Richter se agitaba al otro lado de la habitación. ¿Qué más prueba necesitaba Cohaagen? Seguro que ahora le resultaba claro que sólo había una forma de tratar con el traidor en que se había convertido Hauser.
– ¿Bien, señor? -dijo finalmente.
Cohaagen permaneció en silencio durante un largo momento.
Hauser era un agente de primera. Se desataría el infierno antes de que pudieran volver a tenerlo bajo control. La amistad tenía un límite. El hombre había abusado de la bienvenida que le dispensaron.
– Mátalo -ordenó.
– Ya era jodida hora -murmuró Richter; giró sobre sus talones y salió rápidamente de la habitación.
Si había pensado que Cohaagen no le oiría, estaba equivocado. Cohaagen se envaró ante las palabras. De no haber sido por la intervención de Richter, la programación de Quaid hubiera ido perfectamente, y el hombre no habría desarrollado ese fuerte sentimiento de unión con su identidad temporal. Un hombre podía llegar a creer en sí mismo si se veía obligado a luchar por su vida. Una vez acabara este desagradable asunto, el mismo Richter ya no sería necesario. Ya era jodida hora, realmente.
Toda la ira acumulada en Cohaagen estalló. Miró con ojos furiosos a los peces que nadaban inofensivamente en la pecera de su escritorio, y barrió ésta al suelo, donde se hizo añicos. Los peces empezaron a saltar desesperadamente, incapaces de respirar. Cohaagen sonrió.
Pero había cosas más importantes que hacer. Cohaagen había sospechado que Hauser sabía más sobre el artefacto alienígena de lo que había dejado entrever. Ahora estaba seguro de ello. No podía permitirse esperar más tiempo.
Cogió un teléfono.
– Que venga el equipo de demolición -ordenó.
Entonces miró con intensidad el espacio que tenía delante. No le gustaba tener que destruir a Hauser y al artefacto alienígena. En otras circunstancias, los dos le habrían sido muy útiles. Pero la seguridad estaba primero. Había alzado una especie de imperio aquí, y no podía permitirse el lujo de que tanto la amistad como la codicia lo amenazaran.
25 – Reactor
– ¿Conoces el camino hacia la Pirámide desde aquí? -preguntó Quaid mientras la excavadora proseguía su carga.
– Sí -repuso ella, mirando por la ventanilla. Señaló una dirección-. Gira a la derecha allí.
Enfiló a la derecha, penetrando en un amplio túnel, y derrapó por su superficie a máxima velocidad; casi atropello a unos mineros, que corrieron para salvar las vidas.
– ¡Cuidado! -gritó ella. No deseaba lastimar a la gente corriente, sólo a Cohaagen.
– Hemos de llegar allí primero -explicó sucintamente Quaid-. Él va a destruir el reactor.
Ella se sintió dolida.
– No…
– Si Marte llega a disponer de aire, Cohaagen está acabado.
¡Aunque eso era lo menos importante!
Quaid giró el volante para esquivar a un minero caído. Prosiguió la marcha a toda velocidad a través del túnel, tras ver que el camino ya estaba despejado.
– Si Marte dispone de aire -dijo ella, comprendiéndole-, nosotros seremos libres.
– Seremos libres -repitió él-. Pero aún hay más. Los No'ui…
– ¿Qué?
– No he tenido oportunidad de contártelo…, además, no era seguro mientras Cohaagen pudiera someterte a un interrogatorio -explicó-. Yo, es decir, Hauser, hice más en aquel abismo alienígena aparte de abandonarte. Él…
– ¿Abandonarme? -preguntó ella, frunciendo el ceño.
– Hauser era un espía. Ahora lo recuerdo. Sólo te estaba siguiendo la corriente. Fingió la caída a fin de poder ser «capturado» por Cohaagen y, aparentemente, dado por muerto. Su misión para Cohaagen terminó, porque tú resultaste demasiado inteligente para él. Pero ésa no fue la única razón.
– Lo entiendo. No tienes por qué darme ninguna explicación.
