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Casi se desmayó al intentar meterse en la cama y estaba demasiado cerca para pedir ayuda. Ryden iba a tener una sorpresa desagradable. No sólo continuaba en el apartamento, sino que si quería deshacerse de ella, tendría que llevarla a su casa. No podía caminar y mucho menos conducir.

Las horas siguientes fueron los peores de su vida. Sabía que una buena compresa aliviaría el dolor de la rodilla, pero yo estaba segura de que no sería capaz de llegar a la cocina. Se dio cuenta de que deben estar en shock, porque tenía un frío sudor. Se cubrió bien y cuando el sol le dio las primeras señales de vida, se quedó dormido.

Algún tiempo después, se despertó con dolor. Oyó a alguien moverse, trató de encontrar una forma de comunicarle que todavía estaba allí. No fue necesario. En la puerta que había dejado abierta, podía ver Ryden con una bata de felpa, frente a la maleta que pensaba que ya había conseguido eliminar.

– ¡¿De donde sacó la valentía?!

Entró en la habitación como una bala, la levantó en el aire. Esta vez sólo quería tirarla a la calle. Jennifer gritó desesperadamente:

– ¡Pare! Mi rodilla está inflamada!

Ryden la miró con desprecio, lo que demuestraba que no se dejeba engañar tan fácilmente. Sin embargo, teniendo en cuenta su palidez, se contuvo.

– Sí, me torcí la pierna! – Ella se apresuró a decir. Lentamente miró hacia abajo y vio la hinchazón de la rodilla.

No pudo evitar una mirada maliciosa de las largas piernas de Jennifer, que se encontraban expuestas.

– ¿Cómo ocurrió…

Sentía hervir la sangre. Después de un rato, pensó, él también la acusaría de haberse caído a propósito.

– Todo es por tu culpa. Si hubieras esperado un minuto para apagar la luz no hubiera tropezado.

– ¿Cómo llegaste aquí? – Entonces la colocó en la cama, con mucho cuidado, Ryden no manifestó la más mínima compasión. – ¿Por qué no me has despertado?

– En respuesta a la primera pregunta, con dificultad. En respuesta a la segunda, pensé que se pondría mas furioso al ver que había tenido la temeridad de tener un accidente en su propiedad.

Al ver la forma en que él se quedó mirando a sus piernas, Jennifer se dio cuenta de que estaba casi desnuda y trató de cubrirse. Ryden se sintió agredido con ese gesto, que empeoró aún más la atmósfera entre ellos.

– No puedo caminar – trató de arreglarlo.

– Muy bien, así no dará problemas.

En este momento, Jennifer hizo un movimiento brusco con la pierna y sus ojos se llenaron de lágrimas. Por un momento pensó que no lo soportaría, irónicamente, podría comenzar a llorar delante del enemigo. Se enfrentó con una batalla consigo misma para no darle ese gusto, cuando habló, su voz todavía sonaba temblorosa:

– ¿Hay un analgésico en la casa?

– ¿Te duele?

– Para tu alegría, sí!

Se levantó para ir a buscar el medicamento, pero se detuvo para recoger a los pantalones que ella había tirado en el piso, poniéndolos en la silla.

– Conozco a un médico que vive en el edificio. Es mejor hablar con él antes, ¿verdad?

A aquellas alturas, lo único que quería era algo que le aliviase el dolor, independientemente de quien viniera. Pasaron unos minutos entre el momento en que salió de la habitación, hablando con una persona al teléfono, afeitarse y traer el té.

– ¿Quieres azúcar?

Jennifer negó con la cabeza y se sentó con dificultad para recibir la taza. Al ver que Ryden no hacía ningún gesto para ayudarla, recordó como se había disgustado al tocarla y pensó que estaba tratando de evitar una segunda aproximación.

Tenía ganas de decirle que no era quien él pensaba. Sin embargo, encontró que los acontecimientos recientes habían hecho una sed de venganza en ciernes tan fuerte que incluso la asustaban. Le iba a dar un puñetazo a la soberbia de aquel arrogante, eso esperaba!

Ryden señaló que el doctor quería saber el nombre del paciente. Ella vio una buena oportunidad para burlarse de éclass="underline"

– Pensé que lo sabía todo. No me digas que te has perdido algo?

Para su sorpresa, no tomó represalias.

– Sólo sé que su apodo es Gypsy, pero me niego a llamarla por ese nombre.

– Mi nombre es Jennifer Cavendish. Para usted, señorita Cavendish.

Aún reinaba la hostilidad entre ellos cuando sonó el timbre anunciando la llegada del Dr. Oliphant. Ryden lo llevó al cuarto y se fue.

El médico examinó cuidadosamente la ubicación de la torcedura, pero aún así Jennifer tuvo que reprimir un grito. Él la tranquilizó con compasión, después de algún tiempo, llegó a una conclusión:

– No hay nada roto, pero tendrá que inmovilizar la pierna para que se mejore pronto. – Mientras la cubría, el doctor se dio cuenta de que Jennifer estaba abatida. – Consiguió dormir esta noche?

– Un poco.

– Parece que no fue suficiente – concluyó, entregándole una botella de píldoras. – Tome dos de estas cada ocho horas. – Colocó el frasco en la mesita de noche y se dirigió a la puerta.

Jennifer le dio las gracias al médico, quedándose más animada, con la esperanza de que la píldora lograse su efecto.

Pudo oír decirle Ryden que el caso no era grave, pero la hinchazón tomaría unos días en bajar. Así que no se sorprendió al ver al propietario del apartamento entrar con su equipaje en la mano.

Por más molesto que estuviese, no necesita ser tan perverso como para colocar sus pertenencias donde Jennifer no pudiera llegar.

– Si por favor me da mis cosas, podré vestirme con una falda para irme. – Aturdida, lo vio entrar con su maleta sacando de ella un pedazo de ropa. – Dije salir! No suelo andar por la calle en camisón.

– No va a ninguna parte. Dr. Oliphant dio órdenes explícitas para que permanezca en la cama las próximas cuarenta y ocho horas.

Jennifer suspiró con tristeza. No podía aguantar tanto tiempo en compañía de ese hombre.

Claro que sólo fingía decepción, advirtió Ryden:

– Debes saber que terminado este período, usted se va a la calle, con o sin su camisón. Ahora póngaselo, porque tengo que ir a trabajar.

– Nunca. Una vez que la pastilla haya hecho su efecto dejo esta casa…

– Yo creo que no está en condiciones de ir a ninguna parte, jovencita. Dr. Oliphant vio que estaba muy cansada y le dio un…

– Calmante!

– Debe dormir unas ocho horas.

Jennifer se dio cuenta de que no había más remedio que obedecerle. Estaba totalmente a merced de aquel bruto y sabía que podía ser peligroso.

CAPÍTULO III

Cuando Jennifer se despertó en la mañana del jueves, todavía le molestaba. Tenía la boca seca, se sentía soñolienta y cansada a pesar de haber dormido tanto tiempo.

Se volvió para tomar de la mesilla de noche los analgésicos, vio la jarra del agua que Ryden había dejado. Entonces, el recuerdo de los acontecimientos recientes, que parecía tan lejanos, volvieron con toda su fuerza. – Que estúpido! – Murmuró.

Recordó el sarcasmo con el que Ryden le apuntara el teléfono, diciendole que podía utilizarlo para cancelar compromisos de trabajo. Como había sido de ingenua al pensar que podría ser una persona amable. Cuando le había visto recoger el camisón que estaba tendido en el suelo que con gran esfuerzo, trataba de alcanzar, llegó a pensar que existía cierta sensibilidad oculta en el corazón de piedra. Lo cierto es que ella debería de encontrarse bajo el efecto de los calmantes, porque le parecía una tarea casi imposible ponerselo.

Entonces, él se ofreció a ayudar.

Pero incluso aunque estuviese totalmente invalida, no tenía la suficiente intimidad con ningún hombre a aceptar dicha oferta.

– Me cambiare la ropa cuando se vaya. De todos modos, gracias.

En este punto se inclinó sobre ella, dispuesto a ayudarla. Ante la negativa, se detuvo por primera vez, el enojo fue sustituido por el desconcierto. Engañada por la reacción que confundió con bondad, Jennifer se sintió obligada a decirle todo.