Quaid miró a Melina antes de seguir a George. Ella alzó la mano en un pequeño gesto de adiós y, por un momento, pareció exactamente igual que en su sueño. Deseó ir hasta ella, apretarla contra él y no soltarla nunca, pero deseaba su memoria, la necesitaba, incluso más. No sólo por su bien, sino también por el bien de aquellos que estaban muriendo en Venusville. Había algo atrapado fuera de su alcance en su cabeza, y tenía que liberarlo y liberar al pueblo de Marte antes de ser libre él para amar a Melina. Apartó con un esfuerzo sus ojos de ella y siguió a George a través de la puerta.
Entró en una oscura estancia en forma de domo que estaba tan vacía como la otra había estado llena. No había rebeldes a la vista, y ninguna señal de Kuato. El hombre no iba a llegar tras ellos tampoco, porque la puerta se cerró a sus espaldas y Quaid pudo oír el clic de la cerradura al actuar de nuevo.
George lo llevó hasta una mesa con dos sillas.
– Siéntese -dijo.
Quaid se dejó caer en una de las sillas y escudriñó la habitación en busca de otra entrada. Naturalmente, Kuato dispondría de la suya propia, independiente de la que utilizaban las tropas. Con la salvedad de que no había ninguna entrada más. A menos que fueran más diestros en ocultarla que sus ojos entrenados en desenmascararla, lo cual dudaba bastante. Sabía que eran los ojos de Hauser los que realizaban la inspección. Hauser…
Algo chasqueó en su interior. Melina le había conocido como Hauser, no como Quaid. No obstante, en el recuerdo del sueño, ella le llamó Doug. ¿Cómo podía ser?
La respuesta resultaba tan obvia que le hizo sonreír. ¡No le cambiaron el nombre, únicamente el apellido! Douglas Hauser se había convertido en Douglas Quaid. Ya lo recordaba, o eso creía. Lamentablemente, no se trataba de un recuerdo importante.
Sus pensamientos volvieron al presente.
– ¿Dónde está Kuato? -preguntó.
– De camino -respondió secamente George. Pareció meditar algo antes de hablar de nuevo-. ¿Ha oído los rumores acerca de los artefactos alienígenas? -Quaid asintió-. Son ciertos. Cohaagen encontró algo en la Mina Pirámide, y eso lo asustó mortalmente.
Lo cual explicaba por qué había sido cerrada la Mina Pirámide. Quaid sintió el aleteo de la memoria. Había algo más profundamente enterrado en su mente que el turbinio en el helado suelo marciano, pero no conseguía perforar hasta ello.
– ¿Qué pasa con eso?
– Dígamelo usted -respondió George-. Hace un año, fue usted al encuentro de Melina y le dijo que deseaba ayudarnos. Así que nos dijimos: «Estupendo. ¿Está de nuestro lado ahora? Que nos diga lo que hay en la mina». Usted fue allá a descubrirlo. Y eso es lo último que supimos de usted.
– ¡Mi sueño! -exclamó Quaid-. ¡Mi memoria! Fui con Melina, y caí al pozo…
George se quitó la chaqueta y la arrojó al respaldo de la otra silla.
– No supimos si había muerto en la caída o sido capturado -continuó-. O quizá simplemente estaba jugando con nosotros. Pero si ése era el caso, ¿por qué está Cohaagen tan desesperado en apoderarse de nuevo de usted? -George sacudió la cabeza-. No, el gran secreto de Cohaagen se halla enterrado en ese agujero negro que usted llama el cerebro. Y tenemos que averiguar qué es.
No había ninguna duda al respecto, admitió Quaid. Estaba claro que no murió en la caída, y que había sido capturado. Pero, ¿cuánto tiempo permaneció en libertad en aquel complejo alienígena antes de que le atraparan? ¿Qué descubrió? Puesto que sabía que había averiguado algo sorprendente, algo mucho mayor que lo que ninguno de ellos imaginara. Le faltaba todo un capítulo de su vida, y lo quería recuperar.
George se sentó frente a Quaid, a poca distancia.
– Ahora bien, mi hermano Kuato es un mutante. Por favor, no muestre revulsión al verlo.
– Por supuesto que no -repuso Quaid, preparándose interiormente para la visión.
Así que el hombre tenía tres brazos o dientes en los oídos. Lo que importaba era lo que podía hacer.
George se desabotonó la camisa. Quaid notó que su pecho era extraño. Había mostrado un aspecto robusto, como si el hombre siempre lo estuviera sacando igual que un fanfarrón. En este momento comprendió que se trataba de una forma plástica. ¿La versión masculina de los senos postizos? No debía de ser muy agradable si alguien le golpeaba ahí: no muy agradable para el puño del hombre.
Entonces George se quitó la cubierta de plástico, revelando…
Quaid tuvo que hacer un gran esfuerzo para no quedarse boquiabierto. ¡Una segunda cabeza pequeña crecía del pecho del hombre!
Arrugada y peluda, la cabeza era una mezcla entre la de un feto y la de un anciano. Tenía los ojos cerrados, como sumido en el sueño. Evidentemente, sólo se hallaba formada a medias, como la mano-garra de Benny. Las mutaciones en muy contadas ocasiones resultaban beneficiosas; la mayoría eran negativas, y no sólo grotescas, sino también inútiles. Sin embargo, algunas eran distintas…
George se volvió hacia Quaid y extendió las manos.
– Coja mis manos -dijo. Luego, al notar la vacilación de Quaid, insistió-: Adelante.
Con gesto titubeante, Quaid estrechó las manos de George. Intentaba no parecer remilgado, pero la sola idea de estar cerca del mutante le repelía. Lo mismo que sostener las manos del hombre.
– Le dejaré con Kuato -comentó George.
Cerró los ojos y pareció quedarse dormido.
Simultáneamente, la cabeza de Kuato se movió y bostezó, como si despertara. Uno de sus ojos era anormalmente grande.
Kuato observó con una intensa mirada a Quaid, abrió su boca sin dientes y preguntó:
– ¿Qué desea, señor Quaid?
– Lo mismo que usted -repuso Quaid, con voz tan impasible como le fue posible-. Recordar.
– Pero, ¿por qué?
Quaid se quedó anonadado. Si Kuato conocía su nombre, ¿por qué no estaba al corriente de su misión?
– Para saber quién soy.
– Usted es lo que hace -comentó Kuato.
Se detuvo, dándole tiempo para que sus palabras penetraran en su mente. Lamentablemente, casi todo lo que Quaid había estado haciendo últimamente era buscar sus recuerdos, al tiempo que intentaba sobrevivir.
– Un hombre es definido por sus acciones, señor Quaid -prosiguió Kuato-. No por sus recuerdos.
Observó fijamente a Quaid, que tuvo dificultad en devolver esa mirada tan desigual. ¡Un ojo era tan grande y el otro tan pequeño!
– Ahora, abra sus pensamientos a mi presencia…
Quaid no pudo evitar centrarse en el ojo grande de Kuato. Era hipnótico. Descubrió que caía en un trance.
– Abra… -dijo Kuato.
Quaid pareció caer en dirección al enorme ojo. Se vio reflejado en la pupila. Parecía como si estuviera abalanzándose sobre su propia cabeza reflejada, su ojo, su pupila, en la que vio el reflejo de…
21 – Revelación
Quaid vio que la Mina Pirámide se alzaba como el Monte Cervino a un lado del cañón. Flotó, aparentemente separado de su cuerpo, contemplándolo.
– Entre -dijo Kuato, desde alguna parte de otra realidad.
Quaid descubrió que podía moverse simplemente con desearlo. Saltó a la ladera de la montaña; luego, como en un sueño, se adentró en el túnel que tenía a un costado. El túnel penetraba en las profundidades para acabar en un callejón sin salida en un agujero que había en la pared de piedra. Se deslizó a través del agujero y penetró en el abismo.
Una gigantesca estructura de metal parecía llenar el núcleo central de un foso negro. El foso de su sueño…, pero, de alguna forma, distinto. La estructura, a su manera, estaba viva, no muerta, y era dinámica más que pasiva. Ya la había visto antes y creyó que era algo muerto; ahora sabía que no era así.
Flotó hacia ella. Tenía enormes puntales de metal, como la estructura inferior arqueada de un puente.