– ¡Sí, debo hacerlo! Tú no lo entiendes. Hauser era el hombre de Cohaagen. Era una máquina carente de emociones, dispuesto a usar a cualquiera a fin de cumplir con las órdenes de Cohaagen. Y entonces tú llegaste a su vida. Le mostraste lo que significaba creer en algo, lo que significaba ser bueno. Empezó a admirarte y respetarte, y luego…
»Sus sentimientos hacia ti le resultaban tan extraños que no supo lo que eran. Los reprimió, luchó por controlarlos, y no fue hasta que se halló en la Mina Pirámide que se dio cuenta de que no podía traicionarte porque… te amaba. Así que vagó por ahí abajo, tratando realmente de llevar a cabo la misión que tú le encomendaste. Y encontró a los alienígenas.
Ella giró el rostro hacia él, sorprendida.
– ¿Él…?
– Ellos habían dejado un… mensaje. Que el artefacto fue construido por los No'ui, una especie inteligente galáctica con forma de hormiga, para cuando nosotros alcanzáramos la mayoría de edad. Para crear aire en Marte y compartir tecnología, de modo que nos convirtiéramos en una especie como la de ellos, unos comerciantes galácticos que extendieran la civilización.
– ¡Misioneros! -exclamó ella, con una exhalación.
– Correcto. Y Hauser…, bueno, quedó impresionado. Los No'ui confiaron en él para que hiciera lo adecuado, para decirle a su especie qué fin tenía el artefacto y cómo usarlo. Porque si lo empleamos bien, seremos comerciantes; pero si lo usamos de la forma equivocada, o intentamos destruirlo…
– ¡Existe un mecanismo de autodestrucción! -repuso ella, comprendiendo la situación.
– Así es. La cosa está instalada como una bomba. Haz lo correcto, y no pasa nada, de hecho es fantástico para el hombre, ya que nos conducirá a una era nueva, más grande que cualquiera que hayamos tenido en el pasado. Pero, si no haces lo que es debido, explotará. Ese ácido hidrazoico…, debe de haber cientos de miles de toneladas debajo del glaciar. Puede que sea eso lo que lo active.
– ¡Me lo imagino! -dijo ella-. ¡Si se liberara, podría exterminar a toda la colonia humana que hay aquí!
– Sí. Los No'ui no bromean. Vi a uno de sus recién nacidos. Acababa de salir del huevo, y tenía que responder a unas preguntas que yo soy incapaz de contestar, demostrando así que era uno de ellos, o lo habrían matado en el acto. Nuestras opciones son emplearlo bien o perderlo; no podemos atrevernos a emplearlo mal. Así que si Cohaagen intenta destruirlo, no sólo perderemos la atmósfera, sino nuestras vidas.
Ella se sentía anonadada.
– ¿Y eso convirtió a Hauser?
– Eso completó el trabajo que tú iniciaste -admitió Quaid-. No podía soportar ver que te torturaran, y sabía que era lo siguiente que haría Cohaagen para conseguir que le dijeras dónde se encontraba Kuato. Sin embargo, también sabía que no podía dejar que Cohaagen conociera la naturaleza completa del artefacto. Cohaagen ya debió suponer que produciría aire, por lo que intentó mantenerlo oculto para que no arruinara su monopolio. Pero, si hubiera descubierto su mayor significado, que con él podría aprender la tecnología alienígena y aumentar mil veces su poder, él…
– También se apoderaría de la Tierra -comentó ella-. Fingiría ser un gran tipo, utilizando el reactor para crear aire, al tiempo que averiguaba su potencial; pero, una vez que tuviera la información, ya no le haría falta su monopolio del aire. Sería capaz de conquistar todo lo que quisiera.
– Exacto. Hauser…, no me estoy disculpando por él, era un bastardo, aunque tú… fuiste una influencia positiva en él, y los No'ui…, fue como una especie de implante de memoria, y eso le convirtió, haciendo que deseara llevarlo a la práctica de forma positiva. Pero Cohaagen, de modo rutinario, comprobaba constantemente las mentes de sus agentes con el fin de cerciorarse de que no le infiltraban a ningún espía; así que habría descubierto a los No'ui. De modo que Hauser…