre de la mujer. Estuvo en la fiesta del Club de Ganaderos de Texas de hace un mes; alguien dijo que había perdido al bebé que esperaba antes de Navidad, pero en ese momento me pareció muy raro. Ya sabes cómo son las cosas en Royal. La ciudad se hubiera echado a la calle a acompañarla en el funeral, a apoyarla por una pérdida tan grande. Solo que no hubo ningún funeral… -Pamela sacudió la cabeza-. Esto es una locura. La verdad es que no sé nada. Eso solo fue un vago rumor que me contaron en ese momento, y a decir verdad, en esa fiesta yo estaba concentrada en otra cosa…

– Ya… -como Angela empezó a lloriquear, Winona levantó en brazos y le dio un biberón, pero al mirar a Pamela le echó una sonrisa de complicidad-. Te vi bailando con Aaron Black, chica.

Pamela se puso colorada.

– Me sentí como Cenicienta en la fiesta de palacio; y, créeme, a mí no me van los cuentos de hadas, y tampoco soy una persona a la que le apasionen las fiestas. La única razón por la que fui a esa fiesta fue porque iba a enseñar en Asterland, y pensé que sería una buena oportunidad para conocer a más gente de Asterland allí… Pero yo no pertenezco a ese grupo.

Winona sintió la inseguridad de su amiga.

– Eh, ¿qué quieres decir con eso?

– Vamos. Ya conoces a Aaron; parece un príncipe sacado de un cuento de hadas. Alto, elegante y guapo…

– Bueno sí, es un hombre guapo.

Solo que a Winona ya no le interesaba ningún hombre excepto Justin.

– Mmm. Yo también te vi en la fiesta. Solo tenías ojos para el doctor Webb.

A Winona le asombró tanto el comentario de Pamela que estuvo a punto de dejar caer el biberón al suelo.

Tal vez siempre hubiera sentido amor hacia Justin, y tal vez a él le hubiera pasado lo mismo. Pero sin embargo, algo lo había empujado a pedirle que se casara con ella. Y de pronto sintió la ansiedad golpeándole las venas. Todo había ido muy bien, pero Winona no había conseguido desembarazarse del todo de cierta sensación de angustia. Había algo en la vida de Justin que no iba bien, algo que no había compartido con ella.

– De acuerdo, dejaré de tomarte el pelo -dijo Pamela-. Si no quieres hablar de tu apuesto doctor, no te presionaré. Y te prometo que me mantendré alerta por si oigo algo sobre la madre de Angela -señaló el bebé y vaciló-. Quieres quedártela, ¿verdad? -le preguntó en voz baja.

– Sí -Winona sintió que le quemaban los ojos-. Ya me parece como si fuera mía. Pero lo importante es averiguar qué pasó. La verdad